Sus “malas formas” son otra de las genialidades, sino la mayor genialidad de ese político colosal que pronto empezará a ser popularizado, normalizado y dejará de significar una causa de marginación social y de arrinconamiento en las cenas navideñas.
Houellebecq extiende el trumpismo definitivamente
Abc
Ha escrito Michel Houllebecq un artículo titulado “Donald Trump es un buen presidente”. Esto hubiera sido escandaloso hace unos
meses, y muy escandaloso hace un par de años (además de un poco aventurado, pues acababa de llegar), pero ahora empieza a no serlo tanto. Creo que este artículo de Houllebecq marca el inicio definitivo de la normalización de lo trumpiano, de su aceptación lenta por el mainstream. Pronto, en cuestión de días, veremos a los polemistas-que-lee-la-gente (personas siempre un poco adaptativas) situarse definitivamente en esto que hasta hace poco les espantaba.
Houllebecq (o mejor H.) acepta con naturalidad e inteligencia algunas cosas que aquí aun suenan a herejía.
La primera es el nacionalismo. En la acepción que le dio Trump: “Soy un nacionalista”. En Estados Unidos, por cuestiones institucionales, lo nacional no deviene en totalitario, así que nacionalista podemos entenderlo como partidario de la escala nacional, del principio nacional, del Estado Nación. Esto va unido a un rechazo imperialista. Del propio imperialismo americano y del imperialismo blando y benevolente de la Unión Europea. La causa no es solo que lo nacional sea culturalmente congruente, sino que por el momento es lo que aun puede aspirar a ser democrático.
Este punto de vista tiene varias consecuencias. Una es el reestablecimiento del tú a tú (en realidad, una vuelta a lo comercial pero en política). El bilateralismo. Los países negocian entre sí, y también deciden con cierta autonomía al margen de los organismos internacionales, de grandes convenciones, de grandes bloques de normativa internacional. Otra consecuencia del rechazo al imperialismo es la superación del punto de vista histórico de la Guerra Fría, del paradigma de la Guerra fría que ha dado forma (y aun lo hace) a nuestro mundo. Desde el armamentismo hasta el recelo. Un rechazo del miedo. Putin ha sustituido al miedo al comunismo en nuestra imaginación.
Otra consecuencia es económica: el nacionalismo económico. Por encima de las grandes e inviolables leyes liberales del comercio, un gobierno puede intervenir. Intervenir para renegociar un tratado comercial o para proteger una industria. El nacionalismo pone por encima de las leyes económicas a la nación. Suena grandilocuente, suena populista, pero es así. El nacionalismo económico forma parte de la historia de Estados Unidos o de Alemania y es una tradición de pensamiento económico quizás no tan celebrada como la liberal, pero real, existente. Esto lo celebra H con una frase audaz: “Una reducción del comercio global es un objetivo deseable”. La palabra global nos termina de situar: es una reacción, un rechazo quizás melancólico al conjunto de efectos de la globalización. De eso se trata. De matizar eso, de controlarlo. No de acabar con ello, sino de intentar dominarlo. China ha originado una ola económica y comercial de efectos tan fuertes que exige coger el timón más fuerte y de otra forma.
Trump es un presidente elegido por los trabajadores y para los
trabajadores, y su reelección dependerá de ellos. Se dijo en este pobre blog: no es el racismo, es el trabajo. Jobs, jobs, jobs. Respondía a la misma preocupación que movía al demócrata Bernie Sanders (el mismo caladero de votos, la misma preocupación) pero con medidas de derechas, de mercado, aunque no estrictamente reaganianas, o no solo reaganianas.
trabajadores, y su reelección dependerá de ellos. Se dijo en este pobre blog: no es el racismo, es el trabajo. Jobs, jobs, jobs. Respondía a la misma preocupación que movía al demócrata Bernie Sanders (el mismo caladero de votos, la misma preocupación) pero con medidas de derechas, de mercado, aunque no estrictamente reaganianas, o no solo reaganianas.
Aquí en España nos ha llegado la revitalización de lo nacional, lo nacional a la española, con VOX, y lamentablemente vinculado al asunto catalán (que convierte en tóxica la palabra nacional y por supuesto cualquier traducción de “nacionalista”). Con ellos llega también la rebaja fiscal, la bajada de impuestos trumpiana. Pero solo esto. En VOX se percibe el mismo credo absolutamente liberal, incluso neoliberal, de Estado Mínimo y poca intervención. Se mira al Estado creo que con un principio de imaginación pero con recelo. En VOX falta esta apasionada dedicación al trabajador, esta fijación casi cultural, casi poética de Trump con el obrero. El obrero republicano, la gorra roja, el orgullo interior.
Esto falta en España. Por eso quizás VOX esté más cerca del Aznar de la primera legislatura que de Trump. Para estar cerca de Trump habría que estar en Estados Unidos y no aquí (VOX es intrasistema), y habría que tener esa capacidad para la innovación y para la ruptura que tiene Trump. En eso no estoy de acuerdo con H, que rechaza sus formas. Sus “malas formas” son otra de las genialidades, sino la mayor genialidad de ese político colosal que pronto empezará a ser popularizado, normalizado y dejará de significar una causa de marginación social y de arrinconamiento en las cenas navideñas.
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