El acuerdo animalista no le va a salvar la vida a ningún toro. Por el contrario, va a promover la extinción de toda la raza del toro bravo en el país, que no tendrá ya razón de ser.
Toros sin toros
ANTONIO CABALLERO
Semana / Bogotá, 14 Junio 2020
La lidia de un toro en la corrida consta de tres partes, llamadas tercios: el tercio de varas, el de banderillas y el de muerte. El Concejo de Bogotá acaba de aprobar un acuerdo que prohíbe las varas, las banderillas y la muerte del toro. Con lo cual prohíbe las corridas de toros.
Pero los concejales, a sabiendas de que no tienen la autoridad legal para prohibirlas, que pertenece al Congreso, astutamente le hacen el quite a la ley escudados en el argumento hipócrita de que simplemente las están “desincentivando”. No las prohíben enteras, oh, no: solo prohíben las tres partes que las componen. No prohíben la música de la banda, ni la venta de entradas a la plaza (aunque les recargan el doble de los impuestos que pagan, por ejemplo, las entradas para el cine). Y sin embargo parece ser que hubo entre ellos agitadas discusiones y fuertes desacuerdos. Pero no sobre la prohibición de la fiesta misma, con todas sus consecuencias estéticas, éticas, sociales, económicas y laborales; sino solo sobre la prohibición de acompañarla “con el consumo de bebidas embriagantes”. Al final ganaron los partidarios del trago. De manera que en la plaza de toros se podrá tomar trago, pero no ver toros. Se llamará entonces, supongo, plaza de trago.
Dicen los animalistas impulsores de la prohibición que no es por castigar o impedir los placeres ajenos: el gusto que tenemos los aficionados por el rito y el espectáculo, por la fiesta y la belleza del combate entre el hombre y la bestia, para ponerlo en los términos más extremos. No en la cursilada de la “persona humana” y la “persona animal sintiente”. Dicen que no es por eso, pero a menudo se les escapa su beatífica condena del “placer elitista”: placer de ricos, y en consecuencia censurable.
Pero sinceramente no creo que sean tan deliberadamente ciegos como para no haber visto nunca al público que va a los toros. ¿Creen de verdad que el gentío que abarrota las 15.000 localidades de la plaza de Santamaría está integrado solo por millonarios? ¿Que hay 15.000 millonarios en Bogotá, sin contar los de Cali o Manizales, o los de las docenas de plazas de pueblo de todo el país, fijas o portátiles? El politiquero populachero Gustavo Petro, cuando era alcalde, se inventó la falacia malvada de que “desde la comodidad de (nuestras) fortunas” los aficionados a los toros estábamos enviando a la muerte a los novilleritos que protestaban en huelga de hambre contra su arbitraria decisión de clausurar la plaza de toros de Santamaría, impidiendo que ellos pudieran entrenarse para encontrar trabajo en su oficio. Hay ricos, sí, en el mundo de los toros: empresarios, ganaderos, matadores: las primeras figuras del toreo. Como en el mundo del cine son millonarios muchos actores, y la mayor parte de los productores, y los dueños de los teatros. ¿Y es ese un motivo para prohibir la exhibición de películas de modo que los ricos no puedan ir a verlas?
Prohibida por “desincentivación” la muerte del toro, ¿habrán pensado los animalistas qué hacer después con los toros así toreados? Se lo preguntó en un programa periodístico el torero Moreno Muñoz a la animalista Andrea Padilla, concejala impulsora del astuto acuerdo. ¿Los van a adoptar hasta que mueran de viejos? Y ella dijo, magnánima: “Son costos que hay que asumir”. Pero no dijo quién.
Lo más estúpido del asunto es que el acuerdo animalista, aun si no es declarado ilegal por la Corte Suprema, que en muchas ocasiones ha proclamado ya la legitimidad de las corridas de toros en Colombia, no le va a salvar la vida a ningún toro. Por el contrario: va a promover la extinción de toda la raza del toro bravo en el país, que si desaparecen las corridas no tendrá ya razón de ser. Y, de paso, va a hundir en la miseria a los miles de personas que viven de ellas: matadores, picadores, banderilleros, ganaderos y vaqueros de las ganaderías, monosabios y areneros de la plaza, revendedores de entradas, entrenadores de las cuadras de caballos, vendedores de sombreros y de cojines a la entrada de los toros... Como dice la concejala Padilla, movida por su amor por los animales:
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