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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 28 de agosto de 2021

MANOLETE, LA ENFERMERÍA Y LAS CIRCUNSTANCIAS / por José María Sánchez Martínez-Rivero.

 
-Soy joven y quiero vivir. No deseo morir esclavo de mi profesión, porque el toreo no deja tiempo libre. Se está en él enteramente o no se está.

MANOLETE, LA ENFERMERÍA Y LAS CIRCUNSTANCIAS
Linares, 28 de agosto de 1947, sobre las 19,50 horas aproximadamente y ya en la enfermería:

Manolete, pregunta a Camará:

-Pepe, ¿qué me han dao?

Responde su apoderado:

-Pues, te han dado las dos orejas y el rabo. 

Con una impresionante cornada que le costaría la vida eso era lo que le preocupaba al Monstruo de Córdoba, el reconocimiento del público a su faena al toro Islero. Temple y pundonor absoluto hasta en las puertas de la muerte.

K-Hito, maestro de la crítica taurina, dejó escrito:

Ya tenía todo ganado Manolete. Con una estocada hábil, entrando deprisa, hubiera podido acabar. Ya tenía en las manos las orejas de la res. Pero entonces vino lo sorprendente. Manolete se perfiló a poca distancia del miura. Lió la muleta y centímetro por centímetro fue clavando el acero en el morrillo del toro. Duró aquello demasiado. Se le vieron marcar todos los tiempos de la suerte suprema. Ni entró a matar con el morlaco pegado a toriles, ni la res se le vino encima de modo que él no pudiera evitarlo. Nada de eso. El toro tuvo tiempo de prenderlo por el muslo derecho. Lo elevó un palmo del suelo, y Manolete, girando sobre el pitón cayó de cabeza. Cogida sin aparato. Quedó el espada entre las patas delanteras del miura, que optó por seguir a un capote. Manolete aún en el suelo, se llevó la mano a la herida. Toreros y asistencias acudieron con toda rapidez y lo tomaron en brazos. Equivocaron el camino de la enfermería y tuvieron que rectificar. Manolete iba pálido. Intensamente pálido. En la arena habían quedado dos regueros de sangre.

Todo el público se dio perfecta cuenta de que Manolete estaba gravemente herido. Islero se dirigió a las tablas y allí dobló. Las dos orejas y el rabo llevó un peón a la enfermería, justa ofrenda del presidente al extraordinario torero.

Hemos visto la última corrida de Manolete, le dije a Colombí.Y lo dije no creyendo que la herida fuera mortal, ni siquiera muy grave, sino persuadido de que no volvería a torear. De convencerlo nos encargaríamos todos sus amigos.

Siguió la corrida sin que ya nadie prestara atención. Al sexto toro, Luís Miguel lo lanceó bien y le hizo una faena suave y torera. Acabó con él de dos pinchazos y un descabello. Oyó palmas.

Entretanto llegaban noticias de la enfermería. Primero, que si una cornada grave en el vientre. Luego, que si un cornadón en un muslo.

K-Hito, sigue:

La enfermería de la plaza de toros de Linares es un amplio departamento, dividido en dos piezas. A través de las rejas de unas ventanas que dan a la calle fisgoneaban las gentes. Manolete a poco de llegar a la enfermería, sufrió un intenso shock. El shock. –ausencia del ser- es un estado psíquico causado por un trauma. Fue asistido el diestro por el doctor Garrido Arboledas, ayudado por los doctores Garzón y Carbonell. Cuando Manolete se hubo recuperado, el doctor Garrido procedió a operar previa anestesia con éter.

La enfermería estaba llena de curiosos. Una atmósfera densa abrumaba. Fumaban algunos imprudentemente.

Camará desgarró la taleguilla del torero hasta la rodilla, todo el muslo, hasta más arriba de la ingle estaba ensangrentado.

El doctor Garrido, que no reservó desde el primer momento su impresión pesimista, dispuso una transfusión de sangre para compensar en lo posible la pérdida. A dar la suya se prestó el cabo de la Policía Armada Juan Sánchez Calle, antiguo amigo de Manolete, a quien fueron inyectados trescientos gramos.

El periodista Tico Medina pregunta al cabo Juan Sánchez de la Policía Armada, entrevistado para el programa de TVE “Así fue”  porqué se ofreció a dar su sangre a Manolete en la primera transfusión: 

-¿Cómo fue que usted se ofreció a dar su sangre?

-Mire usted, yo estaba de servicio en la plaza en el callejón en un burladero, adonde tuvo la cogida y al cogerlo pues, los de la cuadrilla, los banderilleros y eso pues tomaron en dirección casi buscando la puerta de caballos dirección contraria. Y entonces yo les indique que por ahí no, por aquí, y fui apartando delante de ellos al grupo de gente que siempre se aglomera en estos casos. Y llegamos a la enfermería y entonces don Fernando Garrido y el doctor Medinilla, dijeron: ¡sangre, sangre! Y entonces yo dije yo tengo sangre universal.

-Me quité la guerrera y le hicimos una transfusión brazo a brazo. Y entonces le pregunta él a Pepe Camará que también estaba allí: ¿Pepe que me han dao?, dice: Pues te han dado las dos orejas y el rabo y entonces me apretó la mano y me dijo: Paisano, ¿quién me iba a decir que tú me ibas a dar tu sangre?

Manuel Rodríguez, Manolete, es operado en la enfermería de la plaza por el doctor Garrido. Invirtió en operar a Manolete cuarenta minutos. Y poco después redactó el parte facultativo:

Durante la lidia del quinto toro ha ingresado en la enfermería el diestro Manuel Rodríguez, (Manolete), con una herida por asta de toro situada en el ángulo inferior del triángulo de Scarpa con un trayecto de veinte centímetros de longitud de abajo arriba y de dentro a afuera y ligeramente de delante atrás, con destrozos de fibras musculares del sartorio facia cribiforme, recto externo, con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vascular nervioso y la arteria femoral en una extensión de cinco centímetros, y otro trayecto hacia abajo y hacia fuera de unos 15 centímetros de longitud, con extensa hemorragia y fuerte shock traumático. Pronóstico muy grave. Doctor Garrido.

Nótese que en el parte que transcribe K-Hito, no se dice en que muslo se produjo la cornada. En la copia del parte original –archivo del autor- hay una llamada que dice: (1) del muslo derecho.

Continúa relatando don Ricardo García:

Después de operado se instaló a Manolete en una cama de la habitación contigua al quirófano. A falta de mantas, y mientras se enviaba por ellas al hotel, el herido fue cubierto con un capote de torear.

A las ocho de la noche cesaron los efectos de la anestesia. Manolete, dirigiéndose a su primo, el banderillero Cantimplas le dijo:

-¡Pelu, cómo me duele la ingle!

Tenía sed el herido: ¡Agua! ¡A ver un vaso de agua limpio!, gritó alguien, saliendo de la enfermería. Consigno estas deficiencias con ánimo de que se corrijan y sin deseos de molestar a nadie. Verdad es que a los diez segundos tenía Manolete su vaso de agua.

Salimos también Colombí y yo, no sin antes advertir a Camará que allí, en la puerta, quedábamos dispuestos a ser útiles en lo que pudiéramos.

Don Antonio Cañero se lamentaba de aquella aglomeración de gente en la enfermería. Fuerzas de la Policía Armada impedían la entrada de más curiosos y trataban de desalojar el recinto. Pero cuantas personas estaban dentro aseguraban que eran médicos o practicantes.

La enfermería de la plaza de toros de Linares es amplia y luminosa. Otra verdad.

A ella acudieron también los toreros que había actuado con Manolete.

Noche ya. Pasamos al redondel donde se preparaba para más tarde una función de cinematógrafo. Los empleados entraban sillas. En muchas de ellas, sentados, esperaban noticias muchos o todos los toreros que actuaron aquella tarde.

En el centro del ruedo el imponente coche azul de Manolete aguardaba. Parecía un acorazado encallado en un banco de arena.

A córdoba. Lo vamos a llevar a Córdoba. Ya se ha avisado a un médico allí para que nos encuentre a mitad del camino. Una mujer que sale de la enfermería pasa por delante de nosotros con un revoltijo de sábanas impregnadas en sangre. Me llevo las manos a la cabeza.

Que no va a Córdoba sino a Madrid. Se ha dado aviso al doctor Jiménez Guinea, que está en el Escorial.

Ya no va a Madrid –nos dice Chimo, el mozo de espadas- Se avisará al padre de Manolo Navarro que tiene un Hispano, para que traiga al doctor Jiménez Guinea sin pérdida de tiempo.

Colombí yo vamos al hotel Cervantes para recoger nuestros equipajes y trasladarnos a Málaga. Chimo ha llamado a San Sebastián:

- Encarnita, Encarnita... (Habla con la sobrina de Manolete) Mira, Manolo tiene un puntazo hondo; más bien una cornada, pero sin interesar nada importante Ni la femoral ni todo eso. Hazme caso a mí y no fiéis de lo que digan los periodistas ya sabes lo que son... (Chimo me mira y sonríe) Le han dado las dos orejas y el rabo. Oye Encarnita... Encarnita... A ver como se lo decís a la abuela. Que no se alarme, que no es cosa de importancia. Cree lo que yo te diga. Bueno, adiós, adiós.

Todavía nadie cree en la suma gravedad.

-¿Y la ropa? ¿Dónde está la ropa?, pregunta Chimo.

Y entra uno con la taleguilla rosa y oro llena de sangre.

Una sirvienta pide unas mantas...

Al salir de la puerta del hotel encontramos de nuevo a Chimo:

-Manolete está mal; bastante mal. Lo vamos a llevar al sanatorio del doctor Medinilla.

-No, no –replica alguien-. Va al hospital.

-Si. Tenga usted presente que el hospital de Linares es magnífico.

-Es donde estará mejor –añade un linarense-.

Don Ricardo García, K-Hito, sigue relatando los hechos:

Volvemos a la enfermería. En la puerta espera un coche-ambulancia de la Cruz Roja. Pero han decidido conducir a Manolete en camilla.

El trayecto es larguísimo. Manolete alguna vez levanta el toldillo con la mano para ver el exterior.

-¡Despacio, despacio!- dice a los camilleros.

Junto a la camilla van Rafaelito Lagartijo, Bellón, el pariente de Manolete Rafael Díaz y el banderillero Sevillano.

En la antesala del hospital, una mesa y una silla. Balañá nos informa. Uno de los médicos está muy pesimista. Otro, menos. “Yo también confío”, dice el conocido empresario.

Se le ha hecho a Manolete una nueva transfusión de sangre. Parrao dio la suya...

Tomo asiento en aquella silla junto a la mesa pegada a la pared. Estoy frente a Manolete. Su rostro emerge en el mar de sábanas. Alguna vez mueve las manos para levantar el embozo. Y suda. Camará a su derecha, y dos hermanitas de San Vicente de Paúl, a su izquierda le enjuagan el sudor con sus pañuelos.

De nuevo van a extraer sangre a Parrao. Pero yo no puedo creer que a Manolete lo mate un toro. Y no sé, no sé. Llegan unos y salen otros. Todos cuchichean. Nadie turba el penoso silencio. Los perfiles borrosos no permiten a las gentes sin acercarse mucho a ellas...

Bajo al jardín.

- Rafael, le digo a Gitanillo de Triana-, ¿porqué no coges tú el coche y sales al encuentro de Jiménez Guinea?

- A eso voy don Ricardo. Ya lo había pensado. No será correr, será volar...

Manolete se daba perfecta cuenta de la gravedad de su estado.

Sobre las 4 de la madrugada llegó el doctor Jiménez Guinea. Manolete le preguntó

-   Don Luís, ¿Porqué ha tardado usted tanto?

Después Manolete le preguntó:

-   Don Luís, ¿No me mete usted mano?

Esto se lo dijo al doctor Jiménez Guinea al ver que destapó la herida y la volvió a tapar, dedicando todos sus cuidados a que Manolete se recuperase.

- Luego, Manolo; luego- le contestó el doctor. Todo está bien.

Y cerró los ojos el herido resignadamente. Sabía que su fin estaba próximo, y sus labios balbucearon una oración...

Manuel Rodríguez, tras breve y serena agonía, inclinó la cabeza a la derecha y expiró.

Camará le cerró los ojos. Eran las cinco y siete minutos del 29 de agosto de 1947. Manolete había perdonado a sus deudores para que Dios le perdone a él.

Álvaro Domecq envolvió el cuerpo en blanco sudario, se le ató un pañuelo para sujetarle la barbilla, y en las manos, enlazadas sobre su pecho, se le puso un crucifijo. Su semblante, levemente pálido, acusaba placidez en su sueño eterno.

El relato de estos hechos –en aquél tiempo impensable decir la verdad- se contradice claramente con lo que luego expondrá científicamente en 1977 el doctor Garrido Arboledas médico que le operó.

Es interesante conocer la opinión del doctor don Fernando Garrido Arboledas, médico jefe de la enfermería de la plaza de toros de Linares desde 1942.

Tico Medina le entrevistó –en 1973- para el programa de TVE, “Así fue”:

- Vi que la cornada era, yo la consideré mortal, porque al caer tuvo la contracción muscular propia del que tiene una herida gravísima y muere a consecuencia del traumatismo tan intenso. No pudo levantar la cabeza. Lo cogieron, ya me di cuenta e inmediatamente me trasladé a la enfermería. Yo llegué antes que el torero.

- ¿Cuál era la importancia de la herida?

-Primero la hemorragia tan intensa que tuvo.

-¿Perdió mucha sangre?

- Perdió muchísima. Tenga en cuenta que le partió la safena en el mismo ángulo, de manera que tiraba sangre por la desembocadura en la vena y por la rama ascendente. Además le partió los vasos pudendos que son unos vasos muy grandes, le contusionó el paquete vascular nervioso en 10 centímetros, donde no circulaba sangre y el destrozo tan horroroso en toda la masa muscular.

- Doctor, llega Manolete al hospital de Linares, ¿cómo viene?

- Manolete vino relativamente bien. No había empeorado en su estado general y entonces ordené, por si hubiera habido alguna agresión, hacerle una revisión.

- Doctor, cuando usted vio a Manolete, creo, dijo alguna cosa que para nosotros es importante.

- Manolete, no quiere morirse y parece que quiere salvarse.

Tico Medina pregunta a la facultativa que hace la transfusión de sangre:

- Señorita María Luisa López, usted hace la transfusión de sangre. ¿Qué tipo de sangre tenía Manolete?

-Universal. Vimos varios donantes que se prestaron; pero la de Parrao era una sangre muy buena y, además, él tenía mucho interés en dar la sangre por Manolete el matador de toros Parrao que dio esa noche tres veces sangre.

-En ningún momento de esas tres veces hubo rechazo, ¿no es así?

-Nada. Por eso nosotros lo aceptábamos aunque ya nos parecía excesivo; pero como no le producía ninguna reacción ni escalofríos, ni nada, pues dijimos vamos a seguir con esta que le va bien.

 Continúa respondiendo el doctor Garrido a las preguntas del periodista:

 -De todas maneras doctor, creo que hay un cuarto intento de transfusión ¿no es así?

-Efectivamente para continuar la mejoría que se había iniciado, intentamos hacerle una cuarta, que la hizo el doctor Maza, del laboratorio de Jaén de un banco de sangre. Sangre que él trajo. Pero ya hubo ahí un intento de rechazo y entonces ya se suspendieron todas las transfusiones.

Sigue el periodista preguntando al doctor Garrido ahora sobre la llegada del doctor Jiménez Guinea.

- Ya tenemos aquí al doctor Jiménez Guinea. Hubo consultas de médicos en el pasillo ¿no es así?

-Efectivamente. Primero oímos la opinión del doctor Jiménez Guinea que había levantado la cura y dijo yo aquí quirúrgicamente no tengo que hacer nada. Está bien tratado, de modo que lo que hay que hacer es ponerle a este enfermo masa porque está muy débil, hay que ponerle masa.

-¿Qué es la masa?

-El plasma sanguíneo. Entonces ya le contamos que había tenido un pequeño rechazo en la última transfusión de sangre y creo que deberíamos esperar para ver si continuaba la mejoría.

-Y, no obstante, se le puso el plasma sanguíneo, la masa.

-Aunque nosotros dijimos que era contraproducente se le puso.

Las manifestaciones anteriores hechas a un medio televisivo no tenían carácter científico aunque sí histórico aclaratorio de cómo sucedieron los hechos.

El carácter científico de lo que sucedió en la muerte de Manolete lo describe el doctor Garrido en 1977, en su declaración, La verdadera historia de la muerte de Manolete,  hecha a la revista Cirugía taurina, editada en México:

- He sido solicitado numerosas veces para entrevistas y cambio de impresión sobre las circunstancias que rodearon mi intervención como Médico Jefe del Equipo Quirúrgico en la Enfermería de la plaza de toros de Linares, cosa a la que siempre no he accedido hasta el pasado año de 1973 a requerimiento de Televisión Española no pude excusarme, haciendo unas declaraciones que no tenían carácter científico, éste solo reservado algunos profesionales. Este momento ha llegado, ya que la familia médica de Cirugía Taurina no puedo negarme, al mismo tiempo que constituye para mí poder contar a tan ilustres compañeros el proceso seguido y tratamiento, en la mortal cogida del matador de toros Manolete.

Una vez en el hospital y de acuerdo con el doctor Corzo, amigo y gran cirujano de la ciudad de Úbeda, levantamos el apósito por si sangraba algún vaso muscular y comprobado que no existía anomalía, se pasó a la habitación número 18 de la clínica para continuar su tratamiento. En esto se le puso una transfusión de 500 centímetros cúbicos; pero al notar síntomas de rechazo se suspendió a los 400 centímetros.

De común acuerdo con los señores Álvaro Domecq y don José Flores, Camará, como amigo y apoderado de Manolete y dada la suma gravedad del diestro se acordó avisar al Dr. Jiménez Guinea, médico jefe de la plaza de toros de Madrid con objeto de mantener una interconsulta con el mismo y tratamiento a seguir. El doctor don Wenceslao Martínez de esta localidad se encontraba como médico de guardia y atendió permanentemente al herido y según me comunicó y yo comprobé personalmente, dentro de su extrema gravedad había reaccionado algo de su intenso shock. Encontrándose despejado, orinó normalmente e incluso pidiendo un cigarrillo, por decir, se encontraba mejor.

El médico consultor llegaría aproximadamente de tres a tres y media de la madrugada celebrándose, a continuación, la consulta y cambio de impresiones, asistiendo a la misma los doctores Isarre, Corzo, Lara, y Jiménez Guinea y el que suscribe.

Todos conformes con la suma gravedad de Manolete y que en caso de recuperación del mismo lo más probable sería la amputación del miembro abdominal por el tercio superior y manifestando el doctor Jiménez Guinea que de momento no había que tocar las heridas por no haber sintomatología que lo aconsejara, ahora bien, que dado el estado de suma gravedad convendría hacerle un tratamiento a base de plasma, en lo que no hubo conformidad ya que indicamos los síntomas de rechazo que había tenido en la última transfusión.

Por desgracia a las cinco y diez de la madrugada falleció Manuel Rodríguez, Manolete, por bloqueo renal y shock consiguiente por intolerancia al plasma que se le aplicó.

Linares, 29 de septiembre de 1977

Dr. Fernando Garrido Arboledas.

El apoderado de Manolete, don José Flores, Camará, fue un testigo muy importante en el desarrollo de los hechos en la madrugada del 29 de agosto de 1947. En declaraciones a Tico Medina se expresaba así:

- Pues yo recuerdo, Tico, una cosa que no se me puede olvidar que fue la serenidad con que estaba aquél hombre y la tranquilidad que tenía. Él conversaba con nosotros. Cuando le preguntaban que cómo estaba, nos respondía que estaba mejor, que se sentía mejor, tanto que pidió agua. Le dio Bernardo Muñoz, Carnicerito, de un botijo que había allí, un poco de agua en un vaso y le dijo: “Bernardo, por Dios, donde me has dado esta agua que me vas a envenenar”, porque el botijo era nuevo y tenía el sabor del agua de barro.

Cuando llegó don Luís Jiménez Guinea le dijo: “Don Luís ¿porqué ha tardado usted tanto? Y luego cuando lo reconoció don Luís se salió y acordaron ponerle el plasma y en el momento de ponerle el plasma dijo: “Don Luís que no veo”, fueron las últimas palabras que habló.

A nosotros lo que nos extrañó muchísimo es que un torero con una herida de muslo muriera tan pronto.

Don Álvaro Domecq, íntimo amigo de Manolete, cuenta:

- No pensaba en la muerte nunca. Pensaba, sí, en su madre. Me acuerdo que decía: “¡Que disgusto le voy a dar a mi madre1”

Y pensaba, sobre todo, si el público estaba contento con él.

España entera despierta el 29 de agosto de 1947 con la noticia de la muerte de Manolete por un toro de Miura. Varios periódicos retrasaban la salida de sus ediciones para dar los últimas noticias de la cogida de Manolete.

El periódico Ya tituló:

Manolete, muerto por un toro en la plaza de Linares.

Los demás rotativos informan de la tragedia y hasta el último pueblo de España conoce la noticia.

El duelo se extiende por todo el país. No existe otro tema de conversación en las tertulias y corrillos que la muerte del torero cordobés.

Pasadas varias horas llegan al público noticias de la cogida y muerte de Manuel Rodríguez.

Por la tarde, en la prensa, ya se informaba con más detalle de la cogida.

Clarito, en Informaciones escribía:

Otra vez, con espantosa semejanza el rayo de la tragedia de la fiesta de los toros –escondido detrás de nuestras discusiones bizantinas y siempre al acecho-, descarga, como hace poco más de un cuarto de siglo, en una plaza humilde, en un rincón oscuro, y abate la figura más alta y luminosa de este tiempo. Desde luego, una de las más grandes de la historia del toreo. Y en cuanto a la extensión de su fama, en su “aura popular”, la más grande, hasta haber universalizado su nombre. 

Se publica la noticia de la concesión, al malogrado diestro, de la Cruz de Beneficencia de primera clase.  Se reconocen así sus méritos como hombre de bien y gran figura del toreo que no regateaba esfuerzo para dar su arte en beneficio de los pobres.

El periódico Ya publicó firmado por García Rojo:

Ha muerto Manolete. Muere con él algo más que un torero: muere un concepto especial del arte de torear: la posibilidad de una evolución o revolución de este arte en un sentido que Manolete había iniciado y que encarnaba personalmente en la oposición a moldes y escuelas de otros tiempos...

La consternación en América por la muerte de Manolete es enorme. Los grandes periódicos publican la noticia entre comentarios y escritos elogiosos a la figura del torero desaparecido.

En México, donde a Manolete se le consideraba un ídolo y figura indiscutible del toreo, los periódicos detallan el suceso, Raúl Demogaburi, en La Nación escribió:

El arte taurino alcanzó con Manolete una de sus brillantes épocas, y tuvo en Manuel Rodríguez un intérprete magnífico por su calidad, por su clasicismo y por su valor. Solo ejecutaba el toreo verdadero, el toreo clásico y puro.

En Excelsior, Manuel Horta dejó escrito:

Manolete fue un señor en la calle y en el ruedo.

Crespones fúnebres, listones de luto, cubren la pandereta multicolor de la fiesta brava. En la plaza de Linares, desconchada y triste, un toro de Miura, probón y con sentido, cortó la vida de Manuel Rodríguez, Manolete, el torero más grande y pundonoroso de la época, el diestro senequista de rostro imposible y valor estoico.

En el periódico El Comercio de Lima, pudo leerse:

El recuerdo del gran lidiador caído en Linares se agiganta ya para colocarse junto a Pepe-Hillo, El Espartero y Joselito que también ofrendaron sus vidas a la trágica e incomparable fiesta.

En Portugal también es muy sentida la muerte de Manolete.

La prensa inglesa, Dally Herald, no adicta a las corridas de toros, publicó:

Pocas personas negarán el valor de Manolete, el más grande torero de todos los tiempos que ha muerto de una cornada en la Plaza de toros de Linares. Multimillonario a los 30 años, Manuel Rodríguez se iba a retirar en el plazo de un año. Frágil y estirado, tenía sin embargo, gran fuerza en las muñecas y desafiaba fantásticos peligros. Sin ir más lejos, hace unas semanas un colega le vio matar un toro con una perfección indolora para el toro, a pesar de la dolorosa cornada que había recibido en su pantorrilla el torero.

Sin comentarios.

Por otra parte el Dally Mail decía:

Dos orejas y un rabo le fueron llevados a Manolete antes de morir. Manolete ganaba 100 libras esterlinas por minuto. La gente lanzaba al ruedo sombreros, bastones, flores, prendas de vestir cuando toreaba y aparecían numerosos pañuelos agitados por la muchedumbre que asistía a las corridas, que se asemejaban a mariposas en vuelo...

Durante la corrida celebrada en Linares dio muerte a un Miura, considerado como uno de los toros de la casta más peligrosa del mundo. Lo mató de una sola estocada; pero en ese mismo momento el toro le dio la cornada mortal.

Pasado el mediodía, del día 29, llega a Córdoba la ambulancia que traslada los restos mortales de Manolete.

Todos quieren entrar en la casa del torero, en la Avenida de Cervantes, para rezar en la capilla ardiente instalada en el salón central de su casa. El torero muerto está envuelto en un blanco sudario, su rostro expresa serenidad, parece como dormido, entre sus manos tiene un pequeño crucifijo.

El salón está completamente lleno de flores y coronas. Poco más de media tarde había llegado la madre del torero –que venía de San Sebastián- su dolor fue vertido por los caminos de España mientras llegaba a Córdoba donde ya le esperaba el cadáver de su hijo.

Los compañeros, miembros de su cuadrilla, periodistas, amigos, apoderado, mozos de estoque y otros velaban el cadáver y rezaban por su alma.

Allí estaban, entre otros, Camará, Cantimplas, Pinturas, Gabriel González, Chimo, Guillermo, Antonio Bienvenida, Gitanillo de Triana, El Pipo, Álvaro Domecq, el Pimpi, Antonio Bellón periodista y amigo, José Luís de Córdoba etc. etc.

Se habían celebrado, la tarde del 30 de agosto, funerales en sufragio del alma de Manolete en la parroquia de San Nicolás de la Villa.

La comitiva fúnebre recorrió un itinerario largo que comprendía calles y plazas del barrio de la Merced y de Santa Marina y también la parte céntrica de la ciudad. Hubo un sentido adiós de su pueblo al torero inmolado.

Era noche cerrada cuando los restos mortales de Manolete eran bajados al panteón de la familia Sánchez de Puerta, donde reposarían provisionalmente hasta que terminasen las obras del proyectado mausoleo que construiría la familia, sobre terrenos cedidos por el Ayuntamiento.

Una vez terminadas las obras del mausoleo, el 15 de octubre de 1951, fue trasladado al mismo el ataúd de Manolete que contenía sus restos mortales.

El poeta Martínez Remis escribió una magistral poesía con ocasión de la muerte del diestro de Córdoba dice así:

MANOLETE

¡Vamos Manuel, que es la hora
y va a empezar la corrida!
Ese, es Pinturas, que llora.
La sangre, la última herida.

¿Ya no te acuerdas, Manuel?
Se quedó tu sangre a mares
en medio del redondel de la
plaza de Linares.

Fue esta tarde la cornada,
Tú le entraste por derecho
el miura estaba al acecho
y... te pagó la estocada.

Total nada... gajes por ser buen torero.
El mejor, y por tener pundonor.

Anda, Manuel, que no quiero verte
en esa cama fría.

Tan inmóvil y tan yerto, con un sudor
de agonía, como si estuvieras muerto.

Te entregaste mucho al toro... y el toro
no merecía..., no me mires, si no lloro
no podría.

Y, sin embargo, Manuel, yo hice por un
sino ciego de mis plazas redondel para un toro
de juego.

Y en noches de luna clara, le robé al río
canciones, para que a ti te sonaran
a primeras ovaciones.

Te quise como a un amante y te fui abriendo
una herida entre los tercios de un cante.

CANTE:

¿Porqué no doblan las campanas?
¿Porqué no doblan las campanas?
Que se ha muerto Manolete y al
despuntar la mañana.

Por soleares, Manolo, tu toreo, por
soleares; soleares de estar solo.

Solo frente a los toreros, solo frente
a la embestida del toro de los
chiqueros y del toro de la vida.

Y solo frente del toro cuando esta tarde
llegó. La culpa la tengo yo, y sin embargo
no lloro.

¡Mira cuanta gente asoma a la puerta!
No es un duelo. Tu no te preocupes,
toma este vestido azul de cielo.

La montera más torera para un
diestro de cartel.

¿Porqué brilla la montera?
¡Es una estrella, Manuel!

¿Qué quisieras descansar?
Pero si no puede ser, que
tenemos que llegar antes del
amanecer.

Anda, no escuches las voces,
yo soy el fin de tu drama.

¿Qué no me reconoces?
¡Soy Córdoba que te llama!


En collado Villalba y agosto de 2021
A los 74 años del fallecimiento de Manolete
José María Sánchez Martínez-Rivero.

1 comentario:

  1. Excelente reportaje del sr. Sánchez Martínez-Rivero que nos despeja las dudas sobre la muerte de Manolete. ¡Enhorabuena!
    Joseph de la Motta y Rojas, Aficionado.

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