'Cada día hay en España asesinados o heridos por cuchillo. El «ataque con cuchillo» venía siendo la forma de ataque islamista, y ahora se generaliza. «Hombre muere acuchillado», «hombre acuchillado pierde medio brazo»… El titular ignora el quién, el de dónde, el porqué...'
Cuchillos borgianos
HUGHES
La Gaceta/6 de agosto de 2024
Cada día hay en España asesinados o heridos por cuchillo. El «ataque con cuchillo» venía siendo la forma de ataque islamista, y ahora se generaliza. «Hombre muere acuchillado», «hombre acuchillado pierde medio brazo»… El titular ignora el quién, el de dónde, el porqué, y se centra en el cómo o más bien en el con qué, como si de repente ya no matara el hombre sino el cuchillo. Del Heteropatriarcado hemos pasado al misterioso Cuchillado.
Alcanzamos un punto borgiano, cuando Borges decía «El puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre». Los cuchillos toman vida con él, son ellos los que atacan. Los cuchillos borgianos llegan a tener rencor, a ansiar la sangre, a albergar rencores humanos. «Interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre». Es el cuchillo el que incita, el que quiere matar, el alevoso, el culpable.
En España no solo asistimos a este animismo del cuchillo, también, lejano ya el reinado de la navaja albaceteña, se amplía su variedad, sus formas, su riqueza, en expresión sin duda del mejor multiculturalismo.
Hace unos días, por ejemplo, tuvieron en Lérida un herido por exótico bisel. En catalán todo lo anterior tiene un efecto mayor, sin cabe, porque no se dice «cuchillada» sino «ganivetada». Crecen los «ferits de ganivetada»… Pero volvamos a la noticia leridana tal y como venía contada en el diario Segre:
«Un vecino del Barri Antic sufrió heridas leves en una pierna el sábado por la noche tras verse envuelto en una pelea en la que su oponente esgrimió un tanto, una daga japonesa de menor tamaño (de 15 a 30 cm de filo) que una catana (60 a 75 cm) aunque suele confundirse con esta última por la similitud de su diseño.
Hay un espada de medida intermedia, el wakizashi, cuyo filo mide de 30 a 60 cm, que se utiliza en ocasiones como arma blanca en peleas callejeras».
El fantástico periodista de sucesos se vio obligado a introducir de repente esta erudita disquisición. No era vulgar catana, cosa de flipaos, ni bushidiano wakizashi. El tanto japonés es el de los seppukus, aunque en Lérida ya han empezado a notar un uso menos ensimismado.
Tiene cierta guasa que todas estas armas se llamen armas blancas. Entre ellas la estrella indiscutible es el machete. Hace unos días se viralizaban unas imágenes en las que un hombre blandía uno rodeado de tres contrarios y la escena, aunque se desarrollaba en Barcelona, tenía algo de Gunga Din.
El machete es suficientemente global. Nos suena caribeño, conradiano incluso, pero también subsahariano. En Ruanda hicieron un genocidio a machetazos.
Todas esas variantes llegan un poco irrespetuosamente aquí, a la tierra de la ibérica falcata, quizás nuestra hoja más ancestral. Las ONGs deberían hacer unos cursos introductorios y al menos retomar el folclor filoso. Aunque para eso muchos se tendrían antes que enterar, pues por cuchillo solo les debe de venir el nakiri, de cortar sushi, y el jamonero, el machete de nuestras élites, que vive y descansa borgianamente soñando lonchas y lonchas y más lonchas…
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