Si en la Historia de España hubiera primado el cálculo apriorístico de probabilidades y posibilidades antes del combate, de cualquier combate: civil, político, social o militar, la Historia no hubiera forjado a España, habría moldeado un pueblo de acomodaticios contables del ábaco, permanentemente arrodillado ante el más fuerte, ya con babuchas musulmanas, ya con las botas de los coraceros napoleónicos.
Cuando Leónidas y sus 300 espartanos se atrincheraron en las Termópilas frente a la marabunta persa, Jerjes, misericordioso y desdeñoso, les pidió que entregaran las armas. La lacónica respuesta espartana tiene más valor que cualquier cualquier discurso político: “Venid a por ellas”. Cuando el condestable Borbón ofreció una honrosa rendición al Tercio español en Rocroi, la respuesta de su capitán es un monumento a la dialéctica de la épica: “La Infantería española no se rinde jamás”. Ninguno de los dos caudillos dejó de hacer lo que sus banderas les exigían porque el enemigo era más numeroso y más fuerte. Derrotados sobre el terreno vencieron con su ejemplo, dandole alas a una victoria hurtada por las armas pero bendecida por la Historia.
La moción de censura de VOX contra la marabunta socialcomunista y separatista, es una urgencia nacional destinada a la derrota en la fría geometría del Hemiciclo y en el ábaco de la lonja parlamentaria, donde se almoneda España y se subastan sus despojos a cambio de unas migajas de tiempo para los relojeros de La Moncloa. No importa. Los imperativos morales se cumplen, sin más. De lo contrario te conviertes en Pablito Casado, que espera agazapado detrás de su miedo y sus cálculos, con los pañales sucios y la lengua tiritando, a recoger su parte del botín, con permiso de Pedro Sánchez, después de que VOX se haya batido solo contra la marabunta socialcomunista y separatista.
No importa. A por ellos. Los espartanos y la Infantería española nunca preguntaban ¿cuántos son? sino ¿dónde están?
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