Carmelo García, atento a la historia, en funciones de empresario taurino tuvo la feliz idea de reeditar tan magno acontecimiento mediante una corrida de toros que, como vimos, la ornamentación del coso era un prodigio rememorando la historia contada. Una decoración brillantísima que enalteció todavía mucho más el espectáculo. Atónitos estábamos de la emoción que sentíamos, ante todo, por la historia que se “contaba” en el ruedo y, acto seguido, por la admiración de todo lo que allí ocurría antes de que se iniciara el festejo que, como era obvio, los diestros vestían atuendos de la época.
Metidos de lleno en el festejo pudimos observar que, una corrida de Miura es un conjunto de reses que nada tienen que ver con el resto de las ganaderías de España y, como sabemos, las hay encastadas y con renombre pero, por algo, el apellido Miura, sigue vivo casi doscientos años después de que el primer Eduardo Miura fundara la vacada de Zahariche. Lágrimas de emoción las que pudimos sentir durante la lidia de dichos bicornes que, insisto, querer compararlos con los demás es todo un sacrilegio porque, en dicha dehesa anida la verdad del espectáculo porque, todo lo demás, salvo las excepciones que todos conocemos son puros sucedáneos de lo que es una corrida de toros. Es cierto que, a Miura le han salido muchos toros insulsos y sin fuerzas, sin duda, la peor desdicha para el ganadero pero, creo que la de ayer le compensó en tantos disgustos como se ha llevado dicha familia ganadera.
¿Qué decir de los toreros? Cada cual, en su estilo, estuvieron magníficos, sensacionales, hasta el punto de que, dentro de aquella amalgama de verdad que resplandecía dentro de dicho ruedo, el segundo ejemplar, primero de Esaú Fernández, mostró una bravura fuera de lo común, -parecía un burro de Juan Pedro pero, sabiéndose Miura- hasta hacían surcos en el suelo los pitones.
Un toro soñado que, para mayor dicha era de Miura. Esaú lo toreó a placer, sin duda, la mejor faena de su carrera, no lo digo yo, lo confesó él tras haber indultado al toro. Son, amigos, esos toros que emocionan por completo, tanto el del indulto como los restantes de la corrida que, en ningún momento brilló el hastío, todo lo contrario porque la emoción corría a raudales.
El resto de los pupilos de don Eduardo fueron todos “Miura” pero en el mejor sentido de la definición. El primero tenía agallas para dar y tomar, se mostró fuerte en los piqueros y, hasta le brindó a Ferrera tres series por la derecha en que, a base de mucha exposición, al final, hasta le cortó una oreja. Su segundo, el cuarto, era el clásico barrabás que mide a los toreros y les pide la acreditación como lidiadores y, Ferrera se la mostró. Emoción a raudales, no podía ser de otro modo.
David Galván mostró una solvencia importante enfrentándose a dichos toros. El chaval estuvo con una dignidad fuera de lo común puesto que, sus enemigos, ambos, parecían una cosa y luego eran todo lo contrario de lo que se presagiaba. En el último todo, Galván, se escapó porque Dios es bueno. Lo digo porque entrando a matar el toro le puso el pitón en la cara que, a Dios gracias, todo quedó en un susto mayúsculo pero, si llega a perforar el rostro de David Galván, la tragedia podía haber sido de época.
Y no digamos de los picadores y banderilleros que, todos, sin distinción, estuvieron a una altura insospechada porque, parear a los Miura era un ejercicio de jugarte la vida sin trampa ni cartón, algo que hicieron todos pero, Joao Ferreira, Curro Javier y el resto de los compañeros, dieron una lección de gallardía al más alto nivel. Insisto, corridas como la presenciada ayer en el coso de Sanlúcar de Barrameda con los toros de Miura, las firmábamos todas. ¡Faltaría más!
Enhorabuena para Carmelo García como empresario, a los artistas que hicieron posible la ornamentación descrita, al ganadero por haber traído una auténtica corrida de toros de Madrid a un pueblo gaditano y, a los toreros por haberse jugado la vida de verdad. Con espectáculos como el citado la fiesta no decaerá jamás. Lo peor es cuando llega la adulteración del espectáculo, cosa muy frecuente que es lacera la grandeza de la fiesta porque, no hay ridículo mayor que una fiesta parodiada.
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