La puesta en escena del Real Madrid resultó tan apagada como desconcertante, incluso para el propio Shakthar, sorprendido al inicio por la timidez y tibieza de su rival. Un Madrid lento y contemplativo, estático y aburrido se dedicaba a mover el balón de lado a lado buscando que las ocasiones se generaran por osmosis. Una utopía en la Champions.
Antes de los primeros diez minutos, Militao recuperó un balón en la banda y arrancó con fiereza hasta superar el medio campo. Rodrygo se encargó de volver a amasar la pelota, propiciar el orden de su rival y frustrar a su compatriota. Demasiado fácil para un adversario, que a pesar de su exótico nombre y su complicada grafía, sabe jugar bien al fútbol.
Es el Shakhtar un equipo curioso, una mezcla extravagante de jugadores ucranianos y brasileños que recuerdan a aquellas insólitas apuestas hollywoodienses como Cowboys & Aliens. Avisó una vez a los 13 minutos. Courtois desbarató el mano a mano y agotó pronto su cuota de milagros. No volvería a avisar el Donetsk.
Un Madrid incapaz, tan tímido como suicida en una presión desordenada, acabó por generar una transfusión de confianza en su rival. Tan es así que Kornienko, el lateral izquierdo, sirvió a Teté dentro del área después de darse un plácido paseo por el balcón del área para que su enésimo compañero brasileño anotara el primero.
Se mascaba la tragedia y no se hizo esperar demasiado.
Poco después, Varane, que recordó al de aquella infausta noche en Manchester, marcó en propia puerta tras un disparo cómodo de Dentinho y al filo del descanso, el veloz jugador hebreo Solomon aprovechó un excelso taconazo de Teté para batir a un superado Courtois.
Mientras tanto Marcelo asistía en tribuna a dos de los tres goles del Shakthar.
Si lo del Cádiz fue un esperpento, no había concluido lo de esta noche y ya era una catástrofe.
Sólo quedaba el milagro.
A falta del Bernabéu de las grandes noches europeas que pudiera espolear al equipo, el Madrid necesitaba un impulso anímico en los primeros compases del segundo tiempo. No lo hizo por fútbol, ni mucho menos, sino en una aventura individual de Luka Modric, aventuras, regates, gambetos, quiebros y paredes, dicho sea de paso, en vías de extinción en este Madrid de Zizou.
Modric, de los pocos que mostró pundonor y hombría sobre el verde, buscó el espacio en la frontal del área y soltó un feroz latigazo que se coló por la escuadra del Shakhtar. Un golazo. Poco después, otro aventurero, Vinicius, condenado demasiadas veces al banquillo, robó un balón a la zaga ucraniana, dormida por primera vez en todo el encuentro, y anotó con tranquilidad para poner el 2-3 en el marcador y tratar de esquivar la tragedia.
Antes, ante el vodevil defensivo madridista, pudo marcar el cuarto el Shakhtar. Dos de sus futbolistas llegaron incluso a malograr un disparo franco por acudir juntos a rematar la jugada, algo insólito en este Madrid preso de la parsimonia. Que el 13 veces campeón de Europa necesite tres sopapos a mano abierta para espabilar debe dar lugar a la reflexión.
Pudieron ser cuatro, pero Courtois evitó que el Shakhtar evitase por medio de nuevo de Tete de sentenciar el partido. Y es que cada ocasión de los de Donetsk no eran tiros a puerta o jugadas dentro del área: fueron directamente manos a mano con el portero.
Que nadie se lleve a equívoco. El Madrid no supo aprovechar el momento, siguió sin jugar a nada, permitió recuperarse al Shakhtar, y siguió jugando al filo de la navaja.
No mereció el empate y puede sentirse satisfecho con el resultado después del torrente de ocasiones falladas por el equipo ucraniano. El Shakhtar vino en cuadro y el cuadro lo pintamos nosotros. Ni siquiera el VAR trajo hoy buenas noticias y anuló, por fuera de juego posicional de Vinicius, un gol milagroso de Valverde en el último minuto en una jugada de estrategia en un córner.
El único consuelo es que fuimos capaces de maquillar la catástrofe. Poco a lo que agarrarse.
Y menos el próximo fin de semana en Barcelona.
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