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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 3 de septiembre de 2014

ARTURO BELTRÁN / por BENJAMÍN BENTURA REMACHA



"...Llegó a la plaza de toros de Pignatelli acompañado por José y Victoriano Valencia y la idea de cubrir este coso se la aportó el arquitecto cubano Bernardo Díaz, que había abandonado las huestes castristas de la bahía de Cochinos y se había venido a España para seguir su carrera y para hacer alguna incursión en el campo torero con el sobrenombre rumboso de Guajiro..."

ARTURO BELTRÁN


BENJAMÍN BENTURA REMACHA
Zaragoza, 01/09/2014.- Conocí a Arturo Beltrán cuando era concejal de Utebo por UCD y yo de Ejea de los Caballeros por este mismo conglomerado de ideas e ilusiones. Me lo presentó Gaspar Castellanos en el restaurante La Mar y el objeto fundamental era hablar de toros. Era un hombre peligroso con un destornillador y unos alicates en la mano y lo mismo te arreglaba el fregadero del bar que compraba en Zaragoza el Gran Hotel, el Casino Mercantil o el edifico Savoy . Llegó a la plaza de toros de Pignatelli acompañado por José y Victoriano Valencia y la idea de cubrir este coso se la aportó el arquitecto cubano Bernardo Díaz, que había abandonado las huestes castristas de la bahía de Cochinos y se había venido a España para seguir su carrera y para hacer alguna incursión en el campo torero con el sobrenombre rumboso de Guajiro. Yo lo conocía de sus andanzas por lo tentaderos de España, de las que la más expresiva muestra era una foto en la que bailaba con El Cordobés verdadero frente a un becerro. Me llamó a Madrid para que conociera su maqueta de madera con grandes ventanales y no hubo ningún problema para que Beltrán conociera su trabajo. Pero en lugar de aceptar directamente el proyecto del cubano, Beltrán, de acuerdo con la Diputación de Zaragoza, convocó un concurso de ideas y de ahí surgió el proyecto de los técnicos germanos que necesitó del especial trabajo del arquitecto aragonés José María Valero para que, sobre la estructura renovada de 1918, pudiera anclarse el velarium gigantesco que protegiera a la plaza de las inclemencias meteorológicas tan pródigas en estas tierras en primavera o en otoño y aquí, en Zaragoza, el apoyo fue total sin despreciar el fervor de algunos sectores como Zabala Portolés y el ABC y sin amilanarnos por el discurso del señor Molés que calificaba el invento como de preservativo y abogaba por el sol y las moscas tradicionales. A mí me tocó elaborar algún discurso sobre lo ideal de un recinto para ver toros como si fuera un palacio de la ópera o el escenario de la Escuela de Equitación de Viena y lo cierto es no hubo discrepancia alguna durante la ejecución de la pionera obra (en París hubo plaza cubierta, en México, en el D.F., el Palacio de Hierro, en donde murió Balderas, y en la frontera con Estados Unidos y en España, Baltasar Iban le encargó gestiones a Manolo Lozano Martín para construir una en Madrid) que tuvo sus más y sus menos resueltos con la colaboración de los técnicos y la aquiescencia de los políticos. Luego, en la liquidación del costo de la obra (500 millones de pesetas) sí se plantearon discrepancias, pero creo que se llegó a un acuerdo satisfactorio para todas las partes. A mí ya me habían jubilado.

El caso es que el cubrimiento de la plaza de toros de Zaragoza abrió la etapa de nuevas plazas con techumbre, pero es posible que tenga razón el señor Molés porque varias de estas plazas han dejado de funcionar como plazas de toros, Carabanchel, San Sebastián y La Coruña y otras cuantas lo hacen en precario, Logroño y las periféricas de Madrid. ¿Será cierto que los toros con sol y moscas? Las motivaciones de estas deserciones son mucho más variadas y complejas. En una de las biografías que se han publicado en estos días sobre Arturo Beltrán se dice que reconstruyó Vista Alegre. No es cierto. La Chata, en donde tomamos la alternativa con la pluma como espada y el papel como muleta mi padre y yo, desapareció completamente y el monstruo de concreto que le sustituyó se nota que es plaza de toros por los dos ejemplares de bronce que guardan la gran escalera. La modernización de la Fiesta que preconizaban los analistas abecedarios no ha tenido los efectos previstos y deseados, si bien la culpa no le tienen los nuevos cosos aunque es cierto que en estas plazas ni los pasodobles ni las palmas ni los ¡olés! suenan como antes.

He dicho cubrimiento y no cubrición (del Moral) porque lo veo más acorde con la acepción de “acción o efecto de cubrir o tapar”. La segunda acepción parece más relacionada con el acto de fecundar el macho a la hembra. Labor fecunda la de Arturo Beltrán en muchos aspectos, empresario de grandes ambiciones, algunas continuadas por sus hijas en la gastronomía, verduras y vinos, y con matices muy de la tierra aragonesa. Recuerdo su gran afición por los festejos populares, las vacas, y la jota en la persona de una jotera excepcional que era esposa del dueño del restaurante “Casa Juanico”. Arturo ha sido un tremendo consumidor de vida. Descanse en paz.   


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