Por fin Pedro Sánchez se salió con la suya y preside un Gobierno de España. Un gobierno de izquierda e izquierda radical. Socialistas y comunistas. Por segunda vez en la historia de España se da esta combinación que ya en su primera versión tuvo funestas consecuencias y de la que muchos ahora recelan.
Como los aficionados a los toros, que ven peligrar una de nuestras más arraigadas tradiciones y manifestación cultural de primerísimo orden que nos distingue e identifica en todo el mundo, aunque a nuestra nueva clase política le salen sarpullidos sólo con recordárselo.
Pero, aunque con cautela, habrá que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos y qué rumbo toma este nuevo equipo encargado, en primer lugar, no se olvide, de procurar el mayor grado de satisfacción posible a todos -a todos, no sólo a ellos- los españoles y atender a sus necesidades y circunstancias. No gobiernan únicamente para solucionar demandas de quienes han facilitado su designación, aunque, ay, una cosa es la teoría y otra muy distinta, desgraciadamente, la realidad.
De momento hay que acoger con optimismo y esperanza la postura del nuevo Ministro de Cultura, el socialista José Manuel Rodríguez Uribes, filósofo del derecho, valenciano y discípulo de Gregorio Peces Barba, que ha asegurado en distintas ocasiones que si bien no es aficionado a los toros y que estaba comprometido con la ley contra el maltrato animal, mantenía una posición de respeto hacia la tauromaquia y que su abolición le parecía “algo excesivo”.
El nuevo ministro considera que la fiesta nacional es una tradición histórica que tiene un carácter cultural. No es partidario de prohibirla, aunque entiende a quienes denuncian el sufrimiento del animal. En principio, unas consideraciones plausibles y sensatas. Pero, claro. A ver cómo sigue la película y cuáles son las servidumbres que tiene que respetar y los peajes a pagar por nuestros mandamases para seguir en sus poltronas. Y ahí está ya, sobre la mesa y amenazante, la demanda que el PACMA ha hecho a Pablo Iglesias, pidiendo que convoque, de manera urgente y a nivel nacional, un referéndum sobre los toros. Una consulta vinculante, naturalmente, para tratar de abolirlos de una vez por todas y, se supone, para siempre.
Y con ser el panorama amenazador y preocupante, no ayuda tampoco la postura de mucha gente que en vez de arrimar el hombro y apoyar a la causa, acobardada y meliflua, mira para otro lado y hace como que no va con ellos la cosa.
Empresas y entidades que hace dos días tenían al espectáculo taurino como escaparate extraordinario ahora reniegan y retiran su patrocinio, no les vaya a salpicar la corriente antitaurina imperante; o medios de comunicación que alcanzaban extraordinarias cuotas de pantalla y audiencias millonarias con la retransmisión de corridas, ahora, acomplejados y cobardes, atendiendo sólo la cuenta de resultados -o las consignas de no se sabe quién- ignoran y ningunean lo que desde siempre ha sido tema preferido y predilecto de lectores, oyentes y telespectadores.
Y la cosa llega hasta algunos Ayuntamientos, que permiten que su ciudad se quede sin toros por no arreglar la plaza o plantean unos pliegos de condiciones absolutamente descabellados e inaceptables y ahuyentan a los posibles empresarios, dejando que el tema taurino muera lentamente.
Esto es lo que hay y esto es lo que viene. No queda más remedio que echarle valor y lidiar con lo que tenemos enfrente.
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