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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 1 de junio de 2018

El enésimo golpe de Estado del PSOE: los lobos esteparios caen sobre una España en almoneda


Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazan tras la moción de censura

..el PSOE. Intentó un golpe en 1917, aceptó el golpe de Primo de Rivera, volvió a golpear con el pucherazo del 31, organizó una insurrección armada en el 34, accedió al poder con el repugnante pucherazo del 36…
Ya en democracia, arrasó en el 82 con el felipismo, después del autogolpe de Estado del 23F. Siguió su tenebrosa historia accediendo al poder con Zapatero, después del golpe de Estado del 11M, que produjo un espectacular vuelco político… Y ahora ahí tenemos a Pedrito, otro golpista..

El enésimo golpe de Estado del PSOE: los lobos esteparios caen sobre una España en almoneda

Laureano Benítez Grande-Caballero
Siempre me ha asombrado la desconcertante capacidad de penetración de los foráneos a la hora de definir a España, recogiendo en unas breves pinceladas nuestras esencias Patrias. Una de las mejores se la debemos al hispanista Edward Malefakis, quien dijo que España no era un país muy normal, «pues siempre parece estar a punto de suceder algo».

Pues bien, no es que suceda algo: es que pasan muchas cosas, con el añadido de que no suceden en ningún otro país de nuestro entorno.

Los pasmoso hechos que nos acaecen ―como no diría Machado― se pueden explicar echando mano del gran sabio Harry Limes, quien en la película «El tercer hombre», señalando a los puntitos negros con que se veía a la gente desde la altura de una noria en un parque de atracciones, dijo aquello de: «En Suiza tuvimos 500 años de democracia, y ¿qué tenemos?: El reloj de cuco». Bien, sucede que, después de 500 años de historia ―y aun más, porque la hispanidad comenzó con la Hispania visigoda―, ¿qué tenemos en España?: a Pedrito el golpista. Cuco donde los haya, antológico Bellido Dolfos, Judas escalofriante que helará España ―como sí dijo Machado―.

Bellido que es un fiel representante del elenco de golpistas que ha atesorado el partido más felón de nuestra historia: el PSOE. Intentó un golpe en 1917, aceptó el golpe de Primo de Rivera, volvió a golpear con el pucherazo del 31, organizó una insurrección armada en el 34, accedió al poder con el repugnante pucherazo del 36…

Ya en democracia, arrasó en el 82 con el felipismo, después del autogolpe de Estado del 23F. Siguió su tenebrosa historia accediendo al poder con Zapatero, después del golpe de Estado del 11M, que produjo un espectacular vuelco político… Y ahora ahí tenemos a Pedrito, otro golpista, pues de golpe de Estado hay que calificar su ominosa moción de censura, para hacerse con el poder sin pasar por las urnas, como mandan los cánones del golpismo puro y duro.

Escalofriante que un político absolutamente inepto, que perdió dos elecciones por goleada, que condujo a su partido a los peores resultados de su historia, fuera reelegido secretario general por una gran mayoría de sus militantes; pasmoso que, a pesar de que en las encuestas su partido seguía perdiendo votos de manera estrepitosa, siguiera al frente de su formación sin problemas; demoledor que los sociatas que le defenestraron por querer pactar con los independentistas, ahora aprueben esos pactos con total unanimidad. ¿Por qué? Oh, porque las encuestas les siguen quitando votos, y señalan como ganador de las próximas elecciones a Ciudadanos.

Hey, Pedrito, con bronceado de Mojácar, chico malo al que no quiso ni el Bilderberg, hastiado de su egolatría, pero con una primera dama que lleva mucho tiempo soñando con comer turrones en la Moncloa, mientras que Pedrito Tácatun lleva toda una vida soñando con ser Presidente en lugar del Presidente.

En 1962, los franceses René Goscinny ―el futuro guionista de Astérix y Obélix― y el dibujante Jean Tabary crearon la historieta de humor «Las aventuras del califa Harún El Pussah), ambientada en el Bagdad de «Las mil y una noches». Su protagonista es el innoble visir Iznogud ―palabra formada con la frase inglesa «He’s no good», que revela a la perfección su carácter malvado y conspirador, ya que su objetivo es «ser califa en lugar del califa», con ayuda de su fiel Dilá Lará―.

«Ser presidente en lugar del presidente»: he aquí el objetivo de cualquier político megalómano que se precie. Y a eso nadie le gana a Pedrito Iznogud ―«He’s no good», recuerden―, a quien no le ha importado entregar España a las hordas hispanófobas más de mil y una noches para conseguir el califato, apoyado además por Dilá Turrión, embustero, bailarín, emperador de dachas y VPOs.
Su trayectoria política parecía la crónica de una muerte anunciada desde hace tiempo, pero ahí le tenemos, forjado como el acero en la escuela rajoyana de la supervivencia al límite.

Estamos ante otro ejemplar indimisible, especie hispana verdaderamente endémica en nuestros solares, donde un fracasado aspira incluso a «ser presidente en lugar del presidente», donde nadie dimite, nadie se va, a nadie le echan aunque vaya de derrota en derrota hasta el fracaso final. Todo es cuestión de añadir una prórroga a otra, pedir tiempos muertos, hacer interminable el «match-ball» de su partido con su Partido, organizar mociones de censdura, a ver si las brevas caen solas, haciendo de «bip-bip» ante los barones «correcaminos».

Ya lo decía el genial James Cagney, dirigiéndose a su madre ausente en la escena final de la película «Al rojo vivo» ―¿les suena de algo este título?―. Perseguido por la policía, y herido, se sube a un depósito de petróleo en llamas, desde donde Jarrett ―su nombre en el film― grita: «¡Estoy en la cima del mundo, mama!», para hacer ver a su progenitora que había cumplido su promesa.

Nada más decir esta frase, el depósito explota. O sea, que nuestro Pedrito Iznogud, en su afán por escalar la cima de España, puede «ser Jarrett en lugar de Jarret».

Pero, de momento, ahí le tenemos, al «Cisne negro», a nuestro Custer castizo en su Little Bighorn, al frente de su falange de pretorianos, que le jalean con la esperanza de que les caiga algún despacho, alguna secretaría o alguna ínsula en el Gobierno Frankestein, militando en un dramático «Grupo Salvaje» estremecedor que recuerda sobremanera a los Leónidas de la famosa película de Sam Peckinpah. Son puro morituri, pero lo harán sobre las tierras quemadas del PSOE y de la España que les importa un pimiento.

En su «delirium tremens», Pedrito se creerá presidente en su palacio incendiado, cuando no será más que un Laocoonte atormentado por las boas constrictoras de una caterva de partidos secesionistas y populistas, un polichinela en manos de la horda podemita que reirá ante su cadáver como hienas ante la carroña, y anatematizado por una opinión pública que, indignada con su patética ambición de gobernar a cualquier precio, le convertirán en un general de horizontes arrasados. Ahí va, como un Caballo Loco ―precisamente el nombre del indio que derrotó al inepto Custer―. Ahí va, hacia el despeñadero, hacia el que caerá indefectiblemente cuando las próximas elecciones le catapulten al más profundo de los Avernos.

Canciller de una España en almoneda, quiere gobernar con 85 diputados ―como Leónidas quiso vencer con sus 300 espartanos―.Ya le gustaría al Sánchez tener a 300 fieles seguidores, y que fueran espartanos de pura cepa ―Por cierto, la palabra «Termópilas» significa «Puertas Calientes». A buen entendedor…

Poseído completamente por el cruel demonio del poder, abducido por colocarse los laureles imperiales de su minuto de gloria, Sánchez pretende desesperadamente ser presidente, aunque sea por un día, aunque para eso tenga que llevarse por delante a su partido y a su Patria, porque perderían por completo el voto de la izquierda moderada que siempre han representado los socialistas: es bastante improbable que un votante socialista castellano-manchego dé su confianza a un partido que pacta con quienes pretenden destruir España.

Dentro de su colección de frases enigmáticas sobre plurinacionalidades, habló en cierta ocasión sobre un puente que cruzará un río. No se refería al juego de la oca, sino al paso del Rubicón, gritando eufórico «vini, vidi, vinci» en su impetuosa marcha triunfal hacia los chiringuitos de la Moncloa.

Hey, Pedrito, arlequín en manos de radicalismos e indepes; maquiavélico personajillo para el cual el fin justifica los medios, aunque su irrefrenable y egolátrica ambición de poder suponga la hecatombe absoluta de lo que un día fue una patria invencible donde nunca se ponía el sol; Fausto impresentable obsesionado por los fastos del poder, para lo cual ha vendido su alma a un Mesfistófeles con coleta, a racistas cuatribarrados, a vascuences ikurriñados.

Y todo entre el alborozo de su primera dama, que aplaudirá frenética creyendo que las calabazas son carrozas, que su marido es presidente de algo, cuando solo gobernará sobre una ínsula Barataria, como un reyezuelo de Taifas ―de nombre Al-Mamón―, comandante en jefe del vertedero donde acaban las patrias destrozadas, las civilizaciones corrompidas, las Españas plurinacionales traicionadas por naciones de naciones-

Esto sí es corrupción, Pedrito: vender tu Patria, tu partido, tu alma, a cambio de un minuto de gloria, en Mojácar o donde sea. Perversa corrupción, indecente, indigna e inmoral.

Eres Fausto en su laberinto, disfrutando de su minuto de gloria; lobo estepario aullando de placer al sentir la caricia de los terciopelos, el tintineo de los potosíes, el perfume de la Merkel, la palmadita en el hombro de los gerifaltes del NOM.

Pero los patriotas podemos estar tranquilos, porque en las próximas elecciones el pueblo español recordará lo que el general romano Quinto Servilio Cepión le dijo a los tres traidores lusitanos que habían asesinado a su caudillo Viriato: «Roma traditoribus non praemiat», esto es, «Roma no paga a traidores». Y España no les vota.

Como siempre, hay una imagen que sirve a la perfección para explicar esta colosal victoria pírrica pedrista: Después de la apocalíptica conflagración, el general se asomó y, viendo la tierra totalmente arrasada hasta el horizonte por la devastación nuclear, gritó eufórico: «¡Hemos ganado!».

Y entonces, Pedrito, el eterno perdedor de elecciones, descendió de la tribuna con aire triunfal después de la moción de censura, proclamando «urbi et orbe»: «¡He ganado!». ¿Qué has ganado, Pedrito, emperador de las humeantes ruinas de España, canciller de Mojácar en una España destruida, reyezuelo de la nada?


Sí, puedo escribir los versos más tristes esta noche: Pedro se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro del Kongreso, Pablo muestra su puño en alto. ¡Cómo ríen las hienas, ay, como ríen en los campos! Por la Moncloa va la Luna con Pedrito de la mano. ¡Ay de mi España! ¡Ayayay! ¡Malhaya el lobo estepario! ¡Ay de mi Patria!: como el toro, nacida para el luto y el llanto.


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