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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 22 de mayo de 2019

Morodo / por Ignacio Ruiz Quintano


Chávez, Morodo, y Bono

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El espectáculo del Congreso es un Cecil B. DeMille malo y pequeñito filmando el espectáculo chino del solapamiento de consensos: el consenso del 78, que no se acaba de ir, y el consenso separatista, que no termina de cuajar, aunque esté llamado a ganar.

El orteguismo que nos lleva arranca de una frase de Mommsen (“la historia de toda nación y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema de incorporación”) que Ortega completa: “Es también la historia de su decadencia”.

–La historia de la decadencia de una nación es la historia de una vasta desintegración.

España es producto de la Historia, pero Ortega dijo que era producto de la Voluntad, y la ortegada la compró todo el mundo, de José Antonio a Companys pasando por Prieto. La estupidez y la codicia han hecho el resto, de modo que hoy no hay pájaro que no esté convencido de poder decidir a mano alzada, como en una junta vecinal, el porvenir de la Nación.

La “historia de una vasta desintegración” es uno de los troyanos con que salió de Casa Manolo la Constitución’78, uno de cuyos mandarines éticos fue Morodo, uno de los dos leones, junto con Bono, del tiernismo o secta de Tierno, el profesor madrileño que se decía de Soria y que en los 50 colaboraba, como todo dios, en los “Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura”, que pagaba la CIA, firmando Julián Andía (“seudónimo de un conocido intelectual español, que por residir en España no puede firmar sus ensayos”).

La importancia setentayochista de Morodo venía de ser amigo y vecino de bloque de Suárez, quien lo nombró su contacto en la Oposición Democrática, que, por cierto, no era ninguna de las dos cosas. Ahora lo relacionan, con su hijo, en la mamandurria del petróleo venezolano, como unos Annan (Kofi y Kojo) cualesquiera.

El 78 fue la consagración de la cultura del toque. Volvemos a Curro Fetén, que una noche llamó “colegas” a Paco de Lucía y a un sablista del Sacromonte. El guitarrista levantó una ceja:

 –Porque los dos vivís del toque

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