'
Pedro Haces aboga por las corridas incruentas
El político sindicalista, con parte en la sociedad de Simón Casas y, por tanto, en Plaza 1, es la mano derecha de la presidenta antiespañola.
Pedro Haces: un torpedo en la línea de flotación del toreo
Marco Antonio Hierro
Que el empresario y político sindicalista mexicano Pedro Haces, que tiene parte -por mínima que sea- en la sociedad de Simón Casas, sea la mano derecha de la presidenta Claudia Sheinbaum debería ser una gran noticia para la tauromaquia. Que un personaje con intereses dentro del mundo del toro alcance posiciones privilegiadas en la política debería significar, por convicciones y valores, una defensa de esa actividad ante quienes pretendan atacarla. Debería ser un garante para la celebración en libertad de los espectáculos que siempre han tenido una presencia cultural en el país azteca. Su rango y posición debería asentar la fiesta en un país donde los golpes que recibe son brutales. Pues no; el otrora llamado Don Bull se dedica a mandar mensajes apocalípticos para fomentar la creación de las corridas incruentas. De ahí a la desaparición o -lo que es peor- la ridiculización del espectáculo, va un paso.
Porque hemos hablado de lo que debería, pero ahora hablaremos de lo que Pedro -qué siniestra casualidad- Hace(s), que no es otra cosa que adaptar su discurso a lo políticamente correcto para entrar en los postulados de su jefa. La señora Sheinbam, conocida por exigir a España que se disculpe públicamente por lo que cree que hizo Hernán Cortés, no comulga demasiado con un rito que llegó a aquellas tierras de la mano, precisamente, de los exploradores españoles y cuantos fueron con ellos -y se mezclaron con los nativos, por cierto, al contrario que los anglosajones elitistas que ahora piden que comamos tofu-. Pero Don Bull no ceja en el empeño de utilizar esa premisa de su ama para volver a la carga con la destrucción del rito sacrificial del toro bravo eliminando su sacrificio. Nada más que 17 años lleva haciéndolo, el hombre.
Recordará el lector aquella charlotada de Tijuana, que convirtió en tímida incursión el verdadero objetivo de aquel despropósito: abrirse camino en los Estados Unidos de América, donde Don King dominaba el mundo del boxeo y Pedro Haces, ávido de notoriedad y oportunismo, quiso convertirse en Don Bull. No sé si ahora reniega de aquel apelativo, pero después del chaleco de velcro que le colocó a los animales -infames de presencia, por supuesto- para que se le ‘pegasen’ las banderillas encima, en una desafortunadísima y ridícula pantomima digna de los Monty Phyton. Y hubo toreros que se prestaron a aquello, por más que ahora se den cuenta del desaguisado causado en la fiesta, dejando unos polvos que ahora traen estos lodos.
Es verdad, sin embargo, que no siempre ha sido tan funesto, el tal Haces, para el toro. Fue él quien se encargó de organizar corridas de toros en Texcoco cuando se prohibbieron en La México, y también fue él quien propuso la idea de construir una nueva plaza de toros en la capital del país, apoderó a toreros y llegó a comprarle a Simón Casas parte de su sociedad, constituyendo buena parte del capital mexicano que recibió el coempresario de Madrid hace dos años y que significó la inclusión de varios matadores y novilleros aztecas en la programación madrileña.
Nada tiene que ver Simón -que ya tiene 80 años vividos para el toreo- con este sujeto, pero debería guardarse de sus consejos, si es que los hubiere. Porque tras el discurso ‘comprable’ de que es «urgente que la Fiesta se adapte a los tiempos actuales si es que deseamos preservarla», o que la desaparición de la tauromaquia «no sólo implicaría la pérdida de una tradición centenaria, sino también de la pérdida de miles de empleos y por lo tanto generará un impacto negativo y significativo en la economía de numerosas comunidades que dependen directamente de esta actividad y de las que se generan en torno a ella a lo largo y ancho del país», podría alzarse orgullosa la defensa de la fiesta contra los ataques. Podría levantarse una barrera que indicase las líneas que nunca debería atravesar la fiesta del toro. Pero no: la que él llama ‘modernización’ de la fiesta es un vulgar sainete sin fondo, ni sentido, ni sensibilidad. Muy acorde con el discurso de su patrona, vaya.
Pero todo ello pone en un brete inmisericorde a la tradición de un país donde siempre se vivió el toro con auténtica pasión y ahora aguarda con cierto temor cada nueva embestida de quienes quieren abolirla. Y perder México, señores del toro, sí haría brotar el mensaje más apocalítico que podría emitirse: sería el primer paso para el principio del fin.
Cultoro / 27.XI.2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario