El toro
"...Lo principal que trajeron los Victorinos fue su victorinidad, es decir que con ellos en el ruedo no hubo motivos para el tedio..."
José Ramón Márquez
Victorinos para empezar. ¿Se puede empezar de forma más prometedora? Ayer, con los detritus de juampedro y otra marca blanca de lo mismo, una entrada paupérrima en la Plaza del Confort. Hoy, con los albaserradas, la mejor entrada que uno recuerda en esta Plaza desde que la inauguraron. ¿Será por la llamada del toro? Pensemos que sí, que ya hemos dicho un puñado de veces que en Madrid hay público más que suficiente para crear un santuario de enaltecimiento del toro, como lo que con tan buen acierto y tan buena visión comercial llevan haciendo en Francia desde hace años, y la entrada tan significativa de esta tarde de domingo en Valdemorillo, especialmente si la comparamos con la del día anterior, parece que nos da la razón.
Hay que decir que Valdemorillo es la Plaza de un pueblo en fiestas y ni es la Malagueta, ni Vista Alegre, ni Las Ventas. Viene esto a cuento de los que se ponen exquisitos en Plazas como éstas, como si estuviésemos en una Plaza de campanillas, olvidando dónde estamos y las circunstancias de cada lugar.
La buena noticia es que Victorino haya mandado una corrida a Valdemorillo seria y de adecuada presentación, y bastante es que haya juntado seis para dar la cara a las puertas de Madrid y para darnos una alegría a los que nos hemos acercado esta tarde a los toros; tratar de medir la corrida de Valdemorillo como si se tratase de la de Madrid es una exageración y una gran injusticia.
Lo principal que trajeron los Victorinos fue su victorinidad, es decir que con ellos en el ruedo no hubo motivos para el tedio; los comportamientos cambiantes de los dos primeros y del sexto, la franqueza de la embestida del tercero, que acabó también dándose cuenta o la presencia tan seria del cuarto y del quinto son argumentos más que suficientes que avalan la seguridad de que con este material no es fácil aburrirse, los primeros los que están ahí abajo con sus vestidos de luces, y después los que compramos nuestra entrada. Espectáculo del toro en la fiesta de los toros.
Que al anuncio de los Victorinos se apunte, para reaparecer después de seis meses, un tío que se llama Fernando Cruz y que se llevó en Madrid un cornadón de caballo es otra buena noticia que servirá para explicar a las generaciones venideras lo que es ser torero, cosa que no tiene nada que ver con parar relojes, sino más bien con tragarse el miedo frente a los animales que meten miedo.
Y si fue una suerte ver a Fernando Cruz plantando cara a los albaserradas, no lo fue menos ver la solvencia con la que Alberto Lamelas paró de capote a sus dos toros y la forma tan auténtica de torear que demostró esta tarde en la plaza serrana, llevando a sus dos toros muy toreados, embebidos en la muleta, quedándose colocado al final de cada pase, dejando la muleta por delante y ligando algunas series que era un gusto verle. Si no le cambian, si no le engañan, si tiene entereza de ánimo como para seguir por el sendero que hoy ha apuntado, Lamelas está en condiciones de poder darnos algunas alegrías taurómacas de las que tan necesitados andamos. Debe aprender a matar. Tras su tarde de Valdemorillo, deja un excelente cartel y ganas de volver a verle.
También estaba hoy en la Plaza Sergio Aguilar, que dio la impresión de traerse las faenas precocinadas, como si dijéramos, sin fijarse mucho en las condiciones del de los cuernos. Sus dos toros le sorprendieron más pronto o más tarde y, al final, quedó la impresión de que toreaba más el de negro que el de luces.
El torero, Fernando Cruz
La soledad sonora de El Chano
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