Aquí, Pitillero, el sexto, de Fandiño, con El Cid achicando agua en pleno Guernica
"...La corrida que trajeron los Lozano esta tarde sirvió para descolocar tanto a los toreros como a los aficionados, porque los dos toreros que más cartel traían se quedaron con un palmo de narices frente a los Núñez, y el otro, lo mismo..."
La novia era él
José Ramón Márquez
Esta tarde de hoy es de las que remueven los cimientos de la afición de muchos, sembrando las cabezas de dudas. La corrida que han mandado los Lozano a Madrid, después del fiasco de su marca blanca, los Cortijillo Hacendado, ha sido una buena corrida de toros, seria y bien presentada, muy en tipo, es decir con trapío, más bien mansa en varas y con un comportamiento que va del bueno al óptimo para el torero, y con un sexto toro, Pitillero, número 243, violento y agresivo como a veces le salen a Núñez. Nótese que con lo del comportamiento lo que se quiere indicar es que los toros brindaron a sus matadores embestidas claras y con nervio, con su casta y su emoción, que nada tienen que ver los Alcurrucén de hoy con la bobaliconería taurina al uso.
La corrida que trajeron los Lozano esta tarde sirvió para descolocar tanto a los toreros como a los aficionados, porque los dos toreros que más cartel traían se quedaron con un palmo de narices frente a los Núñez, y el otro, lo mismo:
-¿Quién nos queda -se preguntaban a la salida unos aficionados-, si El Cid ha estado así de incapaz y si Fandiño no ha sabido o no ha podido dar el paso hacia adelante?
-Pues siempre nos quedará el toro, que, por ejemplo, hoy sirvió para hacerles la radiografía.
La cosa es que los toros de los Lozano, que a José Luis no le gana a listo nadie, dieron hoy un aldabonazo en la deplorable feria que llevamos, que soltaron en Madrid al menos dos toros de embestidas largas y emocionantes, un toro de cante grandísimo que fue el cuarto, Fiscal, número 185; otros dos para estar ahí con sus cositas, de los cuales uno, que fue el quinto, torcía hacia la mansedumbre, y el Pitillero citado más arriba. Seis toros de comportamientos distintos que demandaban toreros, ¡ahí es ná!
Parece mentira que hace una semana torease El Cid de manera superior a los Victorinos en Valencia y que hoy haya dado este espectáculo tan pobre o, peor aún, tan sin interés en Las Ventas. Muchas veces hemos señalado cómo el público poco avisado ha confundido la labor experimentada y precisa de la gran cuadrilla que acompaña a Manuel Jesús y la propia labor del matador en ahormar y hacer mejor al toro de lo que era y de ahí ha surgido la leyenda urbana de la ‘suerte en los sorteos de El Cid’, lo mismo que la chica de la curva. Hoy esa explicación no sirve, porque la bonita embestida del toro Fiscal la trajo él solito desde la finca y se la brindó a El Cid para que pudiese pegar con ella una patada al tiesto de esta feria y pudiese, mediante ella, marcar ante la plaza de forma neta la diferencia de su toreo clásico que tantas faenas grandes ha brindado en Madrid. Pues de eso, nada, porque lo que se le ocurrió al bueno de Manuel con ese toro fue ponerse a presentar la versión cidiana de los preceptos del llamado G10:
No te cruzarás, torearás a la media altura, torearás por fuera, honrarás a los pases por alto enhebrados, no echarás la muleta adelante, retrasarás la pierna de salida, repondrás, y santificarás el temple.
Tremenda decepción en una faena de menos a mucho menos en que el respetable se desentiende de las cuitas del torero y, poco a poco, va simpatizando más y más con el toro. Un jarro de agua fría, después del que nos había echado El Cid en su primero, donde demostró en dos fugaces momentos que él no es torero que sirva para mentir y que, por ello, la impostura le sale tan poco creíble.
No te cruzarás, torearás a la media altura, torearás por fuera, honrarás a los pases por alto enhebrados, no echarás la muleta adelante, retrasarás la pierna de salida, repondrás, y santificarás el temple.
Tremenda decepción en una faena de menos a mucho menos en que el respetable se desentiende de las cuitas del torero y, poco a poco, va simpatizando más y más con el toro. Un jarro de agua fría, después del que nos había echado El Cid en su primero, donde demostró en dos fugaces momentos que él no es torero que sirva para mentir y que, por ello, la impostura le sale tan poco creíble.
Al pobre Miguel Ángel Perera le habían hecho una mini campañita en la red apostando por él como tapado o figura emergente del 2012. Bastó que saliesen al ruedo sus dos toros para ver que aquello era otra campañita sin viso alguno de parecido con la realidad. Ahí estaba de nuevo Perera, el Perera eterno, con su toreo de Perera, lo mismo de siempre, con la observancia perfecta de los preceptos de la cienciología gediez. En su segundo, Herrero, número 118, que era manso y se iba a las tablas a la primera de cambio, consiguió enardecer a la parte más amante del arte circense de entre el público con unas pedresinas y un susto y luego se plantó a hacer una faena, con su arrimón de turno, que si la hace en Villaberzas le indultan al toro y le nombran hijo adoptivo del pueblo, pero que en Madrid al menos aún había cuatro chalaos como los galos esos de Gosciny que estaban dispuestos a gastar sus energías en censurar, con todo motivo en mi opinión, la censurable labor del coleta. Inmediatamente, como un tsunami la enfervorecida masa vocifernate, inflada por el regüeldo de gusto por la nada que había contemplado, bramó contra la disensión, faltaría más. Bien es verdad que antes de llegar a la puerta de salida de la Plaza ya nadie, especialmente los defensores, se acordaba ni de un solo pase de los cientos de ellos que dio Perera y a estas horas ya la mayoría ni se acordarán de quién era uno que toreó vestido de verde. Como una forma de redención, en el último toro de la corrida, en el tercio de banderillas, un oportunísimo quite de Perera a Pedro Lara, cuando el peón tenía ya prácticamente la cornada, nos hizo poner en pie y aplaudir sinceramente al torero.
Y Fandiño. La mayor decepción de la tarde, porque si no fue capaz de dibujar el toreo largo y comprometido con su primero, levedad del medio pecho en el cite para en seguida retrasar la pierna y no querer pisar el terreno del toro, se encontró con un segundo toro, el Pitillero, que era el toro violento con el que nos imaginamos que brillaría el mejor Fandiño y lo que salió fue una faena sin concepto alguno, atropellada, en la que el toro fue ganando poco a poco la partida al torero. Faena a más por parte del Pitillero y naufragio de Fandiño, que no es capaz de someter al toro, de sujetarlo con la fuerza de su muleta y de poderle. Parece como si Fandiño se encontrase en una suerte de encrucijada en su estilo, pero si cree que aligerando su tauromaquia y renunciando a su alma guerrera y montaraz las cosas le van a ir más rodadas, se encuentra en un gravísimo error del cual debería salir cuanto antes. Lo último que deseamos es ver a Fandiño artista, lo último que esperábamos ver es a Fandiño por debajo de un toro violento y con casta. A Ringollano, otro toro de Alcurrucén similar al de Fandiño de hoy en lo violento, José Tomás le hizo una gran faena en Las Ventas, en mayo de 2002. La enorme disposición de aquella tarde frente a lo incierto del toro, la firmeza en la decisión de ese torero, que el tiempo ha ido convirtiendo en un espantajo, su irrenunciable deseo de ganar la posición al toro y de hacerle ir una y otra vez por donde la mano izquierda del torero quería que fuese, a despecho de las tarascadas que el animal le lanzaba por más que el animal protestase y se abalanzase contra su matador, la sensación de peligro de aquella tarde, dejaron una indeleble huella que hoy con otro Alcurrucén de embestida vibrante sirvió como punto de comparación para sembrar la duda de si acaso este Fandiño no tendrá los pies de barro.
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Blog Salmonetes ya no...
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