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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 14 de enero de 2020

Libro de Pío Moa: Por qué el Frente Popular perdió la Guerra Civil / por Aquilino Duque



Pío Moa trata de explicar a dos o tres generaciones de españoles, embrutecidas o desinformadas por la Transición, el motivo por el que el Frente Popular perdió la Guerra Civil


Volver a las andadas o los «porqués» de un gran fracaso

A poco de acabar la guerra, el Caudillo atribuía su victoria al hecho de haber mandado la primera infantería del mundo. Alguien le preguntó: ¿Y entonces cuál sería la segunda? Contestó sin vacilar: «La roja, porque también eran españoles».  Nada más lógico que esa respuesta, que no era más que una manera hábil de destacar el mérito de la infantería que logró vencerla. No deja en cambio de resultar curioso que, en una tertulia de exiliados después de la II Guerra Mundial, alguien me menospreciara esa victoria por el hecho de que fueran también españoles los vencidos.

El hecho es que la guerra duró lo que duró porque ninguno de los bandos en liza contaba con fuerzas suficientes, y las únicas tropas en condiciones de combatir, que eran las del ejército de Africa, demasiado hicieron con la proeza de cruzar el estrecho y llegar a las puertas de Madrid. Esas puertas se las cerró nada menos que el general Miaja, único de entre todos sus compañeros, que pudo presumir de invicto frente al invicto por excelencia.

Superado el heroico desconcierto del 18 de julio, reparto de armas al pueblo, entusiasmos anarquistas y demás, los comunistas, respaldados por el padrecito Stalin, pusieron en pie un Ejército digno de ese nombre y capaz de medirse con el “rebelde” y de derrotarlo si se terciaba. Para ello contaban con los recursos del Estado y buenos jefes, formados algunos de ellos, como Juan Modesto y Enrique Líster, en la Unión Soviética, y otros, como Carlos Masquelet, Vicente Rojo o Tomás Ardid, buenos profesionales que contribuyeron eficazmente al éxito de Miaja.

Ese éxito lo llegaría a comparar un plumífero militar en las páginas de El País nada menos que con la batalla de Valmy, que cambió la historia de Europa. Lo que sí es cierto es que esos bizarros estrategas llevaron la iniciativa en las ofensivas que por lo menos dilataron la guerra y que, tras indudables éxitos iniciales, se saldarían todas en rotundas victorias del Ejército nacional, a la última de las cuales contribuyó, por cierto, el invicto don José Miaja, secundado por el coronel Segismundo Casado y el caudillo anarquista Cipriano Mera.

Toda esa historia la cuenta admirablemente Pío Moa en un libro en que trata de explicar a dos o tres generaciones de españoles, embrutecidas o desinformadas por la Transición, “por qué el Frente Popular perdió la Guerra Civil”, y lo hace en un momento en que los mismos que entre 1934 y 1936, a saber, los socialistas y los separatistas, el PSOE y la Esquerra, hicieron añicos la “república con obispos” de Niceto Alcalá Zamora, o la “República de profesores” de Ortega y sus amigos, se disponen a hacer lo mismo con la monarquía parlamentaria de la “Transición sin traumas” en la que, hasta el enterrador de Montesquieu, que hizo el prodigio de dejar a España “que no la iba a conocer ni la madre que la parió”, se cae del caballo camino de Damasco diciendo “no es esto, no es esto”.

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Lo curioso de este relato de Moa es que se lee con el alma en vilo, pues incluso los que lo hemos vivido casi en directo desde la infancia no estamos seguros, mientras leemos, de que vaya a tener, como tuvo, un final feliz con un desfile de la Victoria como el que contemplaron estos ojos que se ha de comer la tierra. Creo que, a poco del cambio de régimen, hubo un serial televisivo en que se contaba la guerra con comentarios «politicorrectos», y la hermana de un amigo mío le decía que no quería perderse ninguno de los episodios hasta no saber quién iba a ganarla.

Algo de esto pasa con el relato a que me refiero, por el relieve que tienen los hechos de armas, favorables o adversos, con respeto, a mi juicio, para todos los que, de un lado o de otro, se jugaban la vida en los combates.

Tampoco se ensaña Moa en la segunda parte de su obra con los responsables máximos de la guerra, dado que muchos de ellos, como Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Juan Negrín, Juan García Oliver, Julián Zugazagoitia, etc., ya se ocupan de desacreditarse los unos a los otros en sus escritos. Su escrutinio del archivo de la fundación Pablo Iglesias, a la que tuvo libre acceso por su pasado de “opositor activo” del “régimen anterior” desde la “clandestinidaz”, le permite reproducir textos alucinantes.

La historia de las ideologías encontradas

A algunos de los personajes que cita los he llegado a conocer y no deja de chocarme, por eso, ver envuelto en tratos con terroristas al jefe, por así decir, de la sección catalana del Departamento de Español de Cambridge, un señor pequeñito y muy atildado a quien fui a ver por indicación de Trend o de Wilson o de alguien del British Council y me invitó a cenar y, al ponderarle yo la deslumbrante, para mí, Barcelona de aquellos años, y mencionarle la reciente aparición de La Revista, con portada de Dalí y trabajos de Dionisio Ridruejo y sus amigos, disintió cortésmente y descalificó a la revista de un modo rotundo.

Otro conocido es el comunista José María Rancaño, que me atendió en la Praga de “Radio pirenaica”, donde él trabajaba; estaba casado en segundas nupcias con una hija del exembajador en Londres don Pablo de Azcárate, a quien traté mucho en Ginebra. Rancaño era funcionario del Banco de España y los testimonios que da de los expolios de cajas fuertes en Madrid y en Figueras son estremecedores.

La tercera parte del libro trata de las ideologías encontradas de aquellos años tan polémicos y sobre todas ellas tiene mucho que aclarar el autor, ya que tienen más actualidad de lo que parece, por el empeño en volver sobre ellas de las nuevas generaciones que miran más al retrovisor que al parabrisas. Para estas generaciones está pensado un libro como este, dentro de una campaña tenaz y titánica contra la horda de paladines de la desinformación al servicio del orden cultural establecido.

Por supuesto, los que Julián Marías llamaba los “medios de confusión” tienen mucha responsabilidad en esa contemplación del pasado en el espejo retrovisor. La voluntad deliberada de volver sobre el pasado para reescribirlo era patente desde un primer momento en los padres fundadores del nuevo orden de cosas. A mí me llamó la atención el anuncio de una película, promocionada incluso con una emisión de sellos de Correos, que creo recordar se titulaba Volver a empezar y yo traducía “Volver a las andadas”.

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