Los jueces ya no son esos personajes de respeto, en su mayoría se han convertido en personas caritativas, con poca o nada de autoridad que regalan de todo a toros y toreros. La colocación de la espada ha perdido relevancia. La entrega de orejas se resume a la petición del público.
Bregando: Y si les dan las orejas antes de torear
Jaime OAXACA
De Sol y Sombra / México 22 Enero 2020
En este mundo materialista lo que importan son los resultados tangibles y cuantificables. La tauromaquia no ha permanecido al margen, actualmente los diestros se afligen por cortar las orejas, es su prioridad, tratan de obtenerlas de la forma que se pueda.
Sin importar la forma en que torean o cómo meten la espada, voltean a ver al juez de plaza con cara de sufrimiento, inclusive, ponen a sus subalternos a limosnear las peludas.
Digamos que es normal que los toreros quieran obtener las orejas, bien que mal es la retribución por su trabajo. Disculpará usted que utilice la palabreja trabajo, no debería decirle así, pero prácticamente es un pago, ya no es un premio, los propios diestros nos demuestran que torear ya no es una cuestión artística o sentimental.
El problema se agrava porque no sólo les interesa a los toreros. Los aficionados quieren y exigen que haya orejas, no les basta disfrutar de lances de detalles de alguna estampa torera. Siempre ha sido agradable ovacionar a un diestro que lleva algún premio en las manos cuando lo merece, pero actualmente se abusa. Lejos de provocar gusto provoca un sentimiento decepcionante en los buenos aficionados.
Jueces, empleados de los empresarios
Los jueces ya no son esos personajes de respeto, en su mayoría se han convertido en personas caritativas, con poca o nada de autoridad que regalan de todo a toros y toreros. La colocación de la espada ha perdido relevancia. La entrega de orejas se resume a la petición del público.
Las empresas también piden (exigen) a los jueces que sean generosos, a veces en el mismo callejón ondean los pañuelos. Para nadie es un secreto que en casi todas las plazas los jueces se comportan como empleados de los empresarios.
Los que narran, al menos en televisión, sin recato sueltan frases que tal o cual torero ya se ganó las orejas cuando ni siquiera ha entrado a matar. Pareciera que la finalidad es influenciar a los televidentes, que cuando asistan a alguna corrida soliciten muchas orejas. Invariablemente justifican los premios que se conceden.
En la actual temporada alguien mencionó durante la narración que por la colocación de la espada caída no debería concederse la oreja. El juez sí la otorgó después del descabello. Entonces la misma persona dijo: el matador descabelló tan bien que borró la mala colocación del estoque.
Se ha repetido hasta el cansancio que las premiaciones abundantes no generan que los aficionados asistan a la plaza. Los encabezados de los periódicos informando triunfos ficticios no son el remedio a las malas entradas; no obstante, empresarios y toreros se dan coba, porque terminan por creerse esas mentiras.
Qué tal si a los toreros les dan dos o tres orejas después de partir plaza, o de plano cuatro. Para darle solemnidad a la ceremonia y no se tome a chunga, que se agiten pañuelos por parte de los asistentes; que un alguacil las conceda para que los coletas den una triunfal vuelta al ruedo. Los medios de comunicación informarían realidades: éxito de todos los toreros actuantes.
Algún purista podría decir que no tiene chiste porque no se las han ganado; en realidad carece de importancia esa opinión porque es más o menos lo que se vive en la actualidad.
Ya sin las presiones de sentirse obligados de salir con las orejas en la mano. Los matadores, más relajados, podrían torear a sus anchas, a su aire, expresarse libremente y echar fuera sus emociones y sus sentimientos.
La fiesta recuperaría su sentido, su deleite. El objetivo ya no serían los premios simplemente sería el gusto por torear, habría belleza, arte, aunque sólo fueran detalles. La cantidad nunca ha superado a la calidad.
Cuando uno les pregunta a los matadores de qué se trata el toreo, suelen responder que, de hacer arte, de expresar sus sentimientos y emociones. Sin la obligación de cortar orejas, podría convertirse en realidad. Todos saldríamos ganando. Valdría la pena probar, pudiera ser la forma de evitar tanto cachondeo.
Propongo: y si les dan las orejas antes de torear.
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