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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 20 de agosto de 2020

Abuso de la estadística / por Jorge Arturo Díaz Reyes

Pamplona fin de corrida

La verdad, la justicia y la virtud no son decisiones electorales. No pueden serlo. ¿Por qué sí, la legitimidad moral de la tauromaquia, rito ancestral, profundo, complejo, cuyas alegorías, liturgia, ética y estética, no están al alcance de todos? ¿Por qué debe quedar a su merced?

Abuso de la estadística

Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica Toro, Cali agosto 18 de 2020
El argumento más contundente contra las corridas de toros es que no gustan a la mayoría. Golpea como quizás el garrotazo de un cavernario.

Admitámoslo, cuarenta mil años después el mazo del cavernario ha sido reemplazado por la tecla “like” (me gusta), y su número aplasta.

Es la era digital. El poder en la punta del dedo. De todos y de cada uno. ¡Clic y ya! ¿Democracia extrema? ¿La que no pudieron sospechar los griegos, los revolucionarios dieciochescos franceses y norteamericanos, ni nadie hasta Bill Gates? Lo sería, creo, si el albedrío de los digitadores fuese inteligente y libre.

¿Lo es? ¿O ese fatal golpecito de tecla obedece condicionamientos culturales, prejuicios, instrumentaciones subliminales, pulsiones manipuladas? ¿Actúa siempre con sensatez la gente? ¿Elige siempre bien?

¿A sus políticos por ejemplo? ¿A Hitler en 1936 con el 99% de los votos y nueve años después Alemania en cenizas, cargando una culpa histórica y la mitad de su población muerta?

¿Lo hicieron cuándo crucificaron a Cristo por voto popular? ¿O antes, cuándo (según Nietzche), Zaratustra bajó de la montaña dispuesto a regalar la verdad a los hombres, la predicó en el primer pueblo que topó y fue rechazado y ridiculizado?

“Márchate Zaratustra… Hay acá muchos que te odian… suerte tuviste de que te tomaran a risa y en verdad has hablado como un bufón…” le amonestó el payaso de la torre.

“No me entienden. No soy la voz para estos oídos” --Dijo el santo a su corazón entristecido... y desengañado.

La verdad, la justicia y la virtud no son decisiones electorales. No pueden serlo. ¿Por qué sí, la legitimidad moral de la tauromaquia, rito ancestral, profundo, complejo, cuyas alegorías, liturgia, ética y estética, no están al alcance de todos? ¿Por qué debe quedar a su merced?

Así fuese que, igual a tantas otras cosas vigentes, no guste a la mayoría, y hasta que dicha mayoría (no solo unos cuantos intolerantes), quiera prohibirla. ¿Pero, la cantidad es el derecho?

Los países donde ofician corridas (y las execran), se dicen democráticos, pregonan libertad de culto, respeto a la diferencia y a la existencia de minorías, étnicas, ideológicas, etarias, de género, culturales, artísticas..., aún las incomprendidas.

Eso, que debe proteger a los pocos de los más, prevenir las avalanchas de la superioridad numérica, evitar segregación, guetos, montoneras, linchamientos, asonadas, genocidios, está contemplado en sus constituciones nacionales. 

El derecho de todos, los menos incluidos, es lo único que puede impedir que la democracia sea una pantomima, una dictadura de masas, un abuso de la estadística, como acusaba Borges... Pues el cavernario sigue ahí.

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