Castella en pleno simulacro
"...Otro engaño, y van… Otro embuste a este público silencioso y generoso que aguanta lo que le echen, aunque venga envuelto en papel de mentira..."
Un espeto de sardinas
Por Antonio Lorca
Jueves, 24/05/2012.-
Imaginen las brasas ardientes y humeantes junto a un chiringuito en una playa malagueña; y ese espeto de sardinas que te hace la boca agua con solo mirarlo. Pues ahí había que haber pinchado a los toros que trajo Núñez del Cuvillo a Madrid porque los seis era sardinitas malagueñas —pequeñitas, ya se sabe—, y aun así hubo que desechar dos de ellas porque eran tan blanditas que se deshacían con el calor.
Otro engaño, y van… Otro embuste a este público silencioso y generoso que aguanta lo que le echen, aunque venga envuelto en papel de mentira. Y una justa penitencia para los toreros, que se desviven por lidiar esta ganadería con la esperanza de que los encumbre a la cima.
De momento, los tres contemplaron la oscuridad de la sima porque los toros, en general, no valieron un real, y aquellos dos que se dejaron torear fueron desaprovechados por sus matadores. Lo que son las cosas…
Entre la basura destacó el cuarto de la tarde, manso y blando como los demás, que se vino arriba en banderillas y sacó la casta codiciosa en la muleta. Le tocó a Castella, recibido con cariño por los tendidos, a los que brindó con la sensación de que habría faena grande. Y más que grande, lo que hubo en demasía fue una faena larga, interminable, plagada de altibajos, irregular, en la que destacó, por encima de todo, la calidad del toro, que no se cansó de embestir. El comienzo fue espectacular, firme en el centro del anillo, con un pase cambiado por la espalda y una sucesión variada de destellos cargados de elegancia. Y, a partir de ahí, con el público ya en el bolsillo, Castella encadenó una y otra tanda por ambas manos, hasta ocho, de modo que sonó un aviso antes de perfilarse para matar y un segundo antes de que toro cayera. Y lo que pudo ser un triunfo por el ambiente creado más que por la calidad de su labor, se desvaneció como la espuma. El torero se cerró solito la puerta del triunfo, y puso de manifiesto lo importante que es en el toreo la gestión del tiempo. La emoción primera dio paso al sopor, y parece que el único que no se enteró fue el propio torero.
Ahí se acabó la presente historia. Su primero, sobrero, fue tan descastado que lo pasaportó con prontitud y nos ahorró el sufrimiento. Pero aún quedaba Daniel Luque, que da la impresión de estar bloqueado y con un hartazgo de vulgaridad en sus muñecas. Luque torea mucho mejor de lo que ayer demostró. Bueno, lo que dijo ayer es que es un pegapases con difícil remedio. Muy mal ante el birrioso segundo, y acelerado, embarullado y sin ideas ante el repetidor quinto, que se dejó torear y Luque no supo.
Confirmó el mexicano Diego Silveti, pulcro y frío ante el flojo y bonancible primero, y con pocos recursos ante el sexto, segundo sobrero, que exigía una muleta más poderosa y templada que la suya.
Al final, quedó para el recuerdo la casta de Fusilero —así se llamaba el cuarto— y la incapacidad de Castella para alcanzar el triunfo que su oponente le ofreció en bandeja. ¡Ay, lo importante que es pensar en la cara del toro…!
Toros de Núñez del Cuvillo —devueltos segundo y sexto—, muy mal presentados, blandos, mansos y descastados; muy encastado y noble el cuarto y repetidor el quinto. Primer sobrero de Carmen Segovia descastado; segundo, de Salvador Domecq, deslucido.
Sebastián Castella: estocada caída (silencio); —aviso— pinchazo, media trasera —2º aviso— (ovación).
Daniel Luque: pinchazo y estocada ladeada (silencio); pinchazo y un descabello (silencio).
Diego Silveti: que confirmó la alternativa: dos pinchazos y estocada ladeada (palmas); bajonazo (silencio).
Plaza de Las Ventas 23 de mayo. Decimoquinta corrida de feria. Casi lleno.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario