El inconfundible trincherazo de El Pana
Uno, conocedor de la vida y milagros de El Pana tiene derecho a emocionarse con semejante personaje que, como se demuestra, sigue tan vivo como cuando le tratábamos a diario para que nos contara sus ilusiones
EL PANA, ETERNO
España
El primer eco que llega hoy a mi corazón no es otro que, conmemorar el aniversario de la muerte de Rodolfo Rodríguez El Pana, el diestro mexicano que tanto caló entre nosotros, los que le quisimos, los que fuimos sus amigos y, sin duda, a todos los que le trataron y admiraron. Tal día como hoy Rodolfo entregó su alma a Dios puesto que, un mes antes, en Ciudad Lerdo, un toro le dejó tetrapléjico y, como confesaron sus allegados, el último suspiro de aliento que Rodolfo pudo pronunciar no era otro que le dejaran morir. Y tenía razón. El Pana era un torero y no quería ser un cadáver respirando en un hospital.
Uno, conocedor de la vida y milagros de El Pana tiene derecho a emocionarse con semejante personaje que, como se demuestra, sigue tan vivo como cuando le tratábamos a diario para que nos contara sus ilusiones. Rodolfo ha sido un hombre que ha sufrido grandes penas, penurias de todo tipo pero, la más sangrante no fue otra que no le permitieran confirmar su alternativa en Madrid puesto que, confesó, no le importaba morir en dicha plaza y, la triste realidad es que lo mató un toro, pero en una plaza de pueblo y sin gloria alguna. Aquella desdicha, de haber sucedido en Madrid, El Pana hubiera acaudalado más gloria para su eternidad, si es que todavía se podía acumular mucha más de la que logró.
Rodolfo Rodríguez El Pana era genial, autodidacta, bohemio, loco, iconoclasta, artista, creativo, locuaz, culto, admirable; es decir, un hombre plagado de virtudes que el taurinismo mexicano, como le hubiera sucedido con el español, le abocó hacia la amargura del alcohol por aquello de poder mitigar sus penas que, como digo, las tenía todas. Las empresas mexicanas, como los mandones del toreo de aquellos años, mataron en vida al más genial de los toreros mexicanos porque les estorbaba; porque no comprendían que, un sencillo hombre de Apizaco, borracho en muchas ocasiones, podía dejarles a todos con las posaderas al aire.
La ternura de El Pana brindado a un niño su faena
Ahí está, entre otras muchas actuaciones, la del 6 de enero 2007 en que se “despedía” para siempre de los toros. En dicha ocasión, además de mostrar su genialidad como torero, su grandeza como ser humano caló muy hondo en el sentir de todos los mexicanos que, de una santa vez, TODOS, sin distinción, comprobaron la tremenda injusticia que se había cometido contra este hombre genial y único en su especie.
Desde España nos cupo la dicha de amarle, admirarle, de sentirlo como una partecita de nuestro corazón. ¿Quién que hubiera tratado a El Pana no caía rendido ante sus pies? Era imposible. El día inolvidable que disertó junto a nosotros en casa del maestro Luís Francisco Esplá, tras escucharle, Esplá que es un erudito de la palabra guardó silencio ante El Pana. Cuando habla Rodolfo, aquí calla hasta Dios, sentenció Luís Francisco Esplá.
El Pana y Morante, juntos en una calesa por las calles de Antequera
Y no hablemos de su grandeza como artista en los ruedos que, su genialidad rebasaba lo habido y por haber. Era un creativo, a veces hasta provocador como aquella tarde jalisciense en Guadalajara que no le sirvieron los toros y tiró por la calle de en medio, hasta el punto de que lo querían matar. Pero lo que nadie sospechaba es que quedaba un sobrero con el que encandilaría al público y, dos horas después de la corrida todavía lo llevaban en hombros por las calles de Guadalajara. Así son los genios y, sin duda, El Pana, no escapaba de dicha virtud, la que le hizo distinto al resto de los toreros en el mundo.
Quemaron su cuerpo, sus cenizas se esparcieron por distintos puntos de Apizaco, pero como él sabía, El Pana sigue tan vivo como siempre en el corazón de los que le quisimos; incluso, seguro estoy, de los que fueron sus detractores, en este caso, los que le llevaron hasta el ocaso de su carrera puesto que, de no haber existido aquella inolvidable corrida de su “despedida” nadie le recordaríamos. Pero estaba de Dios que Rodolfo dejaría una huella imborrable entre nosotros y, lo que es mejor, en todo el mundo.
La singular expresión de El Pana junto a Frascuelo
Le lloró México, nada es más cierto, como le lloramos los que fuimos sus amigos, pero gracias a las maravillas de la técnica, cada día cuando nos invade la melancolía por dicho diestro, echamos mano de las videotecas para seguir deleitándonos con la magia de este hombre irrepetible.
Viendo sus imágenes, sus faenas, sus disertaciones y todo lo bello que vivía dentro de su ser, todos tenemos derecho para seguir creyendo que El Pana sigue vivo puesto que, pese a todo, después de muerto, nos sigue emocionando y, por encima de todo, logra que siga palpitando nuestro corazón como gratitud por todo lo que nos dio.
Seguro que Dios lo tiene a su diestra, no puede ser de otro modo. Un genio no puede pasar desapercibido y, en lo más alto, seguro que sigue impartiendo lecciones de torería que, repletas de genialidad, hasta Dios estará contento con él.
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