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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 14 de octubre de 2018

La Hispanidad es el caballero cristiano, para quien la muerte es aurora, no ocaso / por Javier Paredes


El caballero cristiano expresa en la breve síntesis de las dos denominaciones
 el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos

Cuando los españoles regresen a la eternidad, “volverá a sonar la hora de España en el reloj de la historia”.


La Hispanidad es el caballero cristiano, para quien la muerte es aurora, no ocaso

Javier Paredes 
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá
Hace unos días, Inés Arrimadas, durante su turno de palabra en el Parlamento catalán, sacó una bandera de España y, mostrándosela a los separatistas catalanes, les reprochó, con toda razón, los atentados que cometen contra ella, y en esto estoy totalmente de acuerdo con la representante de Ciudadanos. Pero después de su justa acusación, Inés Arrimadas mirando a Torra, exclamó: “esta bandera representa la igualdad de 47 millones de españoles”. Y esta afirmación sí que me sugiere alguna matización, máxime en estos días, que celebramos la Hispanidad, que algo tiene que ver con el significado de la bandera mostrada por Inés Arrimadas.

Porque si se trata solo de que una enseña represente la igualdad de los ciudadanos, Inés Arrimadas en lugar de la bandera de España, también podía haber ondeado la de los Estados Unidos, por aquello de que la Declaración de Derechos de Virgina de 12 de junio de 1776 comienza diciendo “Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes”.

Que le da cosa a Arrimadas enarbolar la bandera de los Estados Unidos en el Parlamento catalán, como signo de igualdad de los hombres… pues puede elegir la bandera de Francia, porque la Asamblea Nacional, 26 de agosto de 1789, proclamó los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de los que el primero de ellos decía que “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”.

La Hispanidad nació para la grandeza: preferir lo que somos
a lo que tenemos. Lo contrario es la mezquindad 

¿Que Inés Arrimadas tiene algún reparo en mostrar la bandera del país vecino, porque la Asamblea Nacional de Francia hizo esta declaración durante la Revolución Francesa, “en presencia del Ser Supremo y bajo sus auspicios…”, y entre que no se sabe muy bien quién es exactamente el Ser Supremo y hay mucho ignorante, la pueden tachar de confesional, porque lo del Ser Supremo a algunos les pudiera sonar a cura? Pues Inés Arrimadas también puede exhibir la bandera de la ONU, porque en su Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el primero de ellos decía así: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

No, no es cuestión de elegir una bandera. El problema de Inés Arrimadas y de tantos como ella es que no tienen ni remota idea de lo que es España. Y si la tienen es peor, porque se la callan para meternos de matute la España que nunca existió, como se la metieron a los alemanes con ese hombre que sigue enterrado en Huelva, el comandante William Martin, más conocido como “el hombre que nunca existió”, que facilitó la conquista de Sicilia y cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando la sociedad de la información suplanta a la sociedad del conocimiento, brota la ignorancia hasta en las mentes más despiertas.

Y lo malo es que algunos piensan que es lo mismo una que otra. No, nada que ver la una con la otra. La sociedad de la información solo ve la tele y en el mejor de los casos, de vez en cuando, lee algo corto. La sociedad del conocimiento lee, estudia y ve poco o nada la tele. Por lo tanto, mejor acudamos a los que han estudiado el ser de España.

Nadie ha definido la Hispanidad con tanta hondura y brillantez, y además en muy pocas páginas, como Manuel García Morente, quien dijo “que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden también condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano. El caballero cristiano —como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego— expresa en la breve síntesis de las dos denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos”.

Invito a mis lectores a aprovechar este puente de la Virgen del Pilar para leer y estudiar las ideas que Manuel García Morente expuso en las conferencias pronunciadas los días 1 y 2 de junio de 1938 en la Asociación de Amigos del Arte de Buenos Aires, publicadas desde entonces en varias editoriales. Dicho texto es muy fácil encontrarlo en la red con el título de Idea de la Hispanidad.

¿Cuáles son las características de ese caballero cristiano del que habla Manuel García Morente? Resumiendo sus palabras, el caballero cristiano es ante todo un paladín defensor de una causa, que somete la realidad —las cosas y las personas— para deshacer entuertos, impulsado por unos valores supremos, absolutos, incondicionales… Y concreta el filósofo: “Esos valores, esas preferencias absolutas, esa ley a la que el caballero cristiano somete a los demás y se somete a sí mismo, no procede de ningún código escrito, ni de costumbres, ni de convenciones humanas […] No están ahí como las leyes públicas; sino que florecen en el corazón del caballero, el cual no conoce otra legalidad que la ley de Dios y su propia convicción. El caballero cristiano es el paladín de una causa, que se cifra en Dios y en su conciencia”.

Y el cénit del caballero cristiano se alcanza en el martirio 

Así las cosas, el caballero cristiano prefiere la grandeza a la mezquindad, porque, según García Morente, “grandeza es el sentimiento de la personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el cual preferimos lo que tenemos a lo que somos”.

Otra de los distintivos del caballero cristiano es la preferencia del arrojo a la timidez. Y esa valentía y ese arrojo tienen su máxima expresión en quienes están dispuestos a morir en defensa de una idea o de una causa justa, en cuya cima se sitúan los mártires. En definitiva, la valentía del caballero cristiano deriva de la hondura de sus convicciones “porque de nadie espera y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios”. En consecuencia, el desprecio que el caballero cristiano siente por la muerte no procede de ningún fatalismo, sino de su profunda convicción religiosa que considera que esta vida, en palabras de la santa de Ávila, solo es una mala noche en una mala posada, pero tránsito obligado para llegar a la vida eterna.

El caballero cristiano —dice también el filósofo— se guía por el pálpito, más que por el cálculo, y pone de ejemplo a los conquistadores de México y de Perú, que puestos a calcular, al comprobar que el número de posibilidades de fracasar era mucho mayor que las de triunfar no hubieran emprendido nada. Porque el caballero cristiano no funda su acción en la facilidad o en la dificultad para llevarla a cabo. Sin duda, que por seguir esta estrategia no pocas veces fracasa, pero cuando la decisión está impulsada por seguir la voluntad de Dios no importa, porque —como dice un buen amigo mío— lo propio de los cristianos es ir de derrota en derrota hasta el triunfo final.

Pero de todas las características del caballero cristiano descritas por Manuel García Morente, pienso que la más importante es la idea que el español tiene de la muerte. Y esa idea de la muerte es la que al hombre le separa radicalmente de los animales, porque estos nada saben de la muerte. Pero a su vez los hombres entre sí difieren también por la idea que tienen de la muerte.

En este caso, sería bello que pudiéramos establecer una clasificación variada de posiciones ante la muerte, pongamos veinticinco o cincuenta y dos, que para el caso es lo mismo ya que eso, aunque fuera bello, no sería instructivo, por ser una gran mentira.

La realidad es que solo se pueden tener dos posiciones ante la muerte. O se piensa que la vida es solo esta vida, y por lo tanto de la muerte ni se sabe nada o no se quiere saber nada; o se cree que la muerte es el comienzo “de una vida más verdaderamente vida, la vida eterna”. En consecuencia, concluye Manuel García Morente “El caballero cristiano, porque es cristiano y porque es caballero, está resueltamente adscrito a este segundo grupo, al de los hombres que conciben la muerte como aurora y no como ocaso”.

El problema de Ciudadanos, del PP, o de Vox,
 es ese: que no saben lo que es España 

No son pocas las personas que me han preguntado si el tiempo que vivimos en España es como el de la Segunda República, con el que sin duda tiene algunas similitudes, aunque cada etapa histórica es irrepetible. Y entre esas coincidencias se encuentra el desaliento que sentimos los cristianos, al comprobar el destierro de Dios de la sociedad española. Lo mismo que le sucedía a Manuel García Morente cuando escribió Idea de la Hispanidad en 1938, que concluyó dando la fórmula para salir del abatimiento con estas palabras: “Cuando el soplo de lo divino reavive en las almas las ascuas de la caridad, de la esperanza y de la fe; cuando de nuevo los hombres sientan implacable necesidad de vivir no para esta sino para la otra vida, y sean capaces de intuir en esta vida misma los ámbitos de la eternidad, entonces habrá sonado la hora de España otra vez en el reloj de la historia”.

Y urge ponerse manos a la obra porque los partidos políticos, que tratan de oponerse al separatismo en España, presentan una grave carencia que les impide resolver el problema y en algún modo les asemeja a los que se oponen. Porque si los separatistas han elevado el nacionalismo a la categoría de una religión, sus oponentes les presentan una España intranscendente. Y la defensa de un nacionalismo —ya sea este catalán, vasco, gallego o español— sin Dios, no es otra cosa que una versión más del fascismo.

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