La mordida de Hacienda a los toreros es sangrienta. Yo he oído a algunos que cuando cogen espada y muleta para matar el segundo toro, suelen decir asqueados: “Vamos a por el de Montoro”. Y eso les ocurre tanto a los que ganan mucho- ya digo que cuatro o seis- y a los que por jugarse la vida devengan el triste salario del miedo.
Lo del IVA es sólo un paso
El Gobierno acaba de hacer un gesto en favor de la Fiesta de los toros. Esos once puntos menos del más injusto de los impuestos que es el IVA, redundará sin duda en el abaratamiento del espectáculo taurino para los aficionados que pasan por taquilla. Si no es así, poco habremos ganado con la decisión del Consejo de Ministros.
Ahora sería muy interesante que se afrontaran otros aspectos, que también pesan como una losa sobre la organización de corridas y novilladas. Poner en pie un evento de ese tipo en estos tiempos de vacas flacas lleva consigo unos costos difícilmente soportables para las empresas. Por eso sería interesante que el Ejecutivo disuadiera a las propiedades de las plazas de toros –la mayoría de titularidad institucional- de que tales inmuebles no pueden continuar manejados como elementos avariciosamente recaudatorios. Hoy por hoy, organizar una corrida de toros –salvo con tres máximas figuras- es una aventura que puede resultar ruinosa.
Hay que desechar a estas alturas la idea de que el toreo es un caudaloso río de dinero en el que todos los que forman parte del entramado empresarial, torero y ganadero se forran. Sencillamente porque la realidad es que el dinero del que se habla, en muchas ocasiones no llega a la mitad de la mitad. Muchos toreros se marchan a casa, después de jugarse la vida con dos toros, con los bolsillos vacíos. Y otros que parece que están funcionando, y finalizada la temporada no liquidan ni para pasar el invierno. Aquí ganan dinero los cuatro o seis que encabezan el escalafón, y no tanto como se suele creer. Aquello de “gana más cuartos que un torero”, no deja de ser una frase estereotipada que viene del siglo XVIII y XIX. Y tampoco era tanto como se decía. Eran tiempos de miseria y los que ganaban cuatro duros, al pueblo le parecía que se estaban enriqueciendo.
Frascuelo, nada menos que el contrapunto de Lagartijo “El Grande”, murió con el cuerpo cosido a cornadas, vendiendo patatas en un portal de un pueblo de la Sierra de Madrid para poder sobrevivir y mantener a su familia. Antonio Sánchez, el elegante torero y pintor madrileño, ya retirado tuvo que abrir una taberna en la parte antigua de Madrid, allá por los alrededores del Arco de Cuchilleros. Y así podríamos encontrar otros muchos toreros, de gran nombradía en su momento, que tuvieron que ponerse a trabajar en lo que pudieron y olvidarse de las glorias pasadas, porque se retiraron con una mano atrás y otra delante.
La mordida de Hacienda a los toreros es sangrienta. Yo he oído a algunos que cuando cogen espada y muleta para matar el segundo toro, suelen decir asqueados: “Vamos a por el de Montoro”. Y eso les ocurre tanto a los que ganan mucho- ya digo que cuatro o seis- y a los que por jugarse la vida devengan el triste salario del miedo. Pero así y todo, alegrémonos de que el Gobierno haya dado un paso, aunque sea pequeño, hacia la racionalización económica de una fiesta que pertenece al acervo cultural de la nación.
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