La fiesta a lo largo de la historia se ha visto embestida permanente; en ocasiones se ha llegado a prohibir totalmente por considerarla contraria a los principios y valores religiosos y de vida; es decir, no es un hecho nuevo actuaciones en contra de la vigencia de la Fiesta, solo que ahora en este remolino de modernidad en el cual giramos sin detenernos y dándole peso a los nuevos principios y valores de la vida, se aprovecha cualquier medio para desprestigiar un espectáculo de profundas raíces seculares plantadas en lo más hondo de la cultura de un buen número de pueblos ibero americanos.
La cultura, como cualquier evento humano, tiende a desaparecer en la medida de los cambios en el pensamiento y la visión de la vida en el contexto de una evolución que ha llegado a deformar hasta los más elementales valores de la existencia humana. Con base en esta vorágine los anti taurinos han sabido propiciar una escalada publicitaria de la mano de las nuevas formas de comunicación y de la libertad para expresar sus sentimientos en un entorno donde toda manifestación “en favor” de los animales resulta bien vista. Recurren a la publicación de rebuscadas imágenes con las cuales impactar de manera negativa en el sentido humano–animalista del hombre de hoy, convirtiéndose en símbolo de una trama fraguada a la vera de la doble moral con la cual hacen vista gorda de los mataderos industriales, la caza, la pesca, las peleas de perros y un sinfín de actividades que desconocen, a conciencia, la “humanización animal”.
Siguiendo el criterio de Víctor Gómez Pin en su libro “La escuela más sobria de vida”, existen dos tipos de anti taurinos. Por un lado, quienes han asistido o evaluado con profundidad un espectáculo taurino y tienen argumentos propios derivados del conocimiento de la fiesta para atacarla frontalmente. Un segundo grupo, quizás más peligroso que el primero, está conformado por quienes desconocen totalmente la filosofía de la fiesta y construyen una crítica con base en lo que oyen y en criterios fundados en el seno del desconocimiento aprovechándose de una moda compuesta por conceptos amañados que por estos tiempos impacta en la sociedad como, por ejemplo, los derechos de los animales.
De allí surge un sistema de valores amparado en lo económico y en lo político, y en la moda de los nuevos tiempos para juzgar lo que consideran el deber ser de una teoría promovida con fines oscuros vinculada con la defensa animal; una teoría que rebasa niveles insospechados cuando pueden comparar la adopción de un perro con la de un hijo tal como lo hace Jesús Mosterín (ya es normal escuchar a humanos referirse a sus mascotas como sus hijos), o cuando la famosa actriz Brigitte Bardot compara el nacimiento de una foca bebé con el nacimiento de un humano.
En otro ejemplo, el carácter diferencial entre hombre y animal, el raciocinio, queda anulado de raíz cuando Mosterín intenta convencernos de la necesidad de hablarle al perro, obviamente con la boca, y este nos ¡contestará moviendo el rabo! En un tiempo cuando el hombre comienza a preocuparse por el entorno, el cambio climático y la preservación de la naturaleza, la exaltación de la animalidad comparándola con la singularidad humana es, pues, uno de los argumentos con los cuales los anti taurinos fortalecen su acometida convencidos de encontrar eco en la sensibilidad del hombre.
En consecuencia, debemos admitirlo: la sensibilidad como expresión sentimental hacia toda situación que afecte nuestro espíritu humano y nos produzca compasión es un argumento muy bien utilizado en cualquier circunstancia y no se diga en la fiesta de los toros, más aún cuando el mundo por estos tiempos se siente comprometido en la búsqueda de la conciencia orientada a “salvar” al planeta en una especie de moda oportunista la cual, aunque no termina por convertirse en mandamiento internacional, no podemos negar, ha llamado la atención en encuentros mundiales y es referencia de una educación con una visión humanista de la animalidad. Este pareciera convertirse en el punto focal del entramado anti taurino. En un mundo donde el sistema de valores ha cambiado sustancialmente y las nuevas propuestas para vivir ha tocado la cultura alimentaria, sanitaria, educativa, religiosa y, en fin, existencial, la publicidad en contra del mundo taurino aprovecha esa dislocación social para enjuiciar la Fiesta conforme a la visión parcializada de quienes están catequizados de que en la plaza se comete un cruel asesinato.
¿Qué hacer ante esta orquestada y afinada empresa en contra de parte de nuestra cultura? Si realmente estamos conscientes de la necesidad de nuestra participación en defensa del espectáculo taurino lo primero que debemos hacer es saber quién es el enemigo (acá solo he esbozado algunas características), estudiarlo para conocer sus fortalezas y sus debilidades, instruirse sobre cuáles son los argumentos utilizados para afianzar la lucha contra la escenificación de la fiesta. Pero, también, se hace urgente saber cuáles son nuestras debilidades y fortalezas para asegurar el éxito de tan difícil misión.
Personalidades del mundo taurino, las letras, la filosofía y las artes en general han asumido el liderazgo cuyo objetivo está centrado en despertar en los aficionados una inquietud buscando transformarla en un movimiento en defensa de la Fiesta. Destacan, entre otros, el escritor y filósofo Francis Wolf, autor de la frase que encabeza estas letras; el ganadero Victorino Martín; el periodista Chapu Apaolaza; el premio nobel de literatura Vargas Llosa; o colectivos como la Fundación Toro de Lidia, quienes en un incansable esfuerzo han izado banderas en favor de la Fiesta tanto desde el punto de vista legal como desde la libertad del pensamiento de quienes han sabido valorar el espectáculo taurino mucho más allá de su carácter estético y de divertimiento.
Esta tarea tendrá que superar la simple exigencia de respeto por lo que nos gusta; debemos empezar por respetarnos nosotros mismos en el marco de una fiesta cuya escenificación necesariamente no puede falsear su liturgia en ningún aspecto. Sin embargo, la modernidad ha conducido a revisar muchos de los elementos que por siglos han sido parte fundamental de la fiesta como, por ejemplo, el tamaño de las puyas de picar o los garapullos. Tal tendencia en la actualidad ha venido ganando afectos buscando adaptarse a las nuevas visiones del mundo de hoy y en consonancia con el nuevo perfil genético de los toros. La fiesta ha venido perdiendo aficionados y ganando en entusiastas seguidores que se debaten entre la nueva estética y la defensa de la vida del toro en el contexto de un espectáculo con un alto carácter mercantilista.
Ante tantos ataques se recurre a estos cambios con los cuales pudiéramos estar abriendo puertas por donde se filtren con mayor fuerza los argumentos poco sensatos de los anti taurinos, pero con un alto índice de posibilidades de tocar la sensibilidad del hombre nuevo alcanzando a continuar ganando adeptos en un mundo que se debate entre la humanización de los animales, la ética vegana y la consideración igualitaria entre hombre y animales. Con ello: ¿estaremos debilitando aún más la Fiesta?
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