la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 22 de agosto de 2020

LA MUTUA ADMIRACIÓN DE JOSELITO Y BELMONTE / por Antonio Luis Aguilera

Joselito, Belmonte y Rafael el Gallo. Barcelona, 27 de junio de 1919.

Algunos afirman que hoy se torea mejor que nunca. Nos cabe una duda: ¿Mejor o con mayor perfección técnica porque el toro actual lo permite...? 
Los toreros grandiosos de la historia lo habrían sido en cualquier tiempo. Cada época tuvo su torero -o toreros-, su toro, su toreo y hasta su público.

 LA MUTUA ADMIRACIÓN DE JOSELITO Y BELMONTE

Antonio Luis Aguilera
Plaza Lagunilla / Córdoba, Agosto/2020
El hilo conductor de la entrada anterior fue el sencillo libro «Mi paso por el toreo», que escribió el matador de toros, miembro de la célebre dinastía de los Gallo, Rafael Ortega Gómez Gallito (Ediciones AGLI 1980). Tanto en ella como en la publicada anteriormente, observamos la admiración de esta familia por Lagartijo y Guerrita, así como la vinculación con otros toreros de Córdoba que figuraron en las cuadrillas de Rafael el Gallo y Joselito.
El argumento de esta amena obra gravita sobre las conversaciones que Rafael Ortega Gallito mantuvo con célebres toreros protagonistas de la historia, quienes le ofrecieron el sereno testimonio de sus vivencias, manifestando el noble sentimiento de respeto por los compañeros de su tiempo, vistos ya con perspectiva histórica, cuando alejados de las plazas mostraban su profunda admiración por los espadas con que tantas veces se jugaron la vida. 
La profundidad de estos testimonios supera por sí misma el estilo literario del que pueda adolecer la obra, que tiene el mérito de revelar la intimidad de grandiosas figuras, y los sentimientos de quienes protagonizaron un capítulo determinante de la historia: la edad de oro del toreo —título reutilizado porque ya había rotulado la larga competencia mantenida en el siglo anterior por Rafael Molina Lagartijo y Salvador Sánchez Frascuelo—.

Rafael Ortega Gallito. Dibujo Pepe Sala

Movido por su inquietud de descubrir la intimidad de los espadas de aquella época dorada, y sabedor de las puertas que se le franqueaban por su doble condición de matador de toros y nieto del señor Fernando el Gallo, Rafael Ortega supo acercarse de puntillas a las almas que custodiaban los recuerdos, para que, seducidas por su admiración, se abrieran y mostraran vivencias que no recogen otros libros, posiblemente de mayor prestigio y rigor histórico, pero faltos del sabor que proporcionan los recuerdos de los protagonistas, esos que tanto agradan al aficionado, que se recrea cuando los testimonios son relatados en primera persona, porque alimentan su admiración por los toreros que hicieron historia. 
Retirado Guerrita, último rey del toreo del siglo XIX, y tras el llamado interregno taurino, la segunda década del siglo XX alumbraría un nuevo resurgir del arte de torear, una época apasionada y dividida entre los partidarios de dos formidables toreros, donde decir ¡viva Joselito! equivalía a decir ¡muera Belmonte! Ahora, un siglo después, nos acercamos emocionados a estos recuerdos, que en lugar de hostilidad ofrecen paz, desde la serenidad que proporciona rememorar con perspectiva el toreo de aquel tiempo. 
Rafael Ortega Gallito pregunta y hablan Rafael el Gallo, Juan Belmonte y el gran Joselito, este en los recuerdos que de él relata su hermano. Escuchemos el rumor de las que fueron olas bravías del toreo, que ahora se acercan rotas y suaves a esta orilla del tiempo, para recordar un capítulo determinante de la historia:

Juan Belmonte ejecuta su inconfundible media verónica

Los Gallo hablan de Belmonte:

«Me contaba Rafael el Gallo que un día fue un partidario de Joselito a hablarle mal de Belmonte, creyendo que con eso le haría un halago.
Él lo echó con cajas destempladas:
—Oiga, mamarracho, ¿Usted sabe lo que le hace Belmonte al toro? Pues yo sí y usted, no.
Entonces yo, después de que él me contase esto, sentía en mí una inquietud aún mayor por saber cómo había sido Belmonte.
Tenía plena confianza, en virtud de estos gestos, en que mi tío me diría la verdad, y nadie mejor que él para hablarme de toros.
Es más, siempre llevaba presente en mi pensamiento una frase que él me repetía frecuentemente:
—“No se te ocurra hablar de toros con malos toreros, pues si incluso los que son buenos, no todos son buenos aficionados, cómo serán los malos”.
Yo por eso recurría a él. Y esto no quiere decir que tenga solo una perspectiva de conocimiento. No; esta inquietud por conocer la historia del toreo, la tenía desde pequeño y comencé a leer todo lo que caía en mis manos 
—Tú, Rafael -le pregunté a mi tío-, que eres tan buen aficionado, me gustaría que me explicases lo que fue Belmonte.
—Como se nota que te gusta mucho Belmonte.
—¿Y a quien no?
—Mira; yo quisiera que hubieras visto al Belmonte de su primera época. El que tú has conocido no era ya Belmonte; era Belmonte, claro, pero no es igual con cuarenta años que con veintidós o veintitrés… Tú no tienes idea de lo que fue tu tío José, ¿verdad? Porque sin haberlo visto, por mucho que yo te lo explique, no lograrás enterarte, ya que era infinitamente más de lo que yo te pueda contar. Bueno, pues dime y piensa lo que sería Belmonte que figurándote como era tu tío José, dando doce o catorce pases de muleta de vez en vez, aguanto a esa fiera de mi hermano. Eso no lo hubiera aguantado nadie más que Belmonte.

Juan Belmonte al natural en los pinceles de Adolfo Durá Abad

—¿Cómo llegó Belmonte al toreo?
—Belmonte vino con unas ideas que al principio, por lógica, no las podía desarrollar porque le faltaba técnica; pero tenía un sentido del temple tan maravilloso, una intuición de la colocación tan estupenda, que cuando se hermanaba con un toro que le embestía su gusto resultaba formidable. Naturalmente, ya sé que me vas a decir que Belmonte no prodigaba eso mucho; te vuelvo a repetir que al principio le faltaba la técnica, pero luego fue adquiriendo esa seguridad que se consigue toro tras toro y, tampoco lo olvides, aprendió mucho al lado de tu tío José.
Los primeros años le cogían los toros hasta seis y siete veces por corrida, pero fue afianzándose en esa técnica de torear, que cuando lo hacía era un prodigio. Recuerdo haberle visto con siete u ocho toros que se han quedado en mi memoria imborrables.
—Ya conozco tu opinión sobre Belmonte, conozco también la de Belmonte sobre ti… Pero me hubiera gustado mucho conocer la de mi tío José sobre Belmonte.
—Mi hermano era tan buen aficionado como buen torero. Ya sabes el amor propio que tenía, que no le gustaba que nadie estuviera nunca por encima de él; cuando Belmonte toreaba perfectamente a uno de sus toros, José llegaba al hotel que se lo llevaba el diablo y no se podía ni hablar con él. Cuando se le pasaba me decía: “¿Te ha gustado la faena de Belmonte en ese toro?”. Yo le contestaba: “¿Cómo no me va a gustar, José, si lo ha toreado de maravilla?”.
Y me respondía: “¡Hay que ver! Es que el día que torea un toro bien, lo torea bien de verdad…”.

Joselito torea a la verónica en la plaza de Madrid

Belmonte habla de los Gallo:

Tras debutar yo como novillero en la feria de abril de Sevilla con ganado de Juan Belmonte, a los pocos días me invitó a torear unas becerras en el campo. Cuando acabó el tentadero fuimos a comer, y en la sobremesa me preguntó:
—¿Tendrás predilección por algún torero? Yo también la tuve, como todos… Siempre hay toreros que te gustan más que otros. ¿A ti cómo te gustaría ser? ¿Cuál es la meta que tú tienes?
Yo le contesté:
—Mire, Juan yo quisiera tener el temple de usted y el arte de Rafael el Gallo.
Y me replicó vivamente:
—¡Pues acabas con el toreo!
Desde ese día nos unió una gran amistad y nos tratábamos asiduamente. Así pude descubrir que, además de un gran torero, Belmonte era un extraordinario aficionado.
—Juan, ¿cómo fue mi tío José? –le interpelé un día-.
Me miró muy serio y me dijo:
—Te voy a contar una cosa que no se le puede contar más que al que es torero. ¿Cuántos toros le vi…?
—Miles.
¿Y cuántos le vi sin torear yo con él? Pues fíjate; jamás le pudo un toro a él; él les podía a todos.
—Yo quería tanto a tu tío José y él a mí, que siempre que coincidíamos en el mismo tren nos íbamos uno al apartamento del otro para hablar de toros. Veníamos una vez los dos de torear una corrida y como no le gustaba otra cosa que hablar de toros, le comenté que había leído en un periódico que mis partidarios y los suyos se habían dado de palos y había hasta heridos; y me dijo él: “Juan, este es el fuego que tenemos que cuidar nosotros mucho, porque si la gente cree que somos tan amigos en la calle, ya no vale; pues ellos creen que somos enemigos tú y yo tanto fuera de la plaza como dentro. Cuando lleguemos ahora a la estación, ya lo sabes, Juan, tú te vas por una puerta y yo por otra”. 
En otra ocasión le pregunté a Belmonte:
—Juan, ¿A quién ha visto usted torear mejor con el capote?
—Hombre, con el capote han toreado varios bien: he toreado bien yo, Gitanillo de Triana, toreas bien tú y algún que otro más; pero el mejor, con mucho a sido tu tío José; les hacía a los toros con el capote cosas que no he visto nunca; al sexto lance de capa los dominaba y los dejaba hechos un trapo; eso es torear.

Impresionante y arriesgado par de banderillas
 por los adentros de Joselito

Sé que el toreo con el capote es acaso de las suertes más difíciles; por una razón que voy a explicar: porque los toros salen completamente vivos y en esas arrancadas tan violentas, al no estar picados, dejarles las dos manos muertas y templarlos a la velocidad que el torero quiere… ¿puede haber algo más difícil? Puesto que una cosa es dar lances de capa sin ton ni son y otra torear, que es lo que con frecuencia tanta gente confunde. La prueba de esto es lo que me contestó Belmonte; que, en verdad, con el capote han toreado bien más que cuatro o cinco señores en toda la historia.

Yo conocía la gran predilección de Belmonte por Rafael el Gallo, de modo que le pregunté:
—Dígame, Juan ¿qué clase de torero ha sido Rafael el Gallo?
—Rafael el Gallo ha sido el inventor del toreo. Te lo voy a explicar: Lagartijo, dicen, que fue un fenómeno; Guerrita, muy poderoso; a los demás ya les vi yo y no me lo tuvo que contar nadie. Rafael el Gallo, ¡Rafael!, este inventó lo que se llama el toreo moderno, porque tú sabes que en aquella época se dedicaban más a lidiar el toro, no a torearlo, que es distinto. Cuando Gallito y yo llegamos al toreo, ya lo había inventado Rafael, que, además, ha sido el que mejor ha toreado de toda la historia.

Rafael el Gallo doblándose elegantemente con un toro 

En otra ocasión, en una sobremesa, sabiendo yo que Juan se sentía halagado cuando le recordaban su famoso toro de Concha y Sierra en Madrid, y conocedor además que Rafael el Gallo no le vio esa tarde, porque quienes alternaron con Juan fueron Gallito y Gaona, le animé:
—Juan, cuénteme, ¿es verdad que ese es el toro que mejor ha toreado en su vida?
—Tal vez sí.
Rafael me miró con cara de satisfacción. Belmonte empezó a recordar:
—Yo llevaba entonces unos días en que marchaba muy mal en Madrid, hasta el punto de que me quisieron romper una tarde el coche. La gente, enfurecida conmigo, me gritaba: “¡Vete!”. En fin, ya sabes tú lo que son estas cosas.
Aquella tarde, Gallito y Gaona se hincharon de hacer cosas. Yo, para colmo, estuve mal en mi primer toro. Pero salió el sexto, de la Viuda de Concha y Sierra, y armé un escándalo colosal.
Viendo que no continuaba, insistí:
—¿Y cómo lo toreó usted?
—Mira, hijo… Ya no me acuerdo. Sé que le di tal cantidad de pases que no veía más que al toro y me olvidé de que había gente en la plaza. Dicen que estos son momentos de inspiración… Si me preguntas cuántos pases le di y cuáles fueron…, francamente no te lo puedo decir.

Dos auténticos genios del toreo: Joselito y Belmonte

Al terminar se dirigió a mi tío Rafael, que había permanecido en silencio, escuchándole atentamente:
—Maestro… ¿Se acuerda usted del toro, también de Concha y Sierra, en Valencia, con su hermano y conmigo?
Y con la cara alegre, apartando la seriedad, contestó Rafael:
—También ese es uno de los toros que mejor he toreado yo en mi vida.
—Usted sabe –le dijo Juan riendo- que cuando usted toreaba bien a un toro me gustaba meterme con José; y en ese toro me acerqué a él y le dije: “Ya estamos yéndonos de aquí, que sobramos los dos”. Y fíjese que amor propio no tendría, y aún queriéndole también a usted, me echó en ese momento una mirada como para fulminarme. Y recuerdo, ¿a ver si se acuerda usted?, que le quitaron los caballos al coche y le paseó a usted la gente, tirando del coche por toda Valencia.
Rafael sonreía.

Joselito al natural. Revista La Lidia 1915

Estando Joselito en el hotel Palace madrileño le telefoneó Belmonte para advertirle:
—Me he enterado que hoy se van a reunir ahí, en el Palace los empresarios; porque dicen que cobramos mucho dinero y que a ellos no les dejas subir las entradas.
Joselito, desde el otro extremo del hilo, le contesta:
—Tú estate tranquilo, que estos no son capaces de reunirse ni para tomar café mientras yo esté aquí.
Bajó de su habitación y encontró a algunos de ellos en el hall; se detuvo unos instantes y les dijo:
—Señores, yo voy a Lhardy a tomar café; cuando vuelva y vea a los que estén aquí reunidos, les aseguro que con esos no toreo más en España.
Se marchó, dejándoles sorprendidos a todos.
Cuando Joselito regresó, naturalmente allí no había nadie.
Gallito era un torero amigo y entregado a otros compañeros, aunque siempre prevaleciera, en el terreno del amor propio, el orgullo y la convicción clara de ser el número uno». 

Algunos afirman que hoy se torea mejor que nunca. Nos cabe una duda: ¿Mejor o con mayor perfección técnica porque el toro actual lo permite...? 
Los toreros grandiosos de la historia lo habrían sido en cualquier tiempo. Cada época tuvo su torero -o toreros-, su toro, su toreo y hasta su público.

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