Roca Rey
Más serio, espontáneo y versátil de lo habitual, cumple con su papel de líder. Escribano firma una bella faena. Morante deja huella con el capote. Corrida desigual del Puerto
Morante
Seis toros de Puerto de Santa Lorenzo (Lorenzo Fraile)
Morante, silencio y saludos desde la boca del burladero. Manuel Escribano, una oreja y ovación. Roca Rey, una oreja y aplausos.
Un gran puyazo de Juan Francisco Peña al segundo
EL AMBIENTE, de gala. La corrida, no tanto. Rompió una ovación cerrada cuando asomó Roca Rey por el portón de cuadrillas, el paseíllo se cumplió entre salvas de aplausos y, después de romper filas, todavía lo reclamaron para que saliera a saludar. Se resistió lo indecible, pero no quedó otra que asomar a la boca de la tronera y hacerlo en compañía de Manuel Escribano. Morante declinó la invitación. El ceremonial tenía su razón de ser: Roca sufrió en su última tarde de hace un año en Bilbao no un percance sino varios en dos toros distintos que pusieron a prueba su temperamento y su arrojo.
De volver a probar sus más visibles cualidades -el seco arrojo del valor, entre ellas- se encargó el propio Roca en cuanto tuvo delante el tercer toro del Puerto, que fue, con el segundo, el de mejores hechuras de la corrida. Amplio, bien armado, en el tipo preciso y con la conducta clásica de la línea mejor del encaste Atanasio. Las manos por delante de salida, un galope pesado ni vivo ni perezoso, entrega en el caballo en dos puyazos casi seguidos. Después de banderillas, pegó tres bramidos camperos, lo propio de los toros escamados. Y nada más.
Rompió sin hacerse esperar y, después de una espectacular tanda de apertura -tres banderas, dos cambios por la espalda y por alto, el de pecho y el del desdén- descolgó entregado. Abierto en el tercio, Roca mantuvo el ritmo de la faena con dos tandas en redondo de particular ajuste, ligadas, bien tiradas, más abundante y airosa la segunda que la primera, igual de firmes las dos, de rico compás la más airosa porque entonces sentiría ya tener Roca en la mano el toro, que por la mano izquierda fue bien distinto: ni el fuelle ni la cuerda del principio, recelo para tomar engaño y hasta un par de pruebas y parones. Roca tragó sin aliviarse ni inmutarse. Ni un gesto a la galería.
Se levantó algo de viento, pero se estuvo vertical Roca en los medios atornillado, suelto y ajustado, puesto en serio, dejándose ver. Cuando el toro pareció negarse, cruzado con él, lo libró con un cambiado por la espalda marca de la casa. Una solución brillante. La faena, bien medida, tuvo por hilo musical una afinada versión de un pasodoble más bilbaíno imposible, el “Martín Agüero” del maestro Franco Ribate. Desde la boca de riego hasta las rayas se fue Roca en busca de la espada. Pura resolución, Una estocada arriba y atacando en corto. Una oreja.
Eso era lo que la inmensa mayoría había venido a ver. No solo eso. También a Morante, que se llevó por delante un toro lesionado de una mano, de frágiles apoyos, con el que solo cupo un trasteo ligero, preciso y resignado -y media estocada y un descabello en palanca- y a Manuel Escribano, que no fue un convidado de piedra, sino todo lo contrario. Plantado de rodillas entre la segunda raya y el platillo, esperó de rodillas la suelta del segundo toro del Puerto, que fue el mejor de la corrida. Lo libró con la larga cambiada de rodillas propia del gesto y lo llevo toreado hasta la boca de riego. Se celebró lo que para muchos fue un golpe de sorpresa. Después de varas, Roca hizo su segunda aparición en escena con un quite por altaneras -chicuelinas cosidas con tafalleras en el viaje de vuelta- rematado con soberbia revolera.
Escribano prendió tres pares como suele y se embarcó en los medios en una vibrante faena, encarecida por la venida arriba del toro al verse en campo franco, apenas castigada por el abuso de pausas de tregua entre tandas, y no sin dientes de sierra, porque el toro se le vino encima por la mano izquierda más de una vez y solo fue por eso faena de una sola mano, la diestra. Los de pecho de remates fueron notables. La seguridad y la firmeza, también. Los gestos cómplices al tendido encontraron eco. Una estocada trasera y ladeada. Una oreja.
A la espera de la segunda salida de Roca, Morante se las vio con el toro más montado y alto de cruz de la corrida, el peor hecho. A pesar de las hechuras Morante le pegó en el saludo cinco verónicas enroscadas de calidad superlativa por su compás, su ajuste, el juego de brazos y el rizo de los vuelos de la capa. Memorable. Todavía un quite de tres chicuelinas de alta escuela, únicas, y una revolera amplísima trazada en la boca de riego. El sello de Morante en esta corrida que tan poca fortuna le deparó. Antes de tener que perseguir bordeando tablas a un toro huido, Morante dejó su firma en algo más de media docena de muletazos de composición y asiento impecables. Y un desplante tras un cambio de mano. Una estocada y otro magistral golpe de verduguillo.
No salieron finos los dos últimos toros. Un quinto que hizo de todo pero poco bueno: distraerse, pegar arreones y algún trallazo, no cumplir una viaje completa, ponerse pegajoso y, eso sí, consentir a Escribano una suerte de arrimón sin escándalo. Y una estocada a capón. Iban dos horas y cuarto de corrida cuando asomó un sexto sin el trapío propio de Bilbao que coceó las tablas y estuvo por darse a la fuga desde el principio. Con él una porfía de Roca Rey que fue de tensión y riesgo crecientes porque nadie más que él pareció apostar por el toro. Estuvo a punto de ligarlo. No tanto. Pero se lo pasó muy cerquita en un alarde de seguridad. Gesto de responsabilidad. Una estocada al segundo intento. Descabellos varios. Y el sábado, otra de Roca en Bilbao.
Juan Francisco Peña
Escribano
Roca Rey
Morante
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