AGOSTO DE TODOS LOS AÑOS:
MUERTE Y RESURRECCIÓN DE “MANOLETE”
UN POETA CANTADO POR LOS POETAS SUPREMOS.
Por ANTONIO D. OLANO
Madrid, 28 de Agosto de 2011.-
Afamado. Y difamado por buitres que esperan la batalla para caer sobre la carne muerta. Criticado, negativamente por quienes no lo conocieron nunca y no saben más de toros que la contemplación del paquete de los toreros apretado por la taleguilla. Juzgado severa e injustamente en el folletón-libelo “El verano sangriento”, venganza estúpida contra su amigo Luis Miguel. Y exaltación, que merecía pero que se diluye en su pluma y plumero, de otro torero grande, Antonio Ordóñez.
Hago alusión directa al protagonista de mi próximo libro que titulo: “¡Vete a la mierda, Hemingway!”
“Manolete”, ídolo y mártir. Fue torero.
No, nadie lo tema. No caeré en el tópico o recurso de los revisteros y no caeré en la tentación de redactar una biografía. Mi agenda aun no existía cuando murió Manuel Rodríguez al que conocí, siendo muy niño, de refilón. Yo salía y él entraba en la casa madrileña de los Dominguín. Y que más tarde, tras mis lágrimas obligadas el día en el que los periódicos anunciaron (29 de agosto de 1947) su muerte. La España. Gran madrastra plañidera, nos obligaba a las lágrimas y al luto por “Manolete”.
Manuel Rodríguez, califa con califato, fue también escritor, dibujante, caricaturista. Los mejores poetas lo cantaron en versos. Y en coplas de ciego se relató su tragedia. Fue, y seguirá siendo “el mejor mozo de España”.
En el homenaje que los intelectuales le rindieron en “Lhardy” se escucharon, en su honor, los mejores versos. Dixit Foxá:
Yo saludo al torero más valiente del ruedo.
Yo saludo en ti a Córdoba, olivares y ermitas.
Surtidos de odaliscas, hoy cubierto de tierra
que le dio esa elegancia de califa sin trono.
De Almanzor que no vuelve, que es desdén y nobleza.
LA TRAGEDIA DE LINARES CONTADA POR LUIS MIGUEL DOMINGUÍN A OLANO
Luis Miguel Dominguín, en una de esas tardes de charla en su finca de la Virgen de la Cabeza, me relató la pasión y muerte de su amigo “Manolete”.28 De agosto de 1947. Islero, de la ganadería de Miura, había marcado con sangre la víspera de una fecha en la que, al amanecer, dejaría de existir “el mejor de los toreros”, que reza el romance popular. Porque fue el 29 de agosto de 1947, a las cinco y siete minutos de la madrugada, cuando murió Manolete. Habló hasta poco antes de perder el conocimiento. Pedía, constantemente, hielo y agua y tenía palabras de recuerdo para su madre. Pidió un cigarrillo a su primo y banderillero, Rafael Seco Cantimplas, que salió de la habitación fumándose el cigarrillo que había dado al maestro.
Un ídolo ha entrado en la gloria. Adriano del Valle, poeta grande, dedicó un largo poema a la muerte del ídolo y fue profético en sus versos finales.
Hoy la muerte te desplaza
pero emplaza el hecho cierto
de tu recuerdo despierto
que mantendrás en la cid
Batallas, después de muerto.
Son muchas, diversas, válidas, las maneras de recordarle. En la mayoría de las plazas españolas, la fecha del aniversario, los toreros, destocados, hacen el paseíllo. Se detienen en medio de la plaza. Y se observará un minuto de silencio en recuerdo a Manolete. Esto ocurrirá en algunas plazas el día, fecha de la fatal cogida y en otras el 29 fecha de su muerte. Queremos hacer, en este capítulo de la dinastía de los Dominguines, nuestro brindis a “Manolete”. Pero no al uso. Sino recordando una historia que nos contó Luis Miguel. Luis Miguel Gonzales Lucas, impertinente muchacho y gran figura del toreo en ciernes, el pequeño de los Dominguines, fue testigo de excepción de la tragedia.
Formaba parte del cartel del día de la tragedia. Abría plaza Gitanillo de Triana.
¿Qué ocurrió, artísticamente, en aquella corrida? Los revisteros de entonces nos lo cuentan.
Linares, 28. Primera feria. Lleno imponente. Primer toro, Gitanillo hace una lucida faena. Mata de una estocada. Petición de oreja. Manolete veroniquea imponentemente a su primero. Pases por bajo, naturales impresionantes. Un pinchazo y estocada. Ovación y petición de oreja y salida a los medios. Pitos al toro.
En el tercero, Luis Miguel es calificado de “inmenso” por los cronistas:
Estatuarios, naturales. Caen sombreros al ruedo. Seis naturales ligados con el de pecho. Torea de rodillas. Dos pinchazos y descabello. Ovación, oreja, vuelta y salida a los medios.
Gitanillo cumple en el cuarto. Palmas.
Manolete recibe al quinto con tres verónicas excelentes. Después cinco naturales de escalofrío. Desplante delante de su enemigo. Molinetes de rodillas. La plaza es un manicomio. Comienzan a caer prendas. Cuatro manoletinas, pases por alto. Una gran estocada de la que sale prendido. Pasa a la enfermería a donde se le llevan las dos orejas y el rabo, conseguidos tras su gran actuación.
Luis Miguel torea valientemente al sexto. Naturales, derechazos, estatuarios, desplantes. Ovación. Petición de oreja y vuelta.
Los pesos de los toros fueron 463 kilos, 479, 466, 489, 495 y 496, por orden de lidia.
El traje que vestía Manuel Rodríguez Manolete era rosa y oro.
El parte médico, facilitado por el doctor Garrido Arboleda, auxiliado en la enfermería por Julio Corto y Carlos Carbonell, decía: “muy grave”. Al paciente se le realizó una transfusión de sangre, cedida por el cabo de la policía armada, de la plantilla de Linares, Juan Sánchez.
Dos cirujanos se desplazaron desde Madrid, llamados con urgencia para asistir a “Manolete”. Uno, el afamado doctor Luis Jiménez Guinea, titular de la enfermería de la “Monumental madrileña. Manuel lo recibió sonriente y doliente:
- Don Luís. No siento esta pierna.
Manuel Tamames, que casi siempre acompañaba a Luis Miguel a sus corridas no está presente en la de Linares. El torero, alarma por la cogida de Manuel, le pide que se ponga en marcha, urgentemente, hacia Linares.
Vuelve a dirigirse el herido a Jiménez Guinea:
- Don Luís, ya no siento la otra pierna.
Y, poco antes de consumarse la tragedia, vuelve a quejarse:
- Don Luís, donde está, que no le veo.
- Cierra los ojos, Manuel y procura descansar… esto va bien…
Los toreros se hospedaban en el “Hotel Cervantes” en el que, a partir de su debut en Linares (29 de agosto de 1914), “Manolete” se encontraba como en su casa.
La familia y los amigos de Luis Miguel se fueron a hospedar en el cercano parador; pero el joven torero se hospedó en el “Cervantes”.
“Manolete” era consciente de que su rival, por su sapiencia taurina, por su coraje de precoz principiante, era Luís Miguel. Los aficionados comenzaron a presentarlos como máximos rivales. Los jóvenes no son el porvenir, son el presente. Pero los aficionados exigían rivalidad. Y, a ser posible, duelos fratricidas. Un torero llegado de México, sobrino del poeta español León Felipe, era el otro gladiador del ruedo ibérico. Los fanáticos no eran partidarios de Arruza sino enemigos de Manolete. Y viceversa. En los toros ya se notaba la existencia de “las dos Españas”.
Carlos Arruza, con el que hice amistad cuando él se pasó al rejoneo, y Manolete eran íntimos amigos. Su cuartel general se llamaba “La gran tasca”, en la putañera calle de la Ballesta. Los dos Manolos Fernández, padre e hijo, eran dos amigos para los toreros. El señor de los mejores cocidos madrileños, enviaba al junior al apartamento de los toreros si la velada (y Dios hizo a la mujer) exigía discreción. Arruza, su madre doña Cristina a Manolo me daban la sensación de que nosotros, saludando a los clientes mexicanos, estaba el cordobés, Manuel “virrey de México”.
Volvamos a Linares. En la habitación del joven torero madrileño entró el veterano, pero también joven y viejo de cansancio, Manuel Rodríguez, que le anunció al pequeño y más grande de los Dominguines:
- Me iré, Miguel… ya estoy aburrido de los toros. Pero hay algo que quiero decirte: al que más daño voy a hacer al retirarme será a ti. Cuando yo me vaya, todos los que ahora están en contra mía, se pondrán en contra de ti.
Los dos toreros, jóvenes ambos, veterano el uno y toricantano, eran amigos. Manuel acababa de cumplir treinta años. Pese a la barrera de la edad, que es más ostensible en la juventud, se conocían en la casa de los Dominguines en la calle del Príncipe. Allí hacían tertulias Manolete, Domingo Ortega, Armillita y Cámara. El primer encuentro entre los toreros, hoy rivales y siempre amigos, tuvo lugar en 1939. Entre Manolete, ya afamado y Luis Miguel, no se estableció una amistad. “Siempre la claridad viene del cielo”, escribió Claudio Rodríguez. Y añadió “ebria persecución, claridad sola”.
En aquellos tiempos era necesario coronar reyes, aunque no muy tarde, el pueblo que los enaltecía los eche a patadas. Y Manolete, que después de muerto sigue siendo el rey, ya tenía al populacho en frente. De Luis Miguel se decía: “Este niño viene con la escoba”.
Escribe Luis Miguel:
“Al entrar en mi habitación y comprobar que estaba llega de sus incondicionales, Manuel debió pensar que eran la viva y cruel imagen de la condición humana, formaban parte de esa raza especial a la que yo llamo “los amigos del señor ministro”. Los ministros cambian pero “los amigos del señor ministro” son siempre los mismos. Al comprobar que Manolete venia a saludarme, salieron precipitadamente de la habitación. Porque Manolete era todavía “el señor ministro”. Me ratificó que se marchaba del toreo. Al despedirse me apretó la mano y me quedé pensando. El estaba muy cansado y yo lleno de ilusiones. Manolete, era un torero extraordinario; pero también los entendidos lo podían calificar de “corto”. Siempre repetía la misma faena. Sin embargo nunca era monótono. Su hacer era duro, eficaz. Vino al mundo dotado del don de la magia”.
Durante el paseíllo se escuchó esta frase:
- ¡Luis Miguel, Luis Miguel! De Joselito a ti, pasando por tres “chalaos”.
- No le hagas caso, Manuel, le dijo Luis Miguel.
Aquel energúmeno repite la misma frase cuando salió el segundo toro de Manolete. Luis Miguel mira al tendido y ve al enfurecido aficionado. Recuerda:
“Era delgado, tocado con sombrero ala ancha. Vestía de negro y camisa blanca abotonada y sin corbata. Era el prototipo del clásico cordobés”. A su lado estaban varios amigos míos que, curiosamente, al final de la corrida no recordaban a sus amigos de localidad. No se acordaban de aquel hombre”.
Luis Miguel, años después de la tragedia, hace memoria de la misma. Explica:
“Islero era un toro cobarde y Manolete quiso matarle en un lugar en el que la querencia del toro quedaba atrás. Naturalmente, si yo voy a levantarme por detrás, miro para saber por dónde puedo salir. Y, para ello vuelvo la cabeza. Eso es lo que hizo Islero cuando Manolete se perfilo para matarlo, el toro, sintiéndose herido, miró hacia su querencia. Quería irse a los chiqueros. Al clavarle la espada el toro huyó y al huir se llevó a Manolete por delante. El toro sacudió la cabeza para quitárselo de encima, debido a ello lo tiró por delante. No le mete la cabeza sino que salta por encima del torero y se va. Eso no se ha dicho nunca. Me interpuse entre Manolete ya herido y el toro. Cogen a Manolete y se lo llevan a enfermería. Islero que se echó tras la certera estocada es apuntillado. Todo sucedió a la velocidad de un relámpago. Presintiendo la tragedia parte del público buscaba a un supuesto culpable. Que escuchó al mismo hombre que tanto le había elogiado, para ofender a Manolete que le gritaba: “canalla, sinvergüenza, asesino”. Recordé que en la habitación del hotel, Manolete me dijo que yo, heredero de sus amigos, seria heredero universal de sus millares de enemigos”.
Cuando Luis Miguel entró en la enfermería se encontró con este cuadro solanesco.
“Allí estaban los médicos Camará y Álvaro Domecq, conversaban rodeado de una docena de personas. El quirófano recordaba al bar de un casino provincial. El que deseaba fumar lo hacía. Y ahí mismo a un metro de esos personajes. Yo aun con la ropa de torear puesta, Manolete permanecía tendido sobre la mesa de operaciones. A su lado y de rodillas, una mujer con la bayeta en sus manos, la iba empapando de sangre y luego la retorcía para echar la sangre de Manolete en un gran cubo”, Luis Miguel, demudado escucha a Manolete.
- ¿Qué vais hacer?
- Nada que esto pasa, y que dentro de diez días volveremos hacer el paseíllo juntos.
Sin embargo piensa que la cena es patética. Allí todo es desidia e inutilidad. Manolete es arropado con capotes de torear llenos de sangre. Y su camisa esta empapada de sudor.
Vuelven a Linares Domingo Dominguín, padre y Luis Miguel. Manolete ya había muerto, dice que no murió como consecuencia directa de la cornada. Murió de un “shock” hemolítico consecuencia de una mala trasfusión de sangre. Tamames aseguró que esa, y no otra cosa había sido la causa de su muerte.
Cuando Luis Miguel estaba sentado al lado de Manolete, reapareció el misterioso espectador tocado con sombrero de ala ancha, y vestido de negro. Se abalanza y abrazando el cadáver de Manolete, dice: “Monstruo, nos has dejado ¿Qué vamos hacer ahora sin ti?”. Aquel hombre lo sacaron de allí a empellones entre tres personas, era el mismo y siniestro personaje que desde los tendidos aclamaba a Luis Miguel para molestar a Manolete. Tras la cornada comenzó a llamarle asesino. Todo un misterio más que añadir a una escena esperpéntica.
-Islero estuvo a punto de coger a Luis Miguel mientras hacías un quite:
“Pudo matarme a mí y no a él, ¡no era mi día!”. La muerte en el ruedo corre enloquecida. Se detiene cuando quiere como la bola de la ruleta. No hay que avasallarla cuando estas toreando. En esos momentos ella está cerca de ti y su terreno es el único espacio que un torero no debe pisar.
Puntualicemos: Lupe Sino, la mujer con la que Manolete quería casarse de dudosa reputación, no puede entrar en la enfermería, los pretendidos amigos de Manolete temen que se casen en articulo mortis. Aquella muchacha, que conoció en las tertulias de “Chicote” había sido muchacha de servicio en casa de los Bullón. Después alternó con éxito en el mundo de la sociedad madrileña. Trabajó en varias películas y casó a su hermana con un famoso perfumero madrileño. Cuando la conocí varios años después de la muerte de Manolete, vivía en un lujoso piso del Paseo de Rosales. Me la presentó mi íntimo hermano el director de cine y pintor Miguel Herrero Minueza. Lupe estaba completamente sorda, pero merecía la pena nuestra afonía si desgañitándonos nos entendía. Lupe sufrió varios atentados, tiroteada por la difamación, estuvo unida en México con un personaje que también se llamaba Manuel Rodríguez. El nombre y apellido primigenio de Lupe era el de Antoñita Bronchalo. Tras su muerte se escribió alegremente sobre ella. Se exalta sus simpatías por el bando republicano y una querida amiga y colega mía teje un libelo (Dios nos libre de nuestros amigos mal informados) en el que incluso llega a firmar que el joven oficial, voluntario del ejército franquista era un fiel republicano.
Manolete, en la plaza de México, se niega a torear sin que arríen la bandera del gobierno de la Republica en el exilio. No hace el paseíllo hasta ver sobre el mástil la bandera rojigualda. Asimismo, es cierto que se hace amigo de importantes políticos, escritores, artistas que forman parte del exilio español y que fueron acogidos por los sucesivos gobiernos mexicanos. Manolete solamente distinguía a los españoles de honor y no jugaba con los soldaditos de plomo porque para él solo existía una España.
IMÁGENES PARA EL BUEN RECUERDO
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