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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 14 de septiembre de 2018

Albacete. Roca Rey quiso arrollar y el mejor Juli posible; pero fue Ponce quien acabó con el cuadro… / por J. A. del Moral

         


El acabose de Ponce sucedió con el sobrero de la corrida desigualmente presentada y vario juego de Daniel Ruiz. No había tenido absolutamente nada dentro el terciadito que abrió plaza para el gran maestro valenciano que fue tan protestado y tan inviable por lo mismo como el siguiente para El Juli. Mejorado por bastante mejor tipo y por su opuesto juego con notoria diferencia el buen tercero, Andrés Roca Rey salió a arrollar a sus dos distinguidos colegas.



Albacete. Roca Rey quiso arrollar y el mejor Juli posible;
 pero fue Ponce quien acabó con el cuadro…

Y la verdad fue que con la suerte de cara, lo consiguió mientras duró la lidia de este estupendo animal, crecido tras simularse la suerte de varas. Hago un paréntesis para decir que estamos viviendo el principio del fin de la suerte de varas. Sea como fuere, Roca Rey se explayó totalmente con su fácil y variado capote, tanto en el recibo por verónicas como en el quite por chicuelinas, y armó el taco en su faena de muleta que aunó los gritos de susto con los olés que acompañaron lo que el peruano hizo por lo clásico en lo que, por cierto, Andrés ha hecho grandes progresos, aparte sus ya famosos cambios por la espalda y sus descarados arrimones. Sensacional estocada y dos orejas de ley.
A lo que vino después a cargo de Ponce con el cuarto bis, un portento de los suyos con los toros difíciles, respondió El Juli con la mejor faena que le hemos visto entre sus mejores. Y ¿por qué fue tan buena? Pues porque el quinto toro fue extraordinario, hasta diría que merecedor de ser indultado.




Y porque don Julián López lo toreó estupendamente con el capote – brillantes las zapopinas del quite – y aún mejor con la muleta que manejó como ya le vimos en San Sebastián: Enponcilado. Es decir, con naturalidad relajada, muy templado y derecho de principio a fin de cada pase que ligó en tandas muy intensas. Luego recurrió a sus habituales finales con cara de lobo feroz en su total entrega. Y se pasó de rosca y de faena. Que de dos orejas o incluso de más. Yo le hubiera dado la segunda sin pestañear. Pero el presidente se agarró al pinchazo previo a la estocada que acabó con el magnífico animal para negar la segunda y, por tanto, impedir que el madrileño saliera a hombros de la plaza con Enrique Ponce y Roca Rey de quien debo decir que en el sexto y último de la tarde, anduvo queriendo mucho sin apenas conseguir la atención de la parroquia que ayer abarrotó la plaza hasta más allá de los topes pese a ser televisado en directo este festejo que, por tanto, pudo verse desde todos los rincones del mundo.






En el titulo de esta crónica ha quedado dicho que Enrique Ponce acabó con el cuadro. Veamos por qué: Pues porque una cosa es triunfar con toros buenos – que Ponce suele inmortalizarlo-, como fueron el tercero por delante y el fantástico quinto, y otra conseguirlo frente a un toro más que complicado y hasta peligroso de salida y, para empezar, plantear graves dificultades que, estoy seguro, no habrían sido resueltas por nadie para terminar ya rehecho un sumiso cordero salvo por Enrique, gracias a su sapientísima magnificencia.



Ya estábamos acostumbrados a estos “milagros” poncistas, frente a toros sin aparente solución. Pero esta apariencia convertida en bondad sumisa del cuarto de ayer alcanzó altísimas cotas. Pues al endemoniado genio del animal en su salida que hasta a poco estuvo de llevar al gran torero a la enfermería, antecedieron hermosos lances genuflexos, le siguieron maravillosos delantales cosidos a una media imperial, un gran puyazo de José Palomares con el toro protestando cual marrajo, las brillantes intervenciones de Mariano de la Viña en la brega y de Jocho en palos.





Y un brindis muy especial de Ponce a su gran peón de confianza, el ya nombrado Mariano de la Viña. De señor a señor, cada uno en su especialidad. Hasta diría que de hermano a hermano porque Enrique y Mariano han toreado juntos desde que eran casi niños y son más que íntimos amigos. Y a tal señor, tal honor.


Esta gran faena de Ponce, la que acabó con el cuadro, fue un in-crescendo rossiniano. Si aludo a tan grandioso compositor operístico en sus famosas aperturas o en sus deliciosos intermedios es porque en el Exmo. Sr. Don Enrique Ponce Martínez, se unen sus excepcionales dotes toreras y las musicales que en el valenciano son tan propias como las primeras.





¿Por qué creen que cuando Ponce torea parece que quien así lo consigue – exquisita naturalidad, nada forzado y jamás retorcido, temple infinito, la sencilla elegancia que solo es propia de los más grandes – es la vez de figurón del toreo hasta que él quiera seguir siéndolo, una estrella del gran ballet? Por sus innatas dotes musicales y sus elecciones que son muy amplias y de todos los palos, antiguas y modernas, siempre y cuando sean melodiosas y de buen gusto. Y así es. Y de ahí la envidia que corroe a sus enemigos.


El final de esta faena fue un homenaje a Dámaso González – versus Ponce – a base de evocar sus maneras, sus péndulos, sus pases de rodillas, sus desplantes… Ponce ayer engarzó hasta tres molinetes de hinojos como si estuviera bebiéndose un caso de agua.

Y ¿para qué más? Todavía queda temporada por delante.

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