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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 1 de junio de 2020

Genios en Confinamiento. Hablamos con Jaime Ostos

El toro que no olvido es el que me mató, el que hizo que firmaran mi defunción en Tarazona. El toreo tiene cosas buenas y malas que hay que soportar. Ésa fue dura, como buena recuerdo la primera vez que me vestí de torero en Sevilla, la alternativa, las puertas grandes de Sevilla, Madrid, Valencia, Barcelona… Eso me llenó pero más saber que eso hizo feliz a los de mi alrededor.

Hablamos con Jaime Ostos

POR JAIME
Patrimonio Taurino · 27 Mayo, 2020
En nuestro “Leyendas en el Confinamiento” recibimos hoy a una figura de época. Jaime Ostos es uno de los últimos representantes de la década de los 50 y 60 del toreo en la que ocupó un puesto de, indiscutible, figura del toreo. El maestro de Écija ha vencido al duro Covid que contrajo tras encontrarse ingresado por un problema de lumbares del que es tratado. Con él hablamos de una gloriosa carrera en la que siempre pensó en los demás como atestiguan sus innumerables festejos benéficos y las condecoraciones que por ello recibió. Una gran alegría.

¿Cómo se encuentra de salud, maestro?

Ya me encuentro mejor, ya voy caminando, la cosa va mejor.

Usted ha vivido el confinamiento ingresado.

Sí, he estado 3 meses y medio ingresado.

Un ingreso que se agravó por el coronavirus.

Sí, llevaba un mes ingresado por el tema de lumbares y allí cogí el Coronavirus. Gracias a Dios ya no tengo nada, di negativo, y de las lumbares vamos despacito, pero mejor.

¿Cómo lleva a cabo su rehabilitación?

Voy andando cada vez más, con muleta y sin muleta, pero todo con mucho cuidadito porque todavía me canso mucho. A rehabilitación voy todos los días siguiendo el camino marcado de mejora.

¿Ha notado todo el cariño de todo el mundo preocupado por usted?

Sí, eso es la prueba de cómo uno se ha portado con los demás y la cantidad de cosas que he hecho con el fin de intentar ayudar a los demás para que no sufran. Tengo la Cruz de Beneficiencia con distintivo blanco de la Cruz Roja y de la Seguridad Social en agradecimiento de todo lo que hice por la beneficencia. Nunca he dicho que no a nada que fuera benéfico.

Ahora uno lo recoge.

Sí, es muy agradable ver que el teléfono suena 25-30 veces preguntándome por mi salud, es una alegría. Es una demostración de haber hecho lo que hice sin faltar nunca a nada que me llamaran por temas benéficos. Cada vez que había algo benéfico me llamaban o iba yo porque tengo claro que la vida hay que aguantarla como viene, con sus cosas malas y buenas, pero sabiendo que la felicidad te la dan los demás. 

En estos tiempos, en los que podemos reflexionar mucho, ¿piensa usted mucho en su trayectoria?

Sí, recuerdo todo, desde que estudiaba 1 de Bachiller hasta cuando me retiré de matador de toros. Una carrera feliz porque el sueño de mi vida era acostarme pensando en qué hacer por los demás y despertarme haciéndolo. He vivido una vida feliz con mis amigos, con mi familia, con mi gente, con mis conocidos… 

La felicidad te la dan los demás y se alcanza cuando ves que la gente que te rodea es feliz y pudiendo ayudar a los demás.

El maestro nos recuerda una filosofía de vida que siempre defendió con hechos, la de ayudar a los demás, con una hoja de servicios en favor del necesitado que ahí ha quedado. Hablamos de una carrera legendaria en la que hay toros que no se olvidan.

El toro que no olvido es el que me mató, el que hizo que firmaran mi defunción en Tarazona. El toreo tiene cosas buenas y malas que hay que soportar. Ésa fue dura, como buena recuerdo la primera vez que me vestí de torero en Sevilla, la alternativa, las puertas grandes de Sevilla, Madrid, Valencia, Barcelona… Eso me llenó pero más saber que eso hizo feliz a los de mi alrededor.

Su currículum impresiona, una figura de época, pero destaca más que eso el ayudar. ¿De dónde nace esa vena de pensar en los demás, maestro?

En mi casa mamamos el cariño, la amistad, la cordialidad… Desde que empecé en la escuela me enseñaron que los que están a tu lado son iguales que tú, eso junto al amor y el cariño.


El maestro, un gran estoqueador, nos relata su “secreto” para su certera espada.

A la hora de entrar a matar tenías que quitar al toro, de tu mente, sus cuernos. Antes tenías que dejarle la muleta en el hocico, permitirle que se pudiera limpiar en ella el hocico. 

El maestro pertenece a una generación irrepetible, la de los 50 y 60, en la que la competencia era muy dura.

Había más competencia porque había más matadores en el grupo especial y se daban más corridas de toros. Eso delante de un toro al que llamabas una vez y venía seis. Ahora tenemos un toro muy gordo, con muchos cuernos al que tienes que llamar seis veces para que venga uno. Eso hace perder emoción e ilusión a la gente.

Una época de toreros de arrolladora personalidad. El maestro la desprende.

Mi padre me dio un consejo cuando empecé a destacar “Si viene alguien más alto que tú, súbete, si viene alguien más bajo, bájate y queda a su altura siempre”. Esto quería que yo tuviera claro que el torero es una persona igual que los demás, una persona normal y corriente que no debía creerse ni más ni menos que nadie.

Una forma de pensar que muchos debieran copiar.

Si hablamos de la personalidad ninguno la teníamos igual. Mondeño no era igual que Puerta, Puerta no era como yo, Ordóñez, Luis Miguel… Todos éramos diferentes. 

No lo eran pero además cuidaban todos los detalles.

En la época en la que toreaba jamás nos pusimos el mismo color del vestido, eso se cuidaba. Los mozos de espadas hablaban entre sí y todo el mundo nos tenía bien identificados, cada uno vestíamos distinto y no repetíamos porque éramos diferentes en la personalidad y en todo.

Impresiona imaginarse los carteles de aquella época, el maestro es una leyenda viva que nos trae una época gloriosa. El cuidado de los detalles como el que nos acaba de contar deja claro que estos artistas geniales lo eran por algo, no dejaban nada al azar. Nos hacemos un dibujo mayor de la época hablando del toro y el público.

El público era más exigente porque le gustaba un toro con más casta, más bravo y más guapo. Ahora el toro tiene unos enormes cuernos, unas grandes barrigas… Eso es igual que el cuerpo humano no es igual un tío con 120 kilos que un muchacho que va todos los días, como mi hijo, al gimnasio a ponerse cachas.

El toro se diferencia del buey en la altura, en esos cuernos… El toro bravo es el bovino más bonito que existe. Qué belleza eran los Pablo Romero, los Buendía, los Santa Coloma. Tú veías al Pablo Romero entre veinte toros y destacaba por guapo, ahora los ves y no se parecen con esos “cuernacos”.

El toro, más terciado o más guapo, más bravo, eje de la fiesta.

Ese toro era el centro de la fiesta. Todos los días veías orejas, rabos, puertas grandes… Ese toro tenía más movimiento, provocaba más emoción y más sentimiento en la afición. Más cornadas también, el Sanatorio de Toreros en verano estaba lleno, con eso te digo todo.

¿Un toro que apretaba más?

Sí, era el verdadero toro. El toro que propiciaba los quites, el toreo, la pelea… una guerra de amor propio por querer ser el mejor 

Vamos terminando con una reflexión importante.

El toro grande no pega la cornada. El toro que a mi me “mató”, el que firmaron mi defunción, era el toro más pequeño frente al que me había puesto delante.

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