- Los aficionados y la crítica se dividieron ante la tarde que marcó su cénit en Madrid en el San Isidro de 1979
Desde que tomó la alternativa en Barcelona, en el verano de 1966, su nombre figuró en todas las ferias, los triunfos se repetían hasta colocarse a la cabeza del escalafón. Sin embargo, todo el fervor popular que despertaba se contrarrestaba con la exigencia de los aficionados y críticos, que nunca llegaron a entregársele de forma incondicional.
La temporada de 1979 resultó la más importante de su carrera, la que definió su cénit como figura del toreo. En Madrid lo midieron siempre, llevaba dos temporadas sin comparecer ante la cátedra de Las Ventas, y su presencia en dos tardes despertó una gran expectación.
Llegaba a San Isidro tras abrir la Puerta del Príncipe de la Maestranza. El 27 de abril de aquel 1979, ante toros de Juan Pedro Domecq, Paquirri imprimió a su irrenunciable entrega el temple. Las crónicas hablaban de apoteosis, del valor, del dominio... y también de despaciosidad e inspiración.
Imponente torrestrella
En Madrid, plaza en la que ya había disfrutado del triunfo -tres veces salió a hombros en San Isidro y la Beneficencia de 1969- cortó una oreja el 23 de mayo, pero la que sus más acérrimos admiradores califican de cumbre, fue al día siguiente. El 24 de mayo se anunció con El Viti y Palomo Linares con toros de Torrestrella. Una de las tardes de mayor expectación. Lleno hasta la bandera.
El éxito llegó ante el sexto, un imponente toro de Torrestrella de nombre «Buenasuerte», al que Paquirri le cortó las dos orejas. ¿Fue la mejor faena de Francisco Rivera? Para unos sí, para otros no tanto. Lo cierto es que aquella tarde lo colocó de forma indiscutible en lo más alto del toreo.
En ABC, reconociendo los méritos del torero, su crítico Vicente Zabala puso muchos matices a su triunfo. La crónica reconocía la seriedad de la corrida que envió Álvaro Domecq, «al estilo de Bilbao», y la ambición de Paquirri, «no se le iba la tarde», si bien, a juicio del periodista, «anduvo más reposado en su primero que en el segundo», el famoso «Buenasuerte».
A este astado, que «se le vino arriba en la muleta repitiendo con enorme rapidez», se le premió con la vuelta al ruedo. Para el crítico excesiva, lo mismo que la segunda oreja que paseó el gaditano en triunfo y a hombros.
Lo que sí ensalzó Zabala fue la seguridad con la espada en la suerte del volapié: «Mata a los toros por arriba. Es un gran estoqueador. Hay majeza y gallardía en esta olvidada y fundamentalísima suerte». Otra cosa era el juicio con capote, banderillas y muleta, «el toreo es sosiego y armonia», mientras consideraba más justa la oreja que consiguió de su primero que las dos de su «Buenasuerte».
En cualquier caso, al crítico de ABC no le dolieron prendas a la hora de reconocer le mérito de lo diestros que están arriba: «Hora es de romper con la idea, falsa y demagógica, que presenta a las figuras del toreo como unos capitalistas hijos de papá que están ahí por enchufe o recomendación».
A favor o en contra, Paquirri y «Buenasuerte», no dejaron indiferentes a nadie.
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