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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 26 de agosto de 2020

No vimos bastantes muertos / por Carlos R. Villasuso

La imagen de la muerte ha sido censurada por una sociedad hipócrita que no educa para ella, sino que hace hombre y mujeres para un mundo de dibujos animados. Una educación que oculta la gota de sangre porque sólo de esa forma es posible lograr que creamos a pies juntillas que nuestro mundo es el paraíso del progreso y el bienestar.

No vimos bastantes muertos

Artículo de opinión de C.R.V.
Mundotoro, 25 Agosto 2020
Nunca se olvida lo inolvidable. Uno de los recuerdos imborrables, culpable de tantas cosas de mi personalidad, fue eso que salió en la única tele de entonces con un torero pidiendo calma a los médicos y señalando de forma cabal y templada las trayectorias por donde le estaba entrando la muerte, ocupando el lugar que dejaba la sangre. En medio del caos y del terror humano de todos ante una cornada apocalíptica, un hombre decía: ‘abra lo que tenga que abrir, doctor…tranquilo’. No sólo no olvidaré esa forma heroica, calmada y cabal de afrontar la muerte de Francisco Rivera Paquirri, sino que, cada vez que me entran dudas sobre la validez del toreo, ese recuerdo acude a rescatarlo.

La experiencia de la vida moldea la personalidad de cada cual, y, teniéndome por alguien no carente de sensibilidad, puedo decir abiertamente que ese recuerdo es tan fuerte, arraigado, imborrable, como cualquier lance, faena, quite o suerte artística que haya visto. Es más, esos momentos son superiores en recuerdo y en lealtad. Había entonces una sola televisión y a través de ella entró en cada hogar de cada español y de fuera del país una forma de morir a la que ni la muerte estaba acostumbrada. Más allá de los recuerdos, imagino a la propia muerte sorprendida, avergonzada y hasta arrepentida de llevarse consigo a un hombre que supo hablarle así.

Había entonces una sola televisión y a través de ella entró en cada hogar de cada español y de fuera del país una forma de morir a la que ni la muerte estaba acostumbrada.

Más tarde, cuando los medios comenzaron a competir en basura, usaron estas imágenes de forma aberrante. Pero, en su momento, cuando la fiesta estaba devaluada con un cainismo interno de menosprecio, esas imágenes vinieron a rescatarla. A devolverle la dignidad, la seriedad, la visión de la muerte cierta y asumida.

Hoy, tantos años después, las gentes del toreo y hasta el toreo entero gestionan sus heridas y muertes acomplejados por la forma de ser social y por la forma de exquisitez mediática de la supuesta España del bienestar, que no soporta la imagen de la muerte.

La imagen de la muerte ha sido censurada por una sociedad hipócrita que no educa para ella, sino que hace hombre y mujeres para un mundo de dibujos animados.

Una educación que oculta la gota de sangre porque sólo de esa forma es posible lograr que creamos a pies juntillas que nuestro mundo es el paraíso del progreso y el bienestar. Ya los españoles creemos ese mantra pueril en donde la muerte no existe. Poner muertos y sus imágenes es morbo, es desagradable, es amarillismo, en barbarie y mal gusto. Eso henos hecho. Con el toreo. Y con la Covid19.

Pérez Reverte, que por dentro lleva, aunque él no lo sepa, el adn de la perspectiva de vida del toreo, escribió un artículo al que le copio el título. No vimos bastantes muertos. No. Se censuró a España la matadera de la pandemia en cada hogar y cada hospital, se prohibió la imagen de las morgues, de los palacios de hielo con los cuerpos congelados. Secuestrando esa imagen, este país y sus gentes salieron de una peste sin acabar reclamando botellones y los más jóvenes creyendo que aquí no había pasado nada.

Pérez Reverte, que por dentro lleva, aunque él no lo sepa, el adn de la perspectiva de vida del toreo, escribió un artículo al que le copio el título. No vimos bastantes muertos.

Como no pasa nada en cada cornada, en cada muerto, en cada porrazo de un toro. Si hemos hecho una sociedad de españoles que creen solo en lo que ven y se les ocultan los muertos, hemos hecho ya un toreo que oculta la imagen de su propia sangre. Porque la sociedad no quiere verla. Para que no haya morbo. Pero el morbo es un riesgo menor frente a la realidad de la perversión y adocenamiento de una sociedad que vive en un limbo inexistente: somos los intocables de la sociedad progresista, un mundo infalible en donde una peste pasa porque nunca pasa nada. Morir no existe porque no sale en la tele. Los muertos no existen porque son meras estadísticas y no existe pieza de imagen sobre ellas.

‘No nos han enseñado los suficientes muertos. Por eso todos los meses de tragedia y dolor no han servido para un carajo. Y aquí estamos. Acabado Agosto y puesto de coronavirus hasta las trancas. Protestando porque no nos dejan bailar en las discotecas’.

Ese filtro de hipocresía creciente que comenzó diciendo que la pandemia era cosa de chinos, luego que una gripe normal, luego que nos íbamos a contagiar poco, fue sustituida por el ocultamiento de las imágenes de los muertos. Un no pasa nada. Hemos hecho ya un país que da las gracias por seguir viviendo sin alterar su diario que hacer: está a salvo porque en la tele no le van a mostrar a sus muertos. ‘No nos han enseñado los suficientes muertos. Por eso todos los meses de tragedia y dolor no han servido para un carajo. Y aquí estamos. Acabado Agosto y puesto de coronavirus hasta las trancas. Protestando porque no nos dejan bailar en las discotecas’. Concluye Pérez Reverte

Esta es la España voluntaria de hoy que, por tanto, no admite que el toreo enseñe a sus muertos. Y nosotros hemos claudicado a esta perezosa hipocresía que trata de mostrar al toreo como un ballet mas o menos estético que nunca tendrá un final en donde un hombre trata de morir poniendo paz alrededor de su herida.

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