"...Siempre se ha tenido a la tauromaquia, y a todo lo que la rodea, como algo eminentemente cultural. Sin embargo, para algunos, el tema es cuestionable por razones ideológicas y también parece que, para otros, hay dudas en razón de quién esgrima esos argumentos en favor de la cosa taurina..."
2021, Arles-Francia. Pinturas de Diego Ramos en la corrida Goyesca
La estela de Russell
Paco Delgado
Burladero/3 de agosto de 2023
Siempre se ha tenido a la tauromaquia, y a todo lo que la rodea, como algo eminentemente cultural. Sin embargo, para algunos, el tema es cuestionable por razones ideológicas y también parece que, para otros, hay dudas en razón de quién esgrima esos argumentos en favor de la cosa taurina.
Son estos tiempos en los que es difícil separar el trigo de la paja y, mucho más, distinguir entre quien actúa de buena fe y quien lo hace movido por oscuros motivos o secretas intenciones.
Parece que hoy más que nunca se impone lo que Bertrand Russel definió como doble moral, expresión acuñada por el filósofo y escritor británico asegurando que la humanidad poseía “una moral que predica y no practica, y otra que practica y no predica”. Esto significa que los individuos esperan que los demás se comporten de una manera, pero que a ellos les sea permitida siempre una excepción. Algo que se interpreta, normalmente, como un síntoma de deshonestidad, de falta de compromiso con los propios ideales o, simplemente, de hipocresía ¿A que les suena?
Una conocida organización que pide la adhesión telemática del personal a las mas variadas, y muchas veces peregrinas, causas, anda pidiendo, vía email, etcétera, que demos nuestro nombre, y luego nuestro dinero, para poner en marcha una campaña que frene los abusos de la derecha contra la cultura, como si una partida de talibanes se hubiese puesto a destrozar las estatuas de nuestras plazas o a quemar libros o a destrozar pinturas en El Prado, aunque, en realidad, lo que se pide es clamar contra la desaparición de chiringuitos, canonjías y mamandurrias que, emboscadas bajo en amplio manto de la “cultura” no sirve sino para mantener a amiguetes y especialistas en vivir de los presupuestos estatales.
Nada nuevo, la izquierda se ha arrogado la patente de “lo cultural” y nadie que no sea de su cuerda puede tratar el asunto ni, mucho menos, llevarse un trozo del pastel. Ande usted luchando contra el fascismo toda la vida para que ahora venga un advenedizo y nos quite la teta.
Nuestro ínclito -qué maravillosa palabra nos descubrió García sin saber él mismo lo que significaba- ministro de Cultura -incapaz de aprobar ni una asignatura en su etapa estudiantil- aseguraba hace unos días que la tauromaquia hay que considerarla materia cultural, o tenerla encuadrada como tal, por imperativo legal, nada más. Y bien que se demostró el aprecio gubernamental a la misma durante la pandemia, haciendo la vida imposible a conciencia a quien tuviera que ver con el tema.
También hace poco, desde el periódico de referencia de esa izquierda fetén -no se sabe si es la empresa editora la que tiene a su servicio un partido político o a la revés- se alarmaba a la población ante la “apropiación del toreo” por una determinada formación política, contraria, naturalmente, a sus ideas, principios e intereses. Un partido, dicho sea de paso, que a nivel nacional -en distintas comunidades autonómicas sí que, por ejemplo en la valenciana, el PSOE ha trabajado mucho y bien por el particular-, ha sido el único que se ha preocupado por los toros y los considera como lo que son:
patrimonio cultural, manifestación especial de nuestras tradiciones y, en lo económico, fuente muy caudalosa de ingresos y generadora de empleo.
Si se piensa, y se manifiesta públicamente, que tratar de defender esto y promoverlo como Dios y el sentido común mandan es buscar apropiarse de ello, pues me parece que se entra de lleno en la teoría de Russell, que, miren por dónde, criticó abiertamente tanto al nazismo como al comunismo y que en 1950 se le concedió el Premio Nobel de Literatura “en reconocimiento de sus variados y significativos escritos en los que defiende ideales humanitarios y la libertad de pensamiento”.
La discrepancia entre lo dicho y lo hecho, entre lo que se le pide a los demás y lo que se concede a los propios es un principio alejado de la justicia, concediendo prerrogativas y beneficios a unos, mientras que se muestra inflexible e intolerante con otros.
Por cierto, aquel diario que cito unas líneas más arriba, ha decidido no dar información taurina durante este verano. No vayan a pensar que se quiere apropiar del mundo taurino.
La falla de la Plaza del Ayuntamiento de Dalí.
Valencia, 1954.
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