"...James es como esos malos presidentes del Gobierno que no hablan nada dentro pero que aprovechan cualquier resquicio para darle a la húmeda en cuanto cruzan la frontera..."
James y su famosa imitación de Özil y Di María
Juan Manuel Rodríguez
El lunar negro e inesperado de la sufrida aunque merecida victoria del Real Madrid en el Mundial de clubes, que cierra así un 2016 que, como dijo ayer Zinedine Zidane, ha sido efectivamente "la hostia", lo constituyó James Rodríguez. Otra vez James. De nuevo James. Otra vez él. Sus inopinadas palabras reclamando mayor protagonismo sobre el terreno de juego y poniendo en marcha el cronómetro de su adiós en un tono claramente amenazante tampoco habrían tenido sentido en el seno de un equipo que fuera mal, que perdiera partidos o que no encontrara su sitio, pero en uno que acababa de conquistar su tercer título internacional de la temporada, que lleva sin perder un partido desde abril y que es líder en solitario de la Liga española, sus reflexiones suenan a chino. O, ya que estamos, a japonés.
James es como esos malos presidentes del Gobierno que no hablan nada dentro pero que aprovechan cualquier resquicio para darle a la húmeda en cuanto cruzan la frontera. Hasta ahora, el colombiano había hablado de lo mal que le iba en el Madrid, que invirtió en él 80 millones de euros, vistiendo la camiseta de su selección y, como el madridismo le tiene en alta estima y quiere que triunfe aquí, siempre se miró hacia otro lado. Lo de ayer no se puede regatear porque no tiene ningún sentido y porque, como bien dijo Ramos, no era ni el sitio ni el lugar para reivindicaciones personales. Si yo fuera Florentino Pérez, y de ser cierta la oferta del Chelsea por él, ni siquiera me lo pensaría una semana y cerraría la venta a la Premier ya.
Porque así, sin darnos cuenta, James Rodríguez, que llegó siendo un chico ejemplar cuyo sueño era vestir la camiseta del Real Madrid, se ha ido convirtiendo poco a poco en el portavoz de las malas noticias, una especie de cartero del mal rollo y un foco de negatividad que no va en absoluto con el conjunto general, que es muy alegre y positivo. El problema de James no es su mujer ni tampoco la prensa colombiana. El problema de James no somos los periodistas de aquí, ni Zizou, ni su asesor de imagen, si es que alguna vez lo tuvo. El problema de James es James, que quiere jugar más. Su ejemplo debería ser Lucas Vázquez, Nacho, Kovacic, Morata, Asensio, Mariano e incluso Isco pero él ha elegido la vía de Robinho, Özil y Di María. Suena a despedida pero, si el Madrid recupera lo invertido, yo le vendería ya.
El lunar negro e inesperado de la sufrida aunque merecida victoria del Real Madrid en el Mundial de clubes, que cierra así un 2016 que, como dijo ayer Zinedine Zidane, ha sido efectivamente "la hostia", lo constituyó James Rodríguez. Otra vez James. De nuevo James. Otra vez él. Sus inopinadas palabras reclamando mayor protagonismo sobre el terreno de juego y poniendo en marcha el cronómetro de su adiós en un tono claramente amenazante tampoco habrían tenido sentido en el seno de un equipo que fuera mal, que perdiera partidos o que no encontrara su sitio, pero en uno que acababa de conquistar su tercer título internacional de la temporada, que lleva sin perder un partido desde abril y que es líder en solitario de la Liga española, sus reflexiones suenan a chino. O, ya que estamos, a japonés.
James es como esos malos presidentes del Gobierno que no hablan nada dentro pero que aprovechan cualquier resquicio para darle a la húmeda en cuanto cruzan la frontera. Hasta ahora, el colombiano había hablado de lo mal que le iba en el Madrid, que invirtió en él 80 millones de euros, vistiendo la camiseta de su selección y, como el madridismo le tiene en alta estima y quiere que triunfe aquí, siempre se miró hacia otro lado. Lo de ayer no se puede regatear porque no tiene ningún sentido y porque, como bien dijo Ramos, no era ni el sitio ni el lugar para reivindicaciones personales. Si yo fuera Florentino Pérez, y de ser cierta la oferta del Chelsea por él, ni siquiera me lo pensaría una semana y cerraría la venta a la Premier ya.
Porque así, sin darnos cuenta, James Rodríguez, que llegó siendo un chico ejemplar cuyo sueño era vestir la camiseta del Real Madrid, se ha ido convirtiendo poco a poco en el portavoz de las malas noticias, una especie de cartero del mal rollo y un foco de negatividad que no va en absoluto con el conjunto general, que es muy alegre y positivo. El problema de James no es su mujer ni tampoco la prensa colombiana. El problema de James no somos los periodistas de aquí, ni Zizou, ni su asesor de imagen, si es que alguna vez lo tuvo. El problema de James es James, que quiere jugar más. Su ejemplo debería ser Lucas Vázquez, Nacho, Kovacic, Morata, Asensio, Mariano e incluso Isco pero él ha elegido la vía de Robinho, Özil y Di María. Suena a despedida pero, si el Madrid recupera lo invertido, yo le vendería ya.
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