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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 24 de agosto de 2021

Platón y los toros / por Jorge Arturo Díaz Reyes

Dax. El fotógrafo André Viard, otro punto de vista. Fotograma, Plaza Toros TV

En el cine, la televisión, el internet, el show, el discurso, el estadio, el teatro, la prensa, las promociones, los expendios de comida insalubre, de pornografía, de droga… Explicable así que se persiga la tauromaquia, culto ancestral consagrado a las dos más reales realidades humanas; la vida y la muerte. Que se la condene desde fuera y desde dentro por oficiar de verdad en lugar de representar. Es barbarie, dicen.

Platón y los toros

Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica Toro / Cali, VIII 23 2021
Absorto, un personaje de Borges, se dice a sí mismo en “El libro de arena”: Para ver una cosa hay que comprenderla... Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos”. Y ejemplifica: “El pasajero no ve el mismo cordaje que los marineros a bordo”. Sí, sí, todos vemos las cosas a nuestro modo. Tema viejo, trascendental y no resuelto aun por la filosofía (Platón, La caverna).

¿Qué decir entonces de una corrida de toros? Cada visión, sentimiento, interpretación es personal. Bueno. ¿Pero la reacción masiva de los espectadores? ¿El !ole! colectivo, la ovación unánime, los triunfos multitudinarios? ¿Es que todos nos ponemos de acuerdo en haber visto y comprendido lo mismo? ¿Nos plegamos a lo inobjetable? ¿O por qué coincidimos? ¿Por azar, por condicionamientos, por contagio?

Humanos, gregarios naturales, tendemos instintivamente, automáticamente a obedecer al rebaño, resignar a él nuestra percepción individual, integrarnos a la manada... Herencia. Venimos con ello en los genes. Pero la detonación del efecto masa necesita un estímulo. En la prehistoria fue la inminencia del peligro; la huida, la defensa, la sobrevivencia de uno y de todos. Hoy no necesariamente. Mejor dicho, ni siquiera las más de las veces. Los impulsos detonadores de la masificación han sido descubiertos, estudiados, perfeccionados, tecnificados y ubicuamente utilizados.

Al punto que la subsistencia misma de la especie, y quizá también su extinción (la economía global), depende de ellos. De hasta donde puedan empujar el consumo y mantener a tope la cadena de producción con todas sus implicaciones. Pero también, la organización política, la devoción religiosa, el fervor deportivo, la industria del ocio, el mundo del espectáculo. El eslogan, la “crítica”, la publicidad (ciencia del comportamiento masificado) hacen la tarea.

Crear apariencias, apetencias, preferencias, realidades virtuales. Cambiar el ser por el parecer y mover. Formar mayorías circunstanciales ávidas, imperativas. Es la “sociedad del espectáculo” que predijera el alcohólico Debord. No somos engañados, asaltados en nuestra inocencia. No. Es que deseamos, necesitamos, exigimos y pagamos por ser tramados, placenteramente...

En el cine, la televisión, el internet, el show, el discurso, el estadio, el teatro, la prensa, las promociones, los expendios de comida insalubre, de pornografía, de droga… Explicable así que se persiga la tauromaquia, culto ancestral consagrado a las dos más reales realidades humanas; la vida y la muerte. Que se la condene desde fuera y desde dentro por oficiar de verdad en lugar de representar. Es barbarie, dicen.

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