El Cid con el victorino Verdadero en el platillo de Valencia
Al natural y sin estoque
El Cid victorinea en Valencia
José Ramón Márquez
Valencia, 12/05/2012.-Esto es la monda. Resulta que para ver toros en abril tuvimos que irnos a Sevilla y para ver toros en mayo hemos tenido que irnos a Valencia, y mientras tanto, en la que el de la tele llama “la primera plaza del mundo”, en la feria de San Isidro, aún no hemos tenido el honor de que salga de los chiqueros un toro de lidia, que hemos visto gatos, ratas, cabras, liebres, babosas y cucarachas, pero ni un solo toro, que cuando decimos toro nos referimos al toro de Interior y cuando decimos lo otro vamos de cabeza al toro de la Carpa Dragó de Agitación y Propaganda Cultural, al toro de Cultura, a ese tontibobo toro artista que es la materia con la que, al parecer, se ejecuta la creación artística.
La diferencia que separa a los toros de Interior y de Cultura es la misma que la que separa al miedo de la risa. Por ejemplo, hoy en Valencia se abría la puerta del toril y salía un bicho cárdeno, con la misma expresión grave que la de un viejo notario, y sólo con verlo ya te entraba el canguelo; y en Madrid, el día antes, salían las cucarachas y te partías de risa y aquello era un jolgorio con la gente cruzando apuestas sobre cual de los animalejos sería capaz de alargar la lengua hasta llegar al suelo. Hoy en Valencia esa apuesta era imposible porque, incluso con el estoque clavado, los cárdenos no consentían en abrir la boca y mucho menos en andar sacando la lengua.
Victorino Martín mandó a la calle de Játiva una corrida seria, bien hecha, en tipo y con mucha plaza. Hubo alguno, como el segundo, Planetario, número 164, que era un toro bien guapo. Éste servía de imagen al cartel de la corrida y servía también para enseñar, al que no sabe, el significado de la palabra trapío. Bueno, pues ese toro a punto estuvo de no pasar el severísimo juicio crítico de la ciencia veterinaria y de la autoridad gubernativa, y si no llega a ser porque era el que estaba fotografiado en el cartel, casi lo echan; lo mismo que pasó en Sevilla, que los científicos que aprobaban las porquerías de juampedro para Resurrección sin dificultad, se ponían exquisitos en el ejercicio de su ciencia y ponían a dos toros de la A y la corona fuera de juego por la cosa zootécnica, que eso aquí significa que lo hicieron porque se les había puesto en el forro de la bolsa escrotal el hacerlo y porque les encantaba sacar contra el paleto el pecho que no sacan frente a otros.
A excepción del primero, Cucador, número 127, que era un toro encogido y bastante blando, la corrida de Victorino de Valencia ha sido una fiesta del toro, que ya es penoso tener que reseñar en un espectáculo que se llama ‘los toros’ el hecho de que haya habido toros. Fiesta de los toros con seriedad, con trapío con casta, con listeza; fiesta de los toros que demandaban toreros con oficio, con seguridad, con firmeza y con mando. Con esos mimbres como puede imaginarse, allí no se aburrió nadie. Otra cosa es que dos toreros las pasasen canutas.
Como a El Cid le han enterrado tantas veces, el de la tele hablaría hoy de ‘resurrección’, después de lo que ha mostrado en Valencia; claro que quien no quiera atender a esa tontuna podrá pensar que sólo puede cambiar la moneda aquel que la posee, y que El Cid ya la ha enseñado en innumerables ocasiones. El Cid, todo inteligencia, oficio y torería ha firmado dos emocionantes faenas en las que ha demostrado, y qué bien le habría venido a sus compañeros de terna fijarse en él y tratar de aprender, la manera en que se vence a la casta con un trapo rojo y con una cabeza perfectamente ordenada. Baste decir que el sistema del de Salteras consistió en ir ahormando a los toros, en tratar de quitarles defectos y en poderles, para dar lugar al toreo, sin afligirse por las dificultades que los animales pudiesen plantear. Su primero, el Planetario antes citado, acabó siendo un toro algo gazapón que jamás se entregó; Manuel Jesús Cid le robó los muletazos toreando con la izquierda y luego se pasó la muleta a la derecha para también hacerle ir al toro, que se le había tirado por dos veces como una pantera por ese pitón. En ese toro firmó El Cid una faena muy técnica y de gran tranquilidad rematada con una estocada desprendida.
En su segundo, Verdadero, número 104, planteó una faena de torero maduro concebida con una gran inteligencia en la que comenzó sobando al victorino hasta que le hubo enseñado cuanto debía saber, con gran mando y poderosa eficacia, para plantear luego una maciza faena por naturales que se sucedían los unos a los otros sin que el torero tuviese que modificar su posición, quedándose en el sitio, dando un segundo de respiro al toro para no agobiarle, ofreciéndole siempre la muletilla con decisión, tirando con gran mando del animal y vaciando el muletazo a la perfección. Faena a más con un gran temple, con muchísimo mando y con una prodigiosa muñeca en la que se roza la perfección en el toreo al natural, que es el toreo por antonomasia, ejecutado de una manera clásica por una mano de acero en un guante de seda, como Domingo Ortega.
Además estaban anunciados esta tarde Juan Bautista y Alberto Aguilar, de los que alabamos su disposición para anunciarse con una corrida como esta, mérito que de por si empaña los posibles defectos que los diestros hayan podido mostrar en sus respectivas actuaciones.
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