Nacimos cuando el grito de la injusticia social ahogaba en hambre a millones de españoles que, desde la vid al trigo, del olivo al arrozal, en la miserable inmensidad del latifundio, a la sombra de la codicia y de la usura de los liberales en las fábricas y en los tajos, en los talleres y en las minas, llenaban sus despensas de nada y su corazones de rencor porque el jornal no daba para alejar de sus hijos el raquitismo y la ignorancia.
Nosotros, los falangistas
Eduardo García Serrano
Nacimos cuando España se moría entre las fauces del odio de la izquierda, “Viva Rusia y muera España” garabateaban las manos de sus milicianos en los muros de la Patria agonizante, como quien arroja un salivazo sobre el rostro de un traidor.
Nacimos cuando la cobarde derecha, con sus blandas manos, con sus manos tibias, pulidas y adocenadas en el fondo de sus bolsillos, ponía al fuego los pucheros de la tolerancia y del consenso con comunistas, socialistas y anarquistas. Incapaz de salir del vientre del miedo, la derecha pactó, compadreó y, en actitud oferente, le entregó a la izquierda los arreos del Poder, el grial de la Patria y los mapas del destino creyendo que así colmaría las mandíbulas de la revolución y clausuraría las carpinterías bolcheviques en las que se fabricaban los maderos para crucificar a todos los que se negaran a bailar sobre los despojos de España, borrachos de tinto peleón y de baratas, brutales, obscenas y sórdidas consignas comunistas.
Nacimos cuando el grito de la injusticia social ahogaba en hambre a millones de españoles que, desde la vid al trigo, del olivo al arrozal, en la miserable inmensidad del latifundio, a la sombra de la codicia y de la usura de los liberales en las fábricas y en los tajos, en los talleres y en las minas, llenaban sus despensas de nada y su corazones de rencor porque el jornal no daba para alejar de sus hijos el raquitismo y la ignorancia. Nacimos cuando la Justicia era una bayeta mugrienta, llena de cuajarones de sangre, en manos de los Tribunales Populares.
Fue entonces cuando se alzó nuestra voz. La voz se hizo fiebre, y la fiebre pólvora, bayoneta y bandera, pero también tinta, ley, trabajo y dignidad.
Nosotros hicimos la revolución de la justicia histórica, de la lírica de la prosperidad. Nosotros hicimos el verso cierto y la auténtica poesía de llevar a los hijos de los obreros, de los jornaleros, de los albañiles y los yunteros por primera vez en la historia a los institutos y a las universidades.
Y en el tiempo de la siembra lo hicimos con pólvora y con sangre, sin acomodarnos en el vientre del miedo ni en las arterias del odio. Y cuando llegó el adiós a las armas, lo hicimos con inteligencia y talento, con generosidad y sin desmayo porque nos habían bautizado en el fuego de la batalla y en el tormento de las checas para “darle a todos los españoles Patria, Pan y Justicia; pero fundamentalmente a aquellos que, por carecer de Pan y de Justicia, no podían reconciliarse con la Patria”.
Sí lo hicimos nosotros, los falangistas. No te avergüences de serlo, ni siquiera de haberlo sido. No claves la barbilla en el pecho, no te escondas. No titubees, no reniegues de tu pasado y si la izquierda te “denuncia” y VOX entra en pánico y te estigmatiza colgándote del cuello la campanilla medieval de los leprosos por ser o haber sido falangista, arráncatela, arrójala a los pies de la derecha y vuelve a la intemperie, o a la Quinta Columna, para dar testimonio de lo que hicimos nosotros, los falangistas.
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