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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 1 de agosto de 2019

Don José Ortega y Gasset tenía razón…/ por Alvaro R. del Moral



El proceso se asemeja al de la fallida investidura de Pedro Sánchez, que ya no está tan encantado de haberse conocido. No sabes si reír o llorar. Ortega –el filósofo, no el torero de Borox- vuelve a tener razón: “para conocer la historia de España hay que conocer la historia de las corridas de toros”. La indigencia de la clase política que padecemos es paralela a la escasa altura de miras de las manos que mecen la cuna del toreo.


La forzada ausencia de Roca Rey sigue prestando jugosos argumentos…. Atrás quedaron las fías y porfías en torno a sus primeras incomparecencias. Las lenguas más afiladas del toreo quisieron ver una velada rebelión del paladín limeño en torno a su cotización, puesta en evidencia –por cierto- por las cuentas públicas de la plaza de Roquetas de Mar, de gestión municipal. Después ha habido más. El famoso audio que circuló por todos los móviles del planeta de los toros terminaba de dar carta de naturaleza a lo que era eso, una comidilla de barra en la que se fabulaba sobre una supuesta pelea de bar.

Una cogida tras otra y varias lesiones cuasi consecutivas en pocos años de alternativa

La única verdad es que el torero está tocado del ala y que sufrió un tremendo volteretón en una tarde de mayo. El castañazo, además, se sumaba a un larguísimo rosario de percances que siempre, siempre, dejan su poso con espoleta retardada. Pero la reflexión definitiva es otra: las inevitables sustituciones de Roca Rey han vuelto a poner en evidencia el escaso talento del empresariado, instalado en el cortoplacismo y el pan para hoy el hambre para mañana. El proceso se asemeja al de la fallida investidura de Pedro Sánchez, que ya no está tan encantado de haberse conocido. No sabes si reír o llorar. Ortega –el filósofo, no el torero de Borox- vuelve a tener razón: “para conocer la historia de España hay que conocer la historia de las corridas de toros”. La indigencia de la clase política que padecemos es paralela a la escasa altura de miras de las manos que mecen la cuna del toreo.


Los huecos que ha dejado Roca están siendo remendados con pasmosa mediocridad mientras las recentísimas faenas de Emilio de Justo o Paco Ureña ponen en evidencia esos manejos. Tampoco hay que olvidar otros nombres que darían lustre a los carteles como el del mismísimo Pablo Aguado al que evitan enfrentar con el propio Roca Rey haciendo buenos esos cordones sanitarios que ponen tan cachondos a los politicastros. Eso nos lleva a otros terrenos, como el increíble ostracismo en el que viven toreros como Juan Ortega. Su actuación de la corrida de la Paloma de 2018 en los Madriles sólo le sirvió para cumplir otro contrato más en un pueblo de Guadalajara. En 2019 –ausente de Sevilla- ya ha sumado una excursión a un ruedo menor de México, el doble pase en Madrid, otro bolo en un pueblo de Francia y…. de nuevo a jugárselo todo a una carta en el 15 de agosto de Las Ventas. Pues así está esto, mientras en El Puerto se juega con la afición amagando y no dando con unos carteles que también sirven de parche. Mal asunto.

Un repaso al escalafón

Pero es que el toreo se encuentra en un extraño momento. Basta echar una mirada al escalafón para encontrar que, a punto de vencer julio, los toreros que más paseíllos han sumado son El Juliy ¡Castella!, que empatan a 22 contratos. El tercero en liza es Morante, con 20 bolos sumados; dieciocho corridas acumulan El Fandi, Cayetano – principal beneficiario de la ausencia de Roca Rey -, Perera y Pablo Aguado. Manzanares, el lesionado Roca y Octavio Chacón coinciden al sumar 17; 16 son las que acumula Antonio Ferrera; 15, Ginés Marín, 14, López Simón; 13, Emilio de Justo y Pepe Moral; 11, Ureña, El Cid y Urdiales; y 10 – lo dejamos ahí – el extremeño José Garrido. Las cifras cantan el abultado descenso de festejos mayores que, en el caso de las novilladas picadas, es una indisimulada tragedia.

Pero el asunto tiene otras lecturas, como contemplar a El Juli, con más de veinte años de alternativa, liderando un escalafón que en otros tiempos no tan lejanos daba sitio preferente a los jóvenes. Da la sensación de que todo esto se autoconsume. Los carteles, calcados lustro tras lustro, empiezan a oler a naftalina mientras pasa demasiado tiempo para toreros que podrían dar mucho de sí. 

El secreto está en la apuesta y el que no la soporte, para su casa. Como siempre fue. Nos vamos marchando, a la vez que despedimos este taurino mes de julio. No nos olvidamos de nuestro amigo Antonio Martínez, el gran Finito de Triana, que convalece de una delicada intervención para colocarle una prótesis de cadera. Los toreros siempre se vienen arriba…

EL CORREO DE ANDALUCÍA

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