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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 26 de octubre de 2017

La ilógica de un escalafón cuantitativo / por Carlos Bueno


56 corridas han sido suficientes para que Juan José Padilla haya quedado al frente del escalafón de matadores de la temporada 2017. Relativamente lejos queda la última década del pasado siglo y la primera del actual, cuando superar la centena de festejos toreados era algo habitual para quienes ocupaban los primeros puestos de la clasificación.

La ilógica de un escalafón cuantitativo

Los matadores de toros se clasifican en tres grupos según el número de actuaciones, lo que en algunos casos provoca un inexplicable interés por sumar actuaciones que demasiadas veces conlleva injusticias profesionales y económicas. El toreo no es un deporte cuantificable, por eso un escalafón basado en la importancia de los triunfos otorgaría mayor reconocimiento a los artistas y más seriedad a la tauromaquia.

56 corridas han sido suficientes para que Juan José Padilla haya quedado al frente del escalafón de matadores de la temporada 2017. Relativamente lejos queda la última década del pasado siglo y la primera del actual, cuando superar la centena de festejos toreados era algo habitual para quienes ocupaban los primeros puestos de la clasificación. El último que rebasó los cien contratos fue El Fandi en 2008. Antes lo habían conseguido El Juli, César Jiménez o Finito entre otros. Ponce estuvo diez años consecutivos sobrepasando el centenar, algo insólito y posiblemente irrepetible, mientras que el récord de actuaciones en una sola temporada lo ostenta Jesulín, que en 1995 alcanzó la desorbitante cifra de 161. Sin duda números asombrosos logrados por la confluencia de varios factores: el tirón popular de los nombres de quienes los protagonizaron, la bonanza económica que reinaba en esa época en España, una meticulosa estrategia de los apoderados y gracias también a unos modernos e infalibles medios de transporte capaces de trasladar a coletudos y trastos desde Arles a Sevilla, pongamos por caso, en apenas unas horas.

Esta temporada el liderato se ha producido con 12 corridas menos que el año pasado, cuando en cabeza quedó López Simón con 68 paseíllos, los mismos que en 2015 y 2014. La tendencia sigue marcando a la baja, es evidente, a pesar de que los medios de transporte son los mismos o mejores y el interés de los apoderados continua siendo el de firmar cuantos más contratos mejor. Sin embargo, la popularidad social de los toreros ha decaído a causa de la feroz oleada antitaurina que nos invade últimamente y que la gente del toro no ha sabido contrarrestar, y, al mismo tiempo, la situación económica se ha debilitado de forma fehaciente respecto a la boyantía que imperaba hasta hace una decena de años.

Dudo de que a corto o medio plazo se recupere totalmente el bienestar monetario en este país, y no las tengo todas conmigo respecto a que la figura del torero vuelva a ser vista con la misma admiración de antaño. Pero no pierdo la esperanza de que en un futuro todo acabe reconduciéndose, al menos en parte. Diferentes crisis económicas y rechazos al mundo taurino se han sucedido a lo largo de la historia. Peores épocas de pobreza extrema hemos sufrido, hasta prohibiciones papales bajo amenaza de excomunión han pesado sobre la tauromaquia, y siempre se ha acabado saliendo de todas las contrariedades ¿Por qué ahora va a ser distinto? Por eso es necesario que el sector se renueve, se fortalezca y esté preparado.

Y uno de los acicates que se debe buscar es un escalafón real basado en la trascendencia de los éxitos conseguidos. El Convenio Colectivo Nacional Taurino, recogido en el BOE, clasifica a los matadores en tres grupos según el número de actuaciones, lo que conlleva diferentes obligaciones. No parece demasiado lógico que tenga que ser así. ¿No sería más justo que dependiera de sus triunfos y honorarios? ¿Qué es eso de que quien más torea es el líder? ¿El líder de qué? ¿Acaso el toreo es un deporte? ¿Desde cuándo un ejercicio espiritual como torear se mide en cantidades? ¿Es que el arte se cuantifica? El ansia por sumar festejos sea donde sea para conseguir enfundarse el maillot de campeón sólo conduce a la injusticia. Injusticia con ciertos toreros incipientes que pierden sus escasas oportunidades en beneficio de supuestas figuras que se anuncian en cualquier pueblo, injusticia en ocasiones con los organizadores de esas corridas modestas, que acaban pagando el déficit que supone tener que satisfacer el caché de los matadores de renombre porque el taquillaje no alcanza, injusticia en otros casos con las propias figuras del toreo, porque lamentablemente en esos pueblos la recaudación no da para cubrir gastos y la realidad es que demasiadas veces hay quien cobra por debajo de los mínimos que marca el convenio.

¿Alguien se imagina que el Real Madrid se prestara a jugar contra cualquier equipo de Regional Preferente y que el partido contabilizara para la clasificación de la Liga? Evidentemente no sería lógico. Si la tauromaquia quiere recuperar su popularidad y su tirón, la seriedad ha de convertirse en su baza. Integridad, verdad y compromiso en el ruedo, y fuera de él que la meticulosa estrategia de los apoderados de las figuras sea la de respetar y hacerse respetar, la de dejar que hagan el paseíllo toreros menos favorecidos y la de anunciarse sólo donde los honorarios estén asegurados. Un escalafón basado en la importancia de los triunfos y no en la cantidad de las actuaciones proporcionará parte de la sensatez que necesita la tauromaquia. Sí, es muy aconsejable que el sector se renueve, se fortalezca y se prepare para cuando la coyuntura económica mejore y la corriente antitaurina pase de moda.

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