Casi se llenó la plaza en la localidad toledana, algunos claros en el sol, para presenciar una corrida de sus fiestas, en principio una corrida más. Había ilusión en las gentes por pasar una buena tarde y eso, en sí, no era malo, todo lo contrario. Ir a los toros a disfrutar no es un pecado, se puede decir que es el motivo por el que van la mayoría a las plazas.
Pero el toreo tiene suficiente fuerza de expresión como para que puedan suceder cosas, cosas que puedan trascender lo normal en una tarde divertida. El toreo es magia y puede hacerse presente aunque sea en un pueblo, en una plaza de tercera, incluso una plaza portátil. Por eso el toreo puede alcanzar su máxima expresión con independencia del lugar donde suceda.
En el cartel había mimbres, ya lo adelanté en mi artículo anterior, y posibilitaron que se hiciera realidad solo lo soñado la mayoría de las veces.
Abría la terna un torerazo madrileño al que no prestan la atención que merece. Dicho torero, de nombre Fernando Robleño, llevaba sin vestirse de luces desde San Isidro. De sus manos surgió una de las faenas más compacta, más auténtica y más bella de las vistas en este año por quien esto suscribe. Quien cree que es un torero solamente valiente, por verle siempre en los carteles de 'las duras’, es que no saben el toreo y la clase que atesora y puede mostrar el pequeño gigante de Robleño.
Todo verdad, ni una concesión a la galería. Brotaba el toreo desde el cite sin ventajas, continuaba con el temple de llevar toreado completamente al toro, enroscándoselo a la cadera y surgía allí el remate perfectamente abrochado con el juego de muñecas, y allí quedaba el toro para repetir la obra. Así en varias series, pidiendo que no le sonara la música, para escucharse en su propia armonía torera y permitir que pudiéramos los espectadores oír los latidos de un corazón rebosante de torería.
Contento y feliz paseó el rabo del toro, al que se le dio la vuelta al ruedo, y en sus ojos se apreciaba el grito de pedir, de exigir, que se acabe el castigo de tenerle sentado en casa. O estamos locos o no es posible el no concederle la oportunidad de embriagarnos con su toreo muchas más tardes.
Cerraba la terna un torero menos conocido, más nuevo, aunque lleve años esperando que se pueda confiar en él. Jairo Miguel no solo mostró las ganas y disposición que deben exigirse a un joven, mostró un variado repertorio con capote y muleta y la suficiente capacidad para que se le abran las puertas de par en par. Paseó otro rabo, pero ya hemos dicho que lo mejor no estaba en los trofeos, fue en encontrarnos con toreros a los que no anuncian nada más que con cuentagotas, pero que valen bastante más como para ocupar puestos mejores.
Los toros de Salvador Gavira García permitieron que sucediera lo acontecido, que ya es aportar en esta importante tarde. Una presentación muy por encima de la categoría de la plaza y aunque flojearon más de lo deseado y los hubo que se rajaron en la parte final de las faenas, si ofrecieron suficientes embestidas, desde una constante fijeza, como para alcanzar la vuelta al ruedo del cuarto, Tomatero, el que propició el milagro del toreo de Robleño.
Sánchez Vara estuvo gris como el color de su vestido, aunque pudo saborear la generosidad de los almorojanos, quienes le permitieron pasear dos orejas.
En la tarde había prevista la actuación de un banderillero cabal, llamado David Adalid, al que resulta difícil ver en corridas de toros cuando sus méritos son los máximos, pero esto no es nuevo en el mundo del toro: los que torean son unos y, muchas veces, los que valen son otros. No nos equivocamos, saludó tras dos grandes pares en el primero de su matador y volvió a saludar cuando Jairo le invitó a parear con él y su compañero Jesús Mejías en el último. Un tercio que resultó otro momento para admirar a quien es uno de los mejores rehileteros de la actualidad.
El paso que ha dado hoy el cacereño Jairo Miguel bien merece más contratos, aparejado a ello, además de verle a él, veríamos a Adalid en muchos más paseíllos.
Tomen nota, Fernando Robleño está en su mejor momento y poso; Jairo Miguel merece que su juventud se abra camino y queremos seguir viendo con banderillas y capote a Adalid.
No me equivoqué acercándome a Almorox. La empresa, Torofusión, puede estar contenta también.
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