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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 1 de octubre de 2019

Reflexiones en torno a la corrida televisada (I) / por Jesús Guzmán Mora




La corrida televisada merece ser objeto de reflexión. El papel de los medios audiovisuales y de los mismos aficionados será analizado en diferentes artículos del autor. Sirva este como introducción al tema.

Reflexiones en torno a la corrida televisada (I)

Jesús Guzmán Mora
Una película se proyecta en un cine, un partido de fútbol se ve en el campo y una corrida de toros se disfruta en la plaza. Las sensaciones del vivo y el directo son únicas y de ahí que cualquier comparación con el visionado a través de una pantalla haga perder a este último. Nuestra contemporaneidad nos permite ser espectadores de cine, fútbol y toros desde el salón de nuestra casa. Además, los comentarios en los dos últimos eventos son un añadido que no existe en el estadio o el coso taurino.

¿Aficionados o espectadores?
El alto coste económico que conlleva asistir a una corrida para muchos aficionados (viaje a otra ciudad, reserva de hotel, comida, el precio de la entrada, etc.) ha sido superado por la facilidad de abonarse a una plataforma de televisión por cable o, directamente, ver una corrida por las televisiones públicas autonómicas. Esta situación permite la difusión de la Fiesta y su llegada a lugares impensables de la geografía mundial (las citadas públicas emiten por streaming y al primero de los servicios siempre se puede llegar mediante las habilidades de la web) e, incluso, a territorios españoles donde no existe la posibilidad de presenciar corridas en directo. Piensen en un aficionado catalán sin la televisión.

Gracias a este método se sigue, de manera audiovisual, la totalidad de la temporada. Pocas ferias de primera y segunda escapan a este hecho. Incluso aquellos que un día dejaron atrás su pueblo y emigraron a zonas de mayor desarrollo económico pueden sentir, gracias a la televisión, que disfrutan del ansiado “día de los toros” de sus fiestas patronales. En nuestra contemporaneidad, cuando las corridas de toros llegan a través de la televisión a una parte muy importante del público, cabe preguntarse si tiene mayor vigencia la figura del aficionado o la del espectador.

No es la intención de este artículo entretenerse en definiciones (aficionado/espectador) que desvíen la atención principal. Supliré esta carencia con la experiencia personal: mi afición a los toros nació gracias a las retransmisiones de la Feria de San Isidro que realizaba Canal Plus. Si no hubiera visto así mi primera corrida, no habría llegado a la plaza de toros. A lo largo de todos estos años, he seguido las temporadas gracias a la televisión y he seleccionado ciertas fechas para acudir a la plaza. Esto ha convertido el ir a los toros, a nivel personal, en todo un acontecimiento.

De manera análoga a los nativos digitales, quienes hemos visto la mayor parte de los festejos de nuestra vida gracias a la televisión, hemos experimentado la Fiesta, al menos en casos como el mío, de una manera diferente a como lo hicieron nuestros antepasados. La crónica taurina, más allá del discutible nivel actual, pasa a un inevitable segundo plano ante la posibilidad de ver con nuestros propios ojos lo que sucede en una tarde de toros. Aquello que antes se reducía al serial de Madrid, es decir, el “no leo la crónica porque he visto la corrida”, se amplia con la llegada masiva de las grandes ferias a la televisión. Precisamente en un momento en el que existe un importante número de medios taurinos digitales que siguen las corridas toro a toro, estos nos cuentan aquello que podemos ver desde el salón de nuestra casa.

Entonces, ¿soy aficionado o espectador? Este debate entre apocalípticos e integrados reducido al estrecho mundo de los toros es capaz de generar opiniones controvertidas. El apocalíptico nos remitirá al aficionado clásico y el integrado no echará de menos el ir a la plaza. Pero, más allá de esta cuestión, ¿invita la retransmisión taurina a crear afición o, por el contrario, a espectadores que satisfagan una cuota de share?

 La aparición de los mismos nombres tarde tras tarde en la corrida televisada cierra el círculo de matadores y ganaderías al público. 

Este problema, que parece superarse a pasos lentos (se agradece que cada vez sean más los festejos con nombres diferentes en los dos apartados), no ha sido aún superado, lo que lleva a la repetición constante de las faenas idénticas cada día. Vean su película favorita día tras día durante cerca de dos meses (pensemos en las Ferias de Abril y San Isidro de este año): aunque en el pasado disfrutamos de ella, perdería todo su encanto.

La pregunta propuesta no es fácil de resolver, porque su solución inmediata no está en la fácil búsqueda del equilibro, es decir, la retransmisión de unos pocos festejos seleccionados. Por lo tanto, me van a permitir que deje la pregunta en el aire y que cada uno tome una primera postura. Para resolver esta pregunta necesitaremos tiempo y analizar diferentes factores. Para el próximo artículo de la serie entraremos en el papel de los medios audiovisuales y, en concreto, en la labor de quienes se encargan de las retransmisiones taurinas.

Por Jesús Guzmán Mora
Doctor en Literatura Española

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