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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 19 de febrero de 2017

Bogotá 2020 / Por Jorge Arturo Díaz Reyes



--Usted mejor no hable –revira el aludió-- Todos sabemos que lo sentenciaron por alzarle la voz al burro en que llevaba el mercado– y como disculpándose agrega --Peor esos de allá, pobrecitos, cayeron entrando a la plaza de toros cuando los antitaurinos los acorralaron a gargajo y piedra.

--¿Y no hay toreros?
--Sí, claro, pero a esos y a los empresarios no los dejan ver, los tienen aislados en el cepo –Responden varios.

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Bogotá 2020

Cali, 14 de febrero 2017
El patio es grande y cochambroso. La muchedumbre se hacina por metro cuadrado intercambiando pulgas, mercancías prohibidas y malos olores. Desde las garitas los fusiles vigilan. Es club de alta peligrosidad. Sicarios, genocidas, terroristas, violadores, pedófilos, descuartizadores, antropófagos…, y seguramente algunos inocentes, mezclados todos, comunes entre sí, pares de la misma cofradía.

Contra el rincón suroccidental otros, apiñados junto a las letrinas, apartados como leprosos. Criminales de nuevo cuño, reos del nuevo delito, apestados de la nueva culpa. Transgresores de la ley animal, del derecho irracional, “maltratadores de ‘sintientes’ en cualquier forma, sin distinción”, como dictó la Corte Constitucional hace tres años.

“El Marqués”, personaje recién ingresado, se pasea lentamente, seguido de sus escoltas. Es de mediana edad, bajo, barrigón, rostro ladino y actitud pontificia. Lleva gafas de sol y poncho al hombro. Multimillonario exportador de alcaloides. Hazañas tremendas engordan su prontuario. Más de 500 muertes apuntalan su leyenda. Políticos, generales, magnates, magistrados, modelos, actrices, “reinas” de belleza ornan su galería. Temido, reverenciado, adorado. Se deja ver, maravilla, explora y como sin querer llega hasta el lugar maldito. Lo rodean.

-- ¿Qué hiciste? Le pregunta escrupuloso a un joven.
-- Tenía una mascota, un perro doberman. Le hice cortar las orejas y la cola. Por ahí tirado está el veterinario.
--¿Y tu?-- A un pequeñín.
-- Era jockey. En los últimos metros azoté con la fusta el caballo para qué ganara, como fue público, me sumaron dos años a los tres de ley.
-- Yo soy campesino– confiesa otro sin que le pregunten --Mi mala vecina, me acusó de apretar demasiado la ubre de la vaca ordeñando.

--Doctor Arroyo, mucho gusto— se presenta un viejo de aspecto sabio –Experimenté con unos monos investigando la vacuna contra el paludismo. Me iban a dar el premio Nobel y aquí me tiene.
Adelantándose, mete la cucharada otro, mirando y gesticulando incongruentemente --Yo fui alcalde, muy animalista por cierto, pero me condenaron porque se me ocurrió casarme montando un elefante de circo.

Uno señala con el pulgar a su vecino --Este vaquero está por apartar los terneros de sus madres. Tortura sicológica.

--Usted mejor no hable –revira el aludió-- Todos sabemos que lo sentenciaron por alzarle la voz al burro en que llevaba el mercado– y como disculpándose agrega --Peor esos de allá, pobrecitos, cayeron entrando a la plaza de toros cuando los antitaurinos los acorralaron a gargajo y piedra.

--¿Y no hay toreros?
--Sí, claro, pero a esos y a los empresarios no los dejan ver, los tienen aislados en el cepo –Responden varios.

--¡Carajo! Yo creía que las animaladas mías eran las peores –Los altavoces le interrumpen –Señor “Marqués” tenga la bondad de presentarse al pabellón VIP que llegaron los banqueteros, los mariachis y sus visitas conyugales.

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