Mientras tanto, la plana mayor del empresariado taurino iba llegando: Diodoro Canorea, Livinio Stuyck, Pedro Balañá ( que representaba además a su socio Pablo Martínez “Chopera”), José Barceló, Andrés Gago, Alberto Alonso Belmonte… y gran cantidad de taurinos. El ambiente se asemejaba a un día de corrida grande.
Historia de una almohada
En este año de celebraciones, aniversarios y recuerdos, se cumple también medio siglo de una historia que fue clave para el desarrollo posterior de la fiesta de los toros. Un espectáculo que por entonces vivía una época de esplendor, desde que había aparecido en escena Manuel Benítez “El Cordobés”. Las plazas se llenaban de un público heterogéneo y apasionado y los empresarios cuidaban al mítico torero porque les suponía una garantía económica.
En los albores de la nueva temporada, año 1967, ya se habían cerrado muchas ferias y como en campañas anteriores el torero de Palma del Río era base imprescindible en todas ellas.
Pero en la mañana del día 1 de febrero de aquel año, a través del teléfono, se citaba a los medios informativos para una rueda de prensa urgente de Manuel Benítez. Personados en las oficinas que el diestro tenía en Córdoba, en la Avenida del Generalísimo (hoy Ronda de Tejares), El Cordobés comunicaba su decisión de retirarse del toreo. La noticia fue una bomba en todo el orbe taurino, ya que solamente en España tenía firmadas cerca de 120 corridas de toros. Y, para dar realismo y veracidad a su decisión, Paco Fernández, su mozo de espadas, le cortó simbólicamente la coleta.
La razón de aquella sorprendente decisión era surrealista: “Lo he consultado con mi almohada -reconocía el torero-. No sabría explicarlo, ha sido como una revelación, algo misterioso. Prefiero irme de la fiesta en pleno triunfo a tener que marcharme fracasado. Ahora gozo de la máxima popularidad. Tengo decidido no torear en absoluto en este año. Acaso el próximo tome parte en algún festival benéfico. Pero vestido de luces no pienso hacerlo jamás”.
Como es fácil de comprender, cuando esta noticia se divulgó se produjo un terremoto en el mundo de los toros. Se había ido el más popular, famoso y taquillero de los toreros. La base de todas las ferias. Además de en España, hubo reacciones de sorpresa y preocupación en Francia, Méjico y en los demás paises sudamericanos que celebran festejos taurinos. Todo estaba patas arriba. Ningún torero tenía el tirón de Manuel Benítez y la fiesta se resentiría, sin duda alguna, de manera gravísima. Aquello era el caos. Pero los principales empresarios no se resignaron, no dieron su brazo a torcer. No estaban dispuestos a perder su gallina de los huevos de oro y enseguida montaron su estrategia, cuyo primer paso fue ir a Córdoba para hablar directamente con el torero e intentar que diera marcha atrás en su inesperada decisión.
Y cinco días después, Córdoba se convertía en el centro de atención de los medios de comunicación de medio mundo. A las doce de la mañana, en el hotel Córdoba Palace, periodistas nacionales y extranjeros, fotógrafos, cámaras de televisión y hasta varios maletillas, montaban guardia a las puertas del hotel esperando la presencia del diestro. Mientras tanto, la plana mayor del empresariado taurino iba llegando: Diodoro Canorea, Livinio Stuyck, Pedro Balañá ( que representaba además a su socio Pablo Martínez “Chopera”), José Barceló, Andrés Gago, Alberto Alonso Belmonte… y gran cantidad de taurinos. El ambiente se asemejaba a un día de corrida grande.
Un botones indica al empresario de la Real Maestranza, Diodoro Canorea, que le llaman por teléfono. Al momento regresó indicando que el torero los esperaba en su finca “Villalobillos”. Y allá que se fueron pitando, en lo que se llamó la “peregrinación de los empresarios”.
Sesenta minutos más tarde, El Cordobés, acompañado de su abogado Manuel Núñez, su cuñado y apoderado, Juan Antonio Insúa, sus hombres de confianza Luis González, Rafael Piédrola y Antonio Hernández, su banderillero Pepín Garrido y su mozo de espadas, Francisco Fernández, recibía a los empresarios. Menos de una hora duró la reunión y terminado el cónclave, el empresario de la plaza de Las Ventas de Madrid, Livinio Stuyck, anunciaba, lleno de alborozo, que el torero había dicho que si, que se lo había pensado mejor y anulaba su decisión de retirarse del toreo. Su abogado, había redactado un comunicado oficial, del que se hicieron algunas copias a máquina para repartirlas entre los periodistas presentes. El torero declaraba que había reconsiderado su postura: “Mi responsabilidad es tremenda. He comprendido que tienen razón. Me debo a los demás y no a mí mismo. Reconozco que obré un tanto ligeramente, pero es que tenía decidido no volver a torear. Me ha costado mucho decir ahora que sí”.
En principio se acordó quemar la almohada que había tenido la culpa de aquellos acontecimientos que tuvieron en vilo al toreo, pero El Cordobés quiso guardarla como recuerdo y en la funda de la misma firmaron todos los presentes, proponiéndose subastarla para un fin benéfico. Al diestro le pareció bien y él mismo ofreció doscientas mil pesetas como primer postor para iniciar la subasta, quedando finalmente, como no podía ser de otra manera, en su poder. Como estuvo ya, a partir de ese momento, la vara de mando del toreo.
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