Javier Castaño ha conseguido emocionar a la plaza y eso no lo había hecho nadie
(Fotografías de Muriel Feiner-Burladero.com)
TODO UNA CASTAÑA
HASTA LLEGAR CASTAÑO
Antolín Castro
España
S.I.- Cuando el reloj marcaba la hora justa en el que las personas sensatas, he dicho las sensatas, piensan seriamente en suicidarse en su afición o cuando menos planteársela muy seriamente, es decir cuando están presenciando una auténtica castaña, llegó el antídoto perfecto, graciosa coincidencia, llegó Castaño.
Y lo que era un gravísimo problema de continuidad en aquella afición heredada de nuestros mayores, resurge como cuando se hace de día, desaparecen las tinieblas que nos tienen atenazados y llega Castaño, Javier Castaño por más señas, y pone orden en donde había desorden, pone ilusión en donde había desencanto y nos explica, uno a uno y de mil en mil, que el toreo tiene vigencia, que la fiesta brava es posible mantenerla si se hacen las cosas como exige la historia y la lógica. Si es una fiesta plena de emociones hay que ponerlas en práctica y abandonar el aburrimiento y la rutina que aprisionan a una fiesta que ya no se sostiene en pie.
Es que el toro bravo es el que aguanta una faena de menos a más, es que la suerte de varas no mide la bravura, es que los del siete son muy exigentes, es que los toros con más de 600 kilos no andan, no se mueven. ¡Joder cuánta falsedad, cuánta mentira para poder envolver en papel de celofán la mierda de fiesta que nos dan un día si y otro también!
Existe otra y se ha encargado Javier Castaño de enseñarla. No hacen falta orejas, no hacen falta derechos de televisión, lo que hace falta es mantener la fiesta en su primitiva esencia, nada más… y nada menos. El público de Las Ventas hoy, como el de Nimes el otro día, ha presenciado el zambombazo de la emoción, esa que ayer con Perera era insostenible. Claro que lo habrán podido percibir los que estuvieron ayer y hoy, los que esta tarde sin nombres sonoros en los carteles no vinieron, matan su mínima afición y siguen sucumbiendo a la publicidad engañosa.
Ver venir un toro desde el centro de la plaza al caballo es gracias a Castaño
Presenciar un tercio de varas como el vivido hoy es propio de quien tiene confianza de que esto tiene arreglo, bastará con quererlo. Y que no vengan los que viven del negocio de la fiesta de la farsa a decirnos que para eso hace falta un toro determinado; sí aunque sea el sexto de la basura de corrida presenciada hoy. Decimos: lo que hace falta es quererla recuperar, no enterrarla definitivamente como ha pasado en los días precedentes.
Castaño está demostrando, pues no ha sido hoy una casualidad, que hay que ponerle orden y ganas para demostrar que las emociones pueden estar aunque sea escondidas en una mansada infumable como la enviada hoy por Carriquiri. Se hace acompañar por toreros, pues toreros son los miembros de su cuadrilla, que estén con las mismas ganas de hacerle llegar al público el conjunto de emociones que esta fiesta tiene y como no la tiene ninguna otra. El circuito de las estrellas es un circuito muerto desde su base: sin toro todo es de plástico y las emociones van servidas a los públicos en papel de celofán cuando no en tetra brik.
Javier Castaño ha querido poner al toro en suerte y la suerte la hemos tenido todos los presentes. No se puede picar más de dos veces, hay que dejar al toro crudo ¡y un jamón! Todo falso para alimentar la farsa. Nadie de los taurinos quiere un toro si no es para molerle a pases sin fundamento. Otros se ponen bonitos, pero lo bonito de esta querida fiesta no está en ponerse bonitos sino en hacer vibrar a los aficionados como hoy. Tras de las tres varas de Tito Sandoval, a cual desde más distancia, llegaban las banderillas de Adalid y aquello se convirtió en un manicomio. Así eran las cosas cuando yo me hice aficionado y no me da la gana cambiarlo por mucho edulcorante que nos ofrezcan. Mejor abandonar que perder los valores que hicieron de la Fiesta su grandeza.
Luego la faena no pudo ir más lejos pues el toro no era de dulce, ni siquiera bravo, y si vimos algo fue por la insistencia y la inteligencia de su matador, quien de haber matado a la primera hubiera cortado una oreja al conjunto de su actuación. Las ovaciones y la vuelta al ruedo tuvieron más valor que lo hecho en todos los días de atrás.
El resto fue una sucesión de mansos de solemnidad, imposibles de hilvanarles con gracia cualquier pase. De capote imposible por sus persistentes huidas y de muleta por sus insistentes cabezazos. Con eso ni Frascuelo el actual, ni el antiguo, podía llegar al lucimiento, como tampoco Ignacio Garibay. A ambos me gustaría que los probara la empresa con otro ganado, para que ellos pudieran lucir y nosotros disfrutarlo.
Lo dicho: Todo era una castaña hasta que llegó Castaño y nos alegró la tarde y la afición.
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