"La birria que salió en quinto lugar era una albondiguilla
con cuernosque atendía por Portugués"
Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Lo más cuajado de la granja juampedrera
Nosotros pedimos conforme a la demanda que hay,
y la demanda viene por parte de las figuras,
que son quienes dicen qué ganaderías quieren matar
Joaquín Núñez del Cuvillo
José Ramón Márquez
Hay que ver lo que cambian las cosas en siete días. Una triste semana es lo que media entre la impresionante corrida de toros del domingo pasado, Saltillo y Araúz de Robles, el toro de lidia, y la exhibición pecuaria de hoy con los de Juan Pedro, Cuvillo y Victoriano del Río, los toros de granja. A la del domingo pasado fuimos los de siempre, los chinos y los del valle del Indo y a ésta de hoy poco le ha faltado para poner el letrero de “No hay billetes”. Está claro que el interés de la tarde de hoy no podía estar en los toros, o sea que la cosa debía ser por los toreros, Perera y Ureña. Y cuando uno bajaba por la calle de Alcalá iba pensando que a santo de qué se les habría ocurrido a Domb y sus dombos programar este mano a mano, hasta que la sagacidad del aficionado R. me sacó de dudas al recordarme que Perera abrió la puerta grande de Las Ventas en San Isidro, hecho que uno había olvidado por completo, o sea que el interés del mano a mano estaba en poner frente a frente a dos triunfadores de San Isidro. De lo de Ureña, de su triunfo, sí que me acordaba perfectamente y lo mismo debía pasarle a muchos de los que estaban echando la tarde en la Plaza, que prorrumpieron en una clamorosa ovación e hicieron salir a saludar al tercio al murciano afincado en Guadalajara.
A las siete y tres minutos echaron a andar detrás del alguacilillo y la alguacililla Miguel Ángel Perera, de lila y oro, guarnecido por una cuadrilla absolutamente de lujo, y Paco Ureña, de canela y oro. Las fieras bovinas les esperaban en el frescor de los toriles.
El primer esperpento en salir esta tarde a Las Ventas, hierro del duque de Veragua, cintas del duque de Veragua, fue Lingotazo, número 178, un colorado que dobló las manos ya en las cosas del capote, para demostrar que su fuerza era equivalente a la de una gaseosa abierta hace una semana, por si alguno no lo había percibido en su agónica manera de echar las manitas por delante al llegar al capote. Le cita Ignacio González con buen son y el tal Lingotazo se va a la llamada para recibir 0,0 de quebranto, o sea que la suerte de varas fue como un teatrillo de títeres, porque en el Reglamento pone que hay que hacerlo. Y sin picar y todo, el bicho no se tenía en pie y eso que Curro Javier estuvo esforzadísimo tratando de convencerle de que allí todos estaban de su parte. Luego llegó la cosa muletera y Perera se dejó enganchar la muleta infinidad de veces y empezó ese sobeteo tedioso que los periodistas llaman “hacer al toro”, pero el rollo hacedor no caló y la cosa se fue poniendo harto pelmaza hasta que el extremeño decidió poner punto final al show mediante una estocada, baja y suficiente.
El segundo adefesio de la tarde era unos cuernos con un cuerpecillo detrás, más corzo que toro. Atendía por Ricardito, número 200, y venía del rancho de Núñez del Cuvillo, El Grullo. Su paso por el primer tercio, lo apagado de su carácter, lo rabiosillo que acomete a las faldillas para irse suelto de la primera y de la segunda, tiene su continuación en el segundo tercio, en el que se duele al sentir los arpones en el espaldar, pero llegando el tercio de muerte el animalejo se oxigena y parece que toma un poco más de fuelle cuando Ureña le cita para componer un bonito inicio con pases del desprecio. El animal es el toro de granja prototípico, el de todos los días, el de todas las Plazas donde en el cartel haya alguno de los que están en los seis u ocho primeros lugares del escalafón, y a este bobalicón Ureña le compone una faena bien concebida, estructurada, basada en la buena colocación, en el buen trazo del muletazo, en el toreo bueno, trayéndose al toro acaso un poco desde afuera en el primer muletazo, pero metiéndole en el camino, y templando una barbaridad. ¿Y qué faltaba? Pues faltaba la emoción del toro, porque ver al bicho ése era como ver a un perro. Un estocadón, por ejecución, y un poco contraria, por colocación, bastó para despenar al corzo.
El tercer espantajo de la tarde, con el hierro de Victoriano del Río y con el número 83 marcado a fuego, se llamaba Soleares, un zambombo feo, largo y magro. Mientras Ureña daba la vuelta al ruedo con la oreja del segundo, Perera se entretenía en el callejón en hacer estiramientos y en seguida se vio que aquello tenía su motivo, porque el recibo de capote a Soleares lo hizo rodilla en tierra, conduciendo con mucho conocimiento la embestida del toro, mostrándole el mundo de la embestida, y fue una lástima que perdiese el capote en el remate de los lances, porque fueron buenos y las gentes así lo reconocieron. Luego hizo un majestuoso galleo por chicuelinas para llevar al toro al caballo, muy parsimonioso, y el toro se echa al caballo y lo toma por los pechos, mientras Óscar Bernal, a los mandos, consigue la difícil ecuación de sujetar al toro defendiendo la cabalgadura del pasajero enfado de Soleares sin pegarle en demasía. Se cambia el tercio porque sí y porque ¿para qué ponerle otra vez? Buena brega de José Chacón en banderillas y bonita manera de llevarse al toro al burladero del 6 a una mano. Perera principia su faena con los estatuarios que suele hacer y en seguida se puede apreciar la condición sosa y bobísima del toro, que unida al tirar líneas del de La Puebla del Prior consigue que el público se vaya desentendiendo de lo que en el ruedo acontece. Faena larga y ayuna de colocación, que finaliza con un pinchazo, una estocada entera y un golpe de descabello. Un plomo.
El cuarto de la tarde, segundo de Juan Pedro, Indispuesto, número 70, jabonero claro, tenía más presencia que cualquiera de sus predecesores, era un toro más cuajado al que pusieron al caballo porque lo manda el Reglamento y que pasó de puntillas por el segundo tercio. Tras esas experiencias vitales optó por defenderse de cualquier manera y esa falta de disposición aguó las intenciones toreras de Ureña que le probó primeramente por el derecho cosechando una colección de enganchones fruto de los cabeceos del juampedro, y luego lo intentó por el izquierdo y por ahí el animal parecía que tenía algo más que decir, pero los muletazos había que sacarlos de uno en uno con flojo lucimiento. Visto el toro y su falta de condiciones ya sólo restaba dejarle una estocada rinconera con la que facilitar el trabajo del hondero.
La birria que salió en quinto lugar era una albondiguilla con cuernos que atendía por Portugués. Su número era el 62, al que en Ceuta denominan el piojo. Su deplorable paso por la cosa equina se resume en una entrada en la que mete la cabeza abajo y ni empuja ni le pegan y otra entrada en la que, directamente, no se le pica. La labor de la cuadrilla es mantener al animalejo en pie para que no arrecien las voces de los que piden su sustitución por indecoroso y dar lugar a que llegue el momento de la faena, que es donde los cuvis dan su do de pecho. El animal tenía un galope bondadoso y muy proactivo y Perera se da rápidamente cuenta de las condiciones del toro cuando, tras probarle, el toro se le viene de largo. A partir de ahí basa su faena en el cite a distancia, aceptado sin rechistar por el torillo, resuelto a su modo, más bien por las afueras. El animalejo es la máquina de embestir y la larga experiencia de Perera le ilumina para componer su faena en la que plantea cada serie en la distancia y resolviéndola con adornos. Hay un pequeño bache en la faena, pero él tiene recursos como para no dejar que la cosa se le vaya de las manos y su labor, larga como en él es habitual, la remata con unas bernardas en los medios. Luego, un pinchazo y un metisaca es el epílogo de su labor. El metisaca debió hacer un rato de daño al toro, porque el animal, que había estado todo el tiempo meneando la cola como un perrillo contento, dejó de moverla, se fue a tablas, al 9, y allí dobló y partió a ser uno con Idílico, el Señor de las Adelfas.
El mamarracho que hacía sexto, de Victoriano del Río, fue sacado de la plaza pública mediante la exhibición en el palco de un ínfimo pañuelito verde y en su lugar, con el hierro del 9 de Aleas, salió Mañanero, número 48, de José Vázquez, juampedro colmenareño, una liebre canija y encogida, descolgado de salida y con trazas de corraleado ante el que Ureña puso lo único que podía poner: su disposición. El toro recibió tres enjundiosos muletazos de Ureña y, cuando ya andábamos relamiéndonos, el bicho dijo que nones y corrió, rajado, hacia las tablas. A partir de ahí la cosa fue un tour de force entre los derrotes al pecho, las rebañaduras a ver lo que cae y la constante tendencia a huir del toro frente a la decisión del torero por sujetarle y meterle en su cesto. Consiguió algunos muletazos de gran exposición y de enorme integridad en tablas del 6 y cuando vio clara la ocasión le dejó una estocada al encuentro que resultó desprendida. A partir de ahí el toro se fue barbeando tablas hacia chiqueros y finalmente dobló junto al burladero del 10.
La enseñanza de esta tarde, acaso lo único que se ha sacado en claro de esta tibia tarde, es que Ureña puede dar la pelea a los jerifaltes del escalafón y a sus amados toros de granja, desplegando las maneras del toreo bueno.
La enseñanza de esta tarde, acaso lo único que se ha sacado en claro
de esta tibia tarde, es que Ureña puede dar la pelea
a los jerifaltes del escalafón y a sus amados toros de granja,
desplegando las maneras del toreo bueno
FIN
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