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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 29 de octubre de 2017

La traición / por Ignacio Ruiz Quintano


Ana Gabriel

Delitos como la traición y la alta traición protegen la existencia política… si son perseguidos. Para la partidocracia española la traición sólo es un juego de fechas, y únicamente persigue elecciones (bazas nuevas), con el inquilino de La Moncloa de crupier.

El Rey y la Nación están solos.

La traición

Abc
En la “Teoría de la Constitución” del fundador de la ciencia constitucional puede leerse:

La unidad política de un pueblo tiene en la Constitución su forma concreta de existencia. Delitos como la traición y la alta traición protegen la existencia política.

España es diferente.

A España una región le declara una República y el golpe de Estado se salda con el cese administrativo de los culpables, mediante un artículo, por cierto, que tiene toda la pinta de improcedente para la gravedad del caso.

Hasta aquí hemos llegado por el Magistral Manejo de los Tiempos que al presidente del Gobierno atribuyen sus flabelíferos unido a la miserable cultura política de los españoles, que llevan más de un siglo bajo los efectos de una propaganda que ha vaciado de contenido los conceptos de Nación, Estado, Ley, Gobierno, Derecho de Autodeterminación, Democracia…

El golpe de Estado de Barcelona, televisado en directo al mundo entero sin que ninguna autoridad se molestara en evitarlo, es un atentado, no contra la democracia, como repiten los pájaros de la vega, sino contra España y su unidad constituyente. La democracia sólo es una forma de gobierno. Pero la unidad constituyente es el ser de la Nación, que en España carece de representación, porque los partidos del 78 son estatales y sus diputados de lista sólo representan a los jefes que los han incluido en las listas: de ahí que la calle vaya por un lado, y los políticos, por otro, aunque ellos presuman de representar a toda la Nación, apropiándose indebidamente de una facultad milagrosa como el don de lenguas que en la teología cristiana concede el Espíritu Santo.

La declaración de independencia de Cataluña (“Revolución Cultural”, lo llamaron en el Parlamento) fue un espectáculo rufianesco de cojonudismo hispánico, con su homenaje caricaturesco al reglamento (¡qué manía tan española la de delinquir reglamentariamente!) y a la natural cobardía del liderazgo popular: la llamada de Ana Gabriel al voto secreto para eludir la posible letra pequeña del juez obedece al mismo impulso miserable que hace a Largo Caballero, el Lenin español, presumir en sus memorias de haber negado sus delitos del 34 ante la justicia burguesa para no perjudicar a la clase obrera.

Delitos como la traición y la alta traición protegen la existencia política… si son perseguidos. Para la partidocracia española la traición sólo es un juego de fechas, y únicamente persigue elecciones (bazas nuevas), con el inquilino de La Moncloa de crupier.

El Rey y la Nación están solos.

Lo de Cataluña desprende la melancolía de la irreversibilidad.

Largo Caballero

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