Porque había que liberar de presión al omnisciente Fernando Simón, claro. Y ya, afinando los recuerdos, además del inenarrable drama de los miles de muertos, empezaron a verse por las calles de España a muchos ciudadanos guardando turno para coger una bolsa con alimentos y productos de primera necesidad.
Compatriotas como cualquiera de nosotros, personas normales y corrientes, de clase media, que han sufrido un revés brutal como consecuencia de la pandemia. Autónomos que tuvieron que cerrar sus negocios y tirar meses y meses sin ayudas. Trabajadores incluidos en ERTE y ERE que se quedaron sin liquidez para afrontar los gastos básicos. Surgieron así la denominadas «colas del hambre», que lejos de conformar un hecho aislado, dibujan un horizonte alarmante de escasez alimentaria. De hecho, la demanda de los bancos de alimentos se disparó un 50 por ciento entre 2020 y 2021, con más de un millón y medio de personas atendidas desde unas 8.000 entidades colaboradoras. Ya entonces, los expertos auguraban que, si la recuperación económica no era firme y rápida, la cronificación de este tipo de situaciones iba a afectar a infinidad de familias.
En este sentido, la Encuesta de Condiciones de Vida difundida esta semana por el INE ahonda en la cuestión y pone el dedo en una llaga que supura. Con la inflación desatada, el panorama en Castilla y León es preocupante: uno de cada diez hogares no puede poner la calefacción para lograr la temperatura adecuada, una de cada cuatro familias no puede afrontar gastos imprevistos -ya sea una avería del coche o de un electrodoméstico-, uno de cada tres ciudadanos no puede salir unos días de vacaciones... También se han multiplicado por cuatro los domicilios donde no es posible comer carne o pescado uno de cada dos días, que suman ya más del 3 por ciento. Una carencia muy seria, bastante más grave que la pobreza menstrual de la que tanto nos hablan algunas estadistas en ciernes, que nos retrotrae a la miseria de la época del estraperlo. Veganos a la fuerza, sin acceso a la proteína animal, para regocijo del inefable Alberto Garzón.
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