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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 15 de septiembre de 2020

La cobardía de los fuertes / por Paco Mora


Más dura será la caída de las figuras y los empresarios de plazas grandes que no han respondido al envite ni han hecho un gesto para que el toreo salga del letargo a que lo tiene sometido la Covid-19...

La cobardía de los fuertes

Paco Mora
AplausoS / 15 DE Sptbre. 2020

A estas alturas de la fallida temporada taurina, si exceptuamos el paso al frente de Enrique Ponce, que ha confirmado su catadura de gran caporal de la Fiesta de los últimos treinta años con absoluta entrega a su profesión, es necesario decir sin rodeos ni timideces que si las demás figuras no han respondido al envite brillando por su ausencia, más dura será la caída para ellos. Así como los empresarios de las plazas de máxima categoría, que no han hecho ni un gesto para que el toreo salga del letargo a que lo tiene sometido la Covid-19, puede que tengan que soportar el desprecio de toreros, público y prensa -que algo debe decir también de todo esto- cuando pase el turbión y quieran abrir las puertas de sus plazas. Plazas cerradas a cal canto por falta de valor para aceptar el riesgo económico que exige un momento como el que actualmente vive el país.

Porque analicemos: en los cosos en que se han celebrado corridas de toros adaptándose a las normas exigidas por las autoridades sanitarias, no ha ocurrido nada. No se han producido contagios y gracias a las plazas de tercera categoría y a Ponce y unos cuantos matadores que le han acompañado en su meritoria aventura podemos decir que la Fiesta sigue. ¿Que no se ha ganado dinero en los espectáculos citados? Eso era de esperar, y por eso las empresas que han aceptado el reto de abrir las puertas de sus plazas y los toreros que han conformado sus carteles merecen todo nuestro respeto y admiración. Porque hay momentos en la vida en los que es más importante el fuero que el huevo, y este es uno de ellos y quizás el más difícil que ha tenido que afrontar el toreo en toda su larga historia.

En los cosos en que se han celebrado corridas de toros adaptándose a las normas exigidas por las autoridades sanitarias, no ha ocurrido nada. No se han producido contagios y gracias a las plazas de tercera categoría y a Ponce y unos cuantos matadores que le han acompañado en su meritoria aventura podemos decir que la Fiesta sigue

Loor y respeto también para los toreros que se han pasado los toros por los muslos sabiendo que no se llevarían a casa nada más que la satisfacción del deber cumplido, y como máximo los gastos de desplazamiento y el pago de las cuadrillas. Eso se llama amor y entrega a la Fiesta. Los modestos empresarios que han dado el paso adelante merecen el reconocimiento de la afición, de los toreros y del público, que cuando esto pase, que pasará porque no hay que mal que cien años dure… ni cuerpo que lo resista, debe premiar su esfuerzo actual con una mayor atención a sus taquillas. Bien se lo han ganado. Como se han ganado los santones de la empresa –los que no dan puntada sin hilo y juegan siempre a ganar- la puesta de espaldas a sus negocios, cuando ya haya pasado el tiempo de las vacas flacas, y traten de aprovechar que las circunstancias juegan a favor de sus bolsillos.

Solo uno de esos grandes empresarios, que tiene en sus manos Madrid, Nimes y Valencia –nada menos- ha sido capaz de jugar contra corriente y demostrar que la tauromaquia es algo más que un simple espectáculo, y merece esfuerzos y sacrificios por mantenerla viva en la medida de lo posible. Me refiero, como habrán adivinado, a Simón Casas, que, para mayor inri de los lobos camastrones, que no tienen más Dios que la taquilla, por mucho que retuerzan el argumento, es ciudadano francés y no cecea ni escupe por el colmillo para parecer más taurino.

En cuanto a los empresarios, hacer declaraciones de amor al arte del toreo desde la retaguardia, donde no silban las balas de la ruina, es fácil. Lo difícil es ponerse en primera línea de fuego y jugarse parte de lo que se ha ganado en los tiempos en los que en sus plazas y en sus ferias llovía el maná de los billetes de banco

Es de esperar que cuando salgamos de esta noche negra de la Covid-19, los toreros que llevan público a las taquillas tendrán muy en cuenta la realidad a que nos referimos y premiarán a los jóvenes y modestos empresarios con cachés más soportables que los que manejaban antes de la pandemia. Ponce lo está haciendo, y Emilio de Justo y algún otro matador que han puesto por encima de todo su amor a la Fiesta, también. Porque hacer declaraciones de amor al arte del toreo desde la retaguardia, donde no silban las balas de la ruina, es fácil. Lo difícil es ponerse en primera línea de fuego y jugarse parte de lo que se ha ganado en los tiempos en los que en sus plazas y en sus ferias llovía el maná de los billetes de banco, en ocasiones en lujuriosas cantidades…

Si algo bueno ha tenido la Covid-19 es que les ha obligado a enseñar el cartón a los que sacan pecho cuando la suerte viene de cara, y se esconden como conejos cuando nieva o diluvia en las taquillas.

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