Durante esa larga noche, el recuerdo de la inundación ocurrida por la pantanada en 1982 había pasado por las cabezas de quienes la sufrimos rememorando imágenes desoladoras. Entonces el río rebosó su cauce por la zona baja del término municipal sumergiendo la ciudad poco a poco sin llegar a alcanzar los barrios más altos. En esta ocasión la avenida ocurría por la parte superior, anegándolo todo con una voracidad inesperada. Vehículos arrastrados y amontonados, muros derribados, comercios destrozados, mobiliario urbano desaparecido, casas arrasadas, hogares perdidos. Nada se salvó, ni una calle, ni una tienda, ni una dependencia. El dramatismo era mucho mayor de lo que se podía haber imaginado.
Salimos a la calle y no había nadie salvo nosotros mismos. El olor del lodo húmedo impregnaba el ambiente. Sólo nuestros propios pasos incrustándose en el fango rompían el extraño silencio. Entre los vecinos apenas cruzábamos palabras, únicamente miradas incrédulas y apocalípticas que lo decían todo. Lo primero fue comprobar el estado de familiares y amigos. Lo siguiente buscar los coches e inspeccionar en qué condiciones habían quedado bajos y garajes. El barro lo había cubierto todo.
Fue una jornada durísima, como lo fue el día siguiente en el que continuábamos solos, sin cobertura telefónica y muchos sin electricidad y sin agua. Cada cual limpiaba a su aire pensando que quedaba por delante una labor eterna, infinita. El tercer amanecer trajo un pequeño destacamento de la UME y a los primeros voluntarios, y los trabajos se agilizaron el fin de semana siguiente con una marabunta solidaria entrando en la población, y las faenas cogieron un ritmo inusitado.
Poco a poco se ha ido limpiando casi todo aunque un mes después todavía queda mucho por hacer. Aún hay barro, trastos y coches inservibles invadiendo las calzadas. No funcionan los ascensores. Los garajes subterráneos permanecen sucios y sin luz. El 90% del parque automovilístico local ha quedado para el desguace. La mayoría de comercios permanecen inactivos porque no hay quien los arregle.
El panorama es desolador y después del duro desgaste físico llega el emocional. Ahora la cabeza le da vueltas a cómo saldremos de ésta económicamente. Muchos han perdido su medio de transporte para ir al trabajo, hay quien se ha quedado sin su negocio, y otros sin empleo. Resulta inevitable que que la mente no pare y que evalúe los desembolsos que se podrán asumir.
Entre esos gastos están los destinados al ocio, y los toros son parte de ellos. Como todo el mundo taurino sabe, Algemesí organiza la feria de novilladas más antigua de la historia y posee una plaza única de madera que se monta cada año para su celebración. Toda la materia prima es propiedad de los peñistas de los 29 carafales que lo conforman, gente que, hasta el momento, ha estado preocupada por sus pertenencias y que ahora ha empezado a comprobar el estado de los tablones y troncos del coso taurino. Como es evidente, en mayor o menor medida todas las peñas han sufrido mermas de un material específico y caro, lo que aumenta las preocupaciones de los aficionados.
Con más gastos y menos empleo, es lógico pensar que el año que viene la venta de entradas y abonos pueda decaer. Con más gastos y menos empleo, es lógico pensar que algunos peñistas puedan tener dificultades para renovar el maderamen afectado. Después de la riada de agua llega la riada económica.
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