Aunque todavía faltan muchos días para que acabe el invierno, ya se puede decir que la estación del frío se ha terminado. A pesar de que el termómetro siga marcando por abajo y el gris se mantenga como color predominante, ya no haya más remedio que volver al tajo.
Un día vendrá el lobo…
Claro que en América sigue la campaña en pleno apogeo, pero a este lado del Atlántico todo se pone otra vez en marcha. Ya suenan los engranajes que dan forma a las primeras ferias del año; ya se empiezan a cerrar carteles y combinaciones; hasta los más previsores ya tienen vistos y comprados los toros que lidiarán en sus ferias del próximo verano… Esto ya no haya quien lo pare.
Y, sin embargo, un año más, esos meses de inactividad en el ruedo lo han sido también en los despachos. Al menos, y eso es lo grave y preocupante, para intentar resolver los problemas que amenazan al futuro inmediato del espectáculo taurino. Los taurinos, si entendemos por tal a los mandamases del negocio, cual cigarra despreocupada, frívola y calavera, no han querido buscarse más problemas y confían, una vez más, en la providencia.
Sigue el sector sin unidad ni ganas de tenerla. Cada cual hace la guerra por su cuenta y que cada cual se las arregle como pueda. Lo que cuenta es poder trincar la mayor tajada posible y sin que el futuro del negocio importe más allá de hoy o, como mucho, mañana.
Nadie se ha molestado de intentar plantear un sistema retributivo que no ahorque a las empresas o haga inviables los festejos menores. No se ha tratado de buscar soluciones para que puedan celebrarse novilladas, auténtico motor de futuro y que ahora están ahogadas por uno costes que las hacen inviables en la mayoría de las plazas Me contaban que hace unas semanas, en una reunión de los distintos segmentos del sector con un alto responsable de la Administración, la cosa acabó con insultos y amenazas de unos contra otros, dando una imagen deplorable y lamentable. Luego queremos que se nos tenga en cuenta…
Seguimos sin que nadie se acerque a los medios de comunicación y proponga un plan para que los toros sean tenidos como el gran espectáculo que es -cinco millones de entradas vendidas en 2018 son para tener en cuenta, digo yo-, el segundo en número de espectadores tras el fútbol… pero sigue, y creciendo, la campaña de desprestigio y censura que mantienen los abolicionistas -mucho más y mejor organizados, dónde va a parar-, arropados y jaleados ahora por partidos de la izquierda radical que hasta se atreven a pedir su desaparición en Andalucía sin que nadie los corra a gorrazos…
La Fundación del Toro de Lidia, que como gabinete jurídico del toreo lo está bordando, sigue en cuanto a promoción fuera de juego, cuando es primordial que el mundo de los toros se dé a conocer y se publicite la enorme carga cultural y artística que lleva implícita. haya que llevar el toreo a los colegios, a los institutos, a la universidad, pero también, naturalmente, a las televisiones, a los periódicos, a las radios, que no nos dé vergüenza ni sonrojo. Y haya que, en fin, devolver la categoría y prestigio que siempre tuvo una fiesta que es única e inigualable.
Pero quien tiene la sartén por el mango no quiere correr riesgos, no vaya a ser que se la quiten; las figuras no ceden a la hora de reajustar sus honorarios conforme a lo que generen y los empresarios -a muchos habría que llamarles así entre comillas- sólo claman por un abaratamiento drástico de los cánones a pagar por los propietarios de las plazas. Supongamos, es sólo un ejemplo, que la Diputación de Valencia, en un arranque, cediese su plaza a coste cero ¿Iba ello a suponer que habría un mayor número de festejos a lo largo del año? ¿se volvería a dar a la feria de julio el lustre que siempre tuvo? ¿habría más novilladas y festejos de promoción?
Como en el cuento, tanto se ha avisado de que vendrá el lobo y no vino que, finalmente, llegará y se nos comerá el rebaño.
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