Fue por eso un gran éxito llevarse la Liga con aquél arreón sostenido físicamente por Benzema y Ramos, que marcaron casi todos los goles, y ver cómo al levantar ese título se le humedecían los ojos a Zidane —impertérrito ante las últimas Orejonas— demuestra hasta dónde le conmovió que el respeto mutuo de un grupo de personas primase sobre lo exigente del oficio, el hartazgo de ganar y el baile entre hormonal y millonetis de veintitantos egos, cada uno tirando hacia su rinconcito.
ZZ triunfó entonces por el camino ancho, apelando al afecto y la responsabilidad de personas sin duda exigidas aunque también premiadas, que cooperaron lo bastante para acabar batiendo de largo a sus rivales. Luego se produjo una recaída en lo que siempre anda agazapado tras los esfuerzos, hurtando el bulto, e hiriendo el amor propio con fallos en cadena. Tras el día del Cádiz, y más aún tras el del Shakhtar me pareció ver en el rostro de Zidane una frialdad infrecuente, por acerada, que ante lo recién ocurrido interpreto como decepción personal, un sentimiento suficiente para aleccionar cuando amistad y admiración van de la mano.
En todo caso, mejor no pudo salir su llamamiento a presionar muy alto, no dejándose intimidar por los cracks del rival, que se dejó empatar muy pronto tras fallar la ocasión de ponerse a dos tantos. Pero a partir de entonces el Real fue acercándose a combinar, movilizado por Kroos y el gran Valverde que tan a menudo le toma su medida al Barça, y nadie sabe qué habría pasado de no mediar el penalti, a partir del cual los blancos se convirtieron en cazadores y los blaugrana en un coladero.
Aunque Asensio se recupera despacio, faltando los ausentes originarios su necesidad se agiganta, y esta tarde empezó siendo decisivo ya en el primer gol. Se diría que el actual resiste mejor la frustración, y temiendo menos la responsabilidad puede suplir con talento lo que no siempre logran ofrecer los dos mozalbetes brasileños. Los demás rayaron a gran altura según pasaban los minutos, hasta que la salida de Modric les convirtió en dueños y señores del espectáculo, coronado por su principesco gol.
Todo puede cambiar de la noche a la mañana, menos que todos dan muestras de respetar incondicionalmente al míster, algo que ya quisieran otros, y en cualquier caso una fuente formidable de poderío para él
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