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Por su interés reproducimos el texto íntegro de las palabras pronunciadas por el periodista Javier Hurtado en honor de Dª Esther Hernánz, madre del malogrado matador de toros Víctor Barrio que entregara su vida en la fatídica corrida de Teruel.
Fue el pasado 2 de Abril, en la Sala Antonio Bienvenida de la Plaza de Las Ventas, con ocasión del reconocimiento que ofreció a Dª Esther el Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida materializado con la entrega del galardón "Antonio Bienvenida" a los Valores Humanos.
Si la muerte del torero Víctor Barrio conmovió a la sociedad, también resulta conmovedora la actitud de dignidad y entereza de ánimo con que su madre asume su tragedia y la forma de afirmar y defender los valores por los que su hijo murió.
Javier Hurtado, Miguel Mejías "Bienvenida", Esther Hernánz, Eva Peña, Andrés Amorós, y Juan Lamarca
"...Esther, la madre de Víctor, desde que despidió a su hijo, está demostrando ser mujer fuerte, ecuánime ante la desgracia, de fortaleza y dominio sobre su propia sensibilidad. Acude a los actos que memoran la figura de Víctor y habla con serenidad, conocimiento y orgullo del toreo y del hijo cuya sangre derramada en la plaza de Teruel vivifica y proyecta hacia la Tauromaquia hacia el futuro..."
A Esther
Javier Hurtado
Periodista Taurino de TVE
Estoy seguro de que la mayoría de los aquí presentes ha tenido experiencias vitales dolorosas a lo largo de la vida. La pérdida de un ser querido en la infancia, el padre, la madre, un hermano, un hijo… Yo pasé por esa situación. Perdí a mi madre con 10 años y aprendí enseguida que los chorros de la vida y la muerte nos son ajenos y desoyen nuestras súplicas. La muerte no elige ni aún para los elegidos. Se presenta cuando lo estima oportuno, siega y se va. Y aquí no ha pasado nada: nada para ella, ni para casi nadie, aunque al final todos acabemos sellando nuestro pasaporte en su aduana.
Aquella temprana y triste experiencia me indujo en los años de estudiante a interesarme por la filosofía y conocí la obra de Michel de Montaigne, escritor y filósofo de ascendencia española, su madre era de la zona de Aragón. Y tiene escrito Montaigne que toda sabiduría se reduce a enseñarnos a no temer la muerte. Citando a Horacio, se preguntaba cuantas maneras tiene la muerte de sorprendernos, ya que nunca podemos prever suficientemente los peligros que nos acechan a cada instante. Podemos morir de la manera menos imaginada, de la más absurda e inverosímil porque la muerte, de no estar anunciada por una agonía, sucede de la manera y en el momento menos esperado o pensado, su sombra siempre nos acompaña.
Pero Montaigne no proponía temerla, sino enfrentarla y combatirla, sabiendo precisamente que a cada rato, en cualquier lugar puede suceder. Dado que la muerte es segura y su momento incierto, recomendó vivir según señalaba también Horacio (Carpe Diem): como si cada día fuera el último. Y puesto que como desconocemos dónde va a sorprendernos aconsejaba esperarla en cualquier lugar, porque lo único que nos separa de ella es el tiempo.
Pero puestos a elegir, ¿Hay algo mejor que morir haciendo lo que a uno le gusta? En su razonamiento precisa Montaigne que “sea cual sea el momento en el que nuestra vida termine, estará completa pues la utilidad de vivir no está en su duración, sino en su uso: hay personas que viven largo tiempo pero viven poco. El vivir bastante es algo que depende de nuestra voluntad, no del número de años”.
Como decía, refresqué las reflexiones filosóficas del filósofo francés después de la muerte de Víctor Barrio, retrotrayendo en paralelo a la memoria lo sucedido en Teruel y recordé a Morenito de Aranda llorando desconsolado, igual que a los miembros de la cuadrilla de Víctor; se me representó el rostro de incredulidad de Curro Díaz con la mirada dirigida hacia su propio ensimismamiento, la confusión reinante, la falta de información por parte de la autoridad competente, del equipo médico de la plaza, porque todos los que estábamos en el secreto nos negábamos a admitir la cruel realidad de lo sucedido.
Todo lo que ocurrió luego, los días de general consternación y duelo, el entierro, la corrida de Valladolid en su memoria, los actos que continúan organizándose apuntalan mi convicción de que Víctor ya tiene un lugar preferente en la Tauromaquia; al abordarle la muerte en el ruedo por el asta de un toro, ha entrado en ese reino de los elegidos con todos los laureles, heroísmos y apoteosis pues no hay más muertos que los que permanecen y se conservan en la memoria de los vivos.
No se me olvida que Michel de Montaigne también refleja en sus razonamientos que para el que fallece, siempre es mejor la muerte inesperada y rápida que una lenta y dolorosa. No así para la familia y allegados y sin parangón para la madre quien, a raíz de la pérdida del hijo entra en el ámbito del desconsuelo y en su interior se juntan sensaciones de dolor, aflicción, rabia, miedo, un conglomerado de emociones cambiante porque para una madre la muerte de un hijo, en buena medida, es la pérdida del futuro, de la esperanza y los sueños.
Se le llama viuda a una mujer que pierde a su marido, se le llama viudo a un hombre que pierde a su mujer, huérfano decimos de un niño o niña que pierde a sus padres, pero no existe una palabra que describa a un padre o madre que pierden un hijo. No hay definición ni consuelo para ese hondo pesar. La única manera de enfrentarlo es pasando por él.
Y Esther, la madre de Víctor, viene haciéndolo desde que despidió a su hijo. Está demostrando ser mujer fuerte, ecuánime ante la desgracia, de fortaleza y dominio sobre su propia sensibilidad. Acude a los actos que memoran la figura de Víctor y habla con serenidad, conocimiento y orgullo del toreo y del hijo cuya sangre derramada en la plaza de Teruel vivifica y proyecta hacia la Tauromaquia hacia el futuro.
Hay un cuento escrito por los autores norteamericanos Robert Fisher y Beth Kelly titulado La Más Pequeña De Las Mariposas en el que la protagonista principal es una mariposa que sólo dispone de un día de vida. Con ayuda de otro personaje llamado Torpón, fantasea y viajan a la isla de Bali, en Indonesia. Allí ven estatuas de piedra dedicadas a diversos dioses y diosas. Torpón le dice a la mariposa que repare en una enorme escultura de piedra que representaba una mariposa grande.
- ¿”Por qué han hecho los balineses una estatua de una mariposa?” pregunta La Más Pequeña De Las Mariposas.
- Torpón responde que para los antiguos balineses la mariposa era un símbolo de inmortalidad al que adoraban.
- La Más Pequeña De Las Mariposas opinó que los balineses debían tener bastante sentido del humor, porque las mariposas, precisamente no viven mucho tiempo y algunas, como iba a ser su caso, viven menos que eso. Se preguntó entonces si habría alguna vez una mariposa que viviera para siempre.
- “Sin duda alguna, una mariposa de piedra”, respondió Torpón.
- “Pero una mariposa de piedra no puede sentir realmente nada”, comentó la Mariposa Más Pequeña y pensó: “Prefiero sentir todas las emociones aunque sólo tenga un día para vivir”.
- Torpón remató: “¿Sabes? Quizá para los balineses la mariposa es el símbolo de la inmortalidad porque incluso cuando su cuerpo se ha ido, su belleza perdura para siempre”.
La estatua de Víctor en Sepúlveda y otras que puedan alzarse en otros lugares, así como el preclaro pensamiento que nos dejó, instándonos no a defender la Tauromaquia sino a enseñarla serán, sin duda, alegorías que evocarán su recuerdo de manera permanente.
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