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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 3 de septiembre de 2020

El pito del sereno / por Paco Delgado


Tras el desaguisado de El Puerto, la suspensión a última hora de los festejos anunciados en Alcalá de Henares evidencian bien a las claras la falta de fuerza y organización del sector taurino, chivo expiatorio de unos y otros.

El pito del sereno

Paco Delgado
No pasa el mundo del toro por su mejor momento, desde luego. Y aunque el mal es general, el sector taurino parece que últimamente genera mal fario y sobre él se concentra el desahogo de las calamidades de otros muchos. Pero lo peor es que nadie parece poner fin, o freno, al menos, a esta situación.

Seguro que la temporada de 2020 pasará a la historia como una de las mas negras y desastrosas, y hay que retroceder hasta la infausta guerra civil española para encontrar un período tan aciago como este. Y, ojo, que si hace ochentaytantos años fueron casi tres las campañas perdidas, quedando esquilmada la cabaña brava, con el maldito coronavirus parece que el desastre va también para largo y la cosa no acabará con el año.

Lo malo es que nadie parece tomar cartas en el asunto ni, nunca mejor dicho, al toro por los cuernos. Es mejor esperar a verlas venir. No hay quien se decida a intentar plantear no ya remedios de urgencia -ya se ve que desde dentro se están cargando todo lo que se mueve- sino planes de viabilidad para un futuro tan cercano que ya está a la vuelta de la esquina. De tres meses. Y seguimos empantanados.

El último revés sufrido, la prohibición de los festejos anunciados en Alcalá de Henares, deja clara una cosa. Bueno, no. Varias. La primera es que se está tomando al mundo del toro a pitorreo. Se permite la celebración de conciertos -en la misma ciudad madrileña se dieron varios cuando se ordenó suspender las corridas, y lo mismo sucedió en El Puerto y en otros puntos de nuestra geografía-, la realización de espectáculos, el llevar a cabo manifestaciones y concentraciones reivindicando esto o aquello, la gente se agolpa para festejar el ascenso de su equipo, para ver pasar a los ciclistas o para ir a tomar copas, pero las corridas de toros hay que suspenderlas. Y eso que se están tomando unas extraordinarias medidas de seguridad y protección contra el contagio. Pero ni por esas. Si hay que hacer un alarde, vamos a cargarnos una corrida, que eso da vitola de progresía y modernidad, claro que sí.

Tras el desaguisado de El Puerto, la suspensión a última hora de los festejos anunciados en Alcalá de Henares evidencian bien a las claras la falta de fuerza y organización del sector taurino, chivo expiatorio de unos y otros.

Pero si la política, en conjunto y sin distinciones ni colores, está demostrando carecer de criterio, sentido, responsabilidad y hasta vergüenza -¿cómo se puede dejar caer un sector que da trabajo a mas de doscientas mil personas, que rinde a las arcas estatales una suculenta tajada sólo en concepto de IVA, que mueve a millones de personas, que da origen a un ecosistema único y a una especie asímismo singular, etcétera, etcétera? ¿Cómo se puede suspender por miedo al qué dirán unos festejos que has autorizado y que tienen todo en regla?-, yendo, como siempre, a lo suyo, sin importar, en el fondo, un comino el bien común, el taurineo está dejando ver a la vez su falta de casi todo.

Para empezar no hay soporte estructural ni, en realidad, sistema coyuntural de negocio. Cada uno va a la suya y primando el día a día, sin visión de futuro ni espíritu empresarial más allá de llevarse lo que sea y cuanto antes. Defectos de no poca envergadura que se agravan cuando se comprueba que no importa el que caiga la base que sostiene a tan débil tinglado; mientras los que, todavía, andan con cierto desahogo consienten que se hundan más y mas los menos favorecidos, la salvación parece pura utopía, resolviéndose todo con parches de tente mientras cobro.

En tanto no haya una mentalización colectiva de la urgente necesidad de organización, unidad y gestión lógica, sensata y eficaz, no es de extrañar que al toreo se le siga teniendo por aquel pito del sereno (al que nadie hacía caso hasta que acabó desapareciendo) y, poco a poco, pero sin desfallecer, se vaya haciendo camino en pos de su extinción.

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